San Requetebono debería ser su nombre en el santoral laico como lo que es, el patrón del siglo XXI de todos los oprimidos y desventurados del planeta. Tampoco esta vez nuestro héroe ha dudado ni perdido un segundo en abanderar la causa de los refugiados sirios. Si hace varios años el motivo fue la hambruna en el África negra, en la próxima gira europea del grupo U2 los que paguen la entrada al concierto sentirán la emoción de ser durante un par de horas los apóstoles del último y más famoso redentor del sufrimiento sirio.
Bono, a remolque de las espeluznantes imágenes del éxodo sirio hacia el corazón de Europa, va con un poco de retraso en su nueva cruzada porque la guerra multilateral que estalló en el feudo de Bashar al-Assad en la primavera de 2011 ya se ha cobrado quizás más de 300.000 muertos (unas 40.000 de las víctimas mortales las aportan los niños). ¡Pero qué más da cuando nuevas sensaciones –ay, la aparición de esa lúgubre foto infantil…- devuelven la virginidad a quien no desea enterarse del mundo real que todavía no se ha colado por el televisor!
La realidad, contante y sonante pero no difundida con sangre, sudor y lágrimas por los medios occidentales se presta mal a la imaginación popular, vale poco como moneda de cambio y no es fácil de mercantilizar por los profesionales del corazón; un gremio empresarial que sólo entiende de emociones colectivas, sensaciones a flor de piel y criterios de oportunidad. Y Bono, gran músico y mejor profesional del corazón, sabe como ninguno que el presente momento es SEN-SA-CIO-NAL. Aunque ya nadie se acuerde de los cooperantes, periodistas y demás voluntarios occidentales que verdaderamente se han jugado la vida en el reñidero sirio. Y que poco importe que se haya ido por el desagüe de la guerra tanta gente anónima que no ha podido escapar de la ratonera.
Nadie ignora que Paul Hewson (el verdadero nombre del cantante Bono) es el mayor icono mundial en la defensa de los derechos humanos. Aunque no sin contradicciones porque el líder de U2 puede ser tan versátil y proteico como la ocasión lo requiera. Bono no es San Francisco de Asís. Tampoco, como veremos enseguida, es Nelson Mandela. Bono es un camaleón que se camufla según el paisaje en el que actúa. Todo depende de la mayoría social, variable según las circunstancias geográficas, que le paga y le adula. La habilidad del irlandés consiste en su capacidad de desdoblamiento: hay un Bono para el Primer Mundo (en el que ahora afloran las conciencias a favor de los refugiados sirios), y otro distinto destinado al consumo masivo lejos de Occidente. Para reconocer esta diversidad cultural y mercantil no tenemos más remedio que rebobinar y poner al cantante en su espacio favorito: África.
Gira musical por Sudáfrica en 2011 (justo el año en que estalla la guerra siria). Bono escucha extasiado el himno político de Julius Malema (máximo dirigente de la organización juvenil del Congreso Nacional Africano y aspirante a suceder en la jefatura del Estado a Jacob Zuma). La canción se titula Shoot the Boer (Disparad al bóer). Bono se derrite cuando escucha esta canción zulú que retumba en los oídos de los jóvenes negros de los suburbios, enardece su resentimiento histórico y excita su hambre de venganza:
“Ayasab´amagwala (Los cobardes tienen miedo)
Dubula dubula (Disparad, disparad)
Ayeah
Dubula dubula (Disparad, disparad)
Ayasab´amagwala (Los cobardes tienen miedo)
Dubula dubula (Disparad, disparad)
Awu yoh
Dubula dubula (Disparad, disparad)
Aw dubul´ ibhunu (Disparad al bóer)
Dubula dubula (Disparad, disparad)”
A Bono se le saltan las lágrimas de emoción: “Cuando era niño y cantaba… recuerdo a mis tíos entonando…canciones rebeldes sobre los primeros tiempos del IRA” (declaraciones al Sunday Times de Johannesburgo). Sobre Shoot the Boer: “Se podría decir que es música tradicional…algo genuinamente irlandés”.
Desde luego, hay tradiciones siniestras. El ominoso himno racista Shoot the Boer es una incitación al odio contra los sudafricanos blancos que atropella el hermoso legado del gran Nelson Mandela. No es una payasada inocente y hay que situar el himno en el contexto social de Sudáfrica, en la que, después de la derogación del inhumano régimen de apartheid en 1994, han sido asesinados más de tres mil granjeros blancos a manos de jóvenes negros que no perdonan. Un país que, cuando Paul Hewson lo visitó en 2011, presentaba unas tasas anuales de treinta y dos mil homicidios y setenta mil violaciones, las mayores del mundo.
Un poco imprudente el amigo Bono al dar rienda suelta a su aprecio por la música tradicional. Para más detalles el lector puede acudir a las páginas 72-77 de “El último tren a la zona verde”, de Paul Theroux (Alfaguara, 2015). Sí, Paul Theroux, quizás el occidental que mejor conoce las interioridades de África y el más excelso autor de literatura de viajes de nuestro tiempo. Memorable el “viaje” que le da al mercachifle Paul Hewson, el rockero multimillonario de gafas ahumadas de aviador, sombrero de cow-boy y finísimo olfato para localizar residencias fiscales offshore. Los pobres sirios, cuando por fin tengan voz propia, harían bien en otorgar poderes de representación a uno de los suyos.
Para dejarlo claro, es un sinvergüenza.
Hace años le investigaron la ONG con la que desgrava impuestos y descubrieron que aproximadamente el 90 % del dinero que desgravaba lo utilizaba para pagar colaboradores camuflados de sus negocios, y que solo el 10 % lo dedicaba realmente al tercer mundo.