OCTUBRE ROJO (II) / Mandelshtam escribió un feroz epigrama contra Stalin, considerado el poema político más célebre del siglo XX

Ruiseñores en jaulas: la poesía en tiempos de Stalin

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poesía en tiempos de Stalin
Foto policial después de su segundo arresto por la NKVD, antecesora del KGB, en 1938 del poeta ruso Osip Mandelshtam. / Wikipedia

En noviembre de 1933, uno de los grandes poetas de la URSS, Osip Mandelshtam, escribió un feroz epigrama contra Stalin. El texto, considerado con razón el poema político más célebre del siglo XX, no sólo incluye un ataque directo contra el dictador sino que también habla del miedo de los ciudadanos soviéticos, de los susurros en medio de una sociedad paranoica, de los oídos que escuchaban detrás de las paredes. Ignorando o quizá despreciando el atolladero donde se estaba metiendo, Mandelshtam lo recitaba en lecturas de poesía en las que sus amigos quedaban espantados. En una de ellas, Boris Pasternak llegó a decirle que él no había oído nada.

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.

Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
A uno al bajo vientre, al otro en la frente,
al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de oseta.

(Traducción de José Manuel Prieto)

Tarde o temprano esos imprudentes versos tenían que llegar a las altas estancias y Mandelshtam terminó en un calabozo en mayo de 1934. Stalin telefoneó personalmente a Pasternak para reprocharle que no hubiera intervenido a favor de su colega. "Lo conozco muy poco, camarada Stalin" intentó zafarse Pasternak. "Es usted un mal camarada" replicó Stalin. "Si yo fuera un poeta y otro poeta amigo mío estuviera en apuros, me arrojaría contra una pared para salvarlo". Después le preguntó si, en su opinión, Mandelshtam era, como se decía, un genio. "Por supuesto" respondió Pasternak, "pero no se trata de eso". Stalin decidió enviar a aquel bardo rebelde al exilio en Cherdin, una pequeña localidad de los Urales, pero cuando supo que Mandelshtam había intentado suicidarse le dio a elegir su residencia entre cualquier ciudad de la Unión Soviética excepto los grandes centros urbanos. Acompañado de su esposa, Nadezhda (quien con el tiempo escribiría un libro de memorias desolador, Contra toda esperanza), Mandelshtam escogió Vorónezh, a unos quinientos kilómetros de Moscú, a donde se desplazaba en trenes nocturnos a pesar de la prohibición para visitar a amigos y asistir a fiestas y recitales de poesía. En una de esas estancias fue nuevamente arrestado y condenado a cinco años de trabajos forzados en Kolymá, pero murió en un campo de tránsito en Vladivostok, de un ataque al corazón, en diciembre de 1938. Mandelstham le había confesado a su esposa, Nadezhda: "¿De qué te quejas? Vivimos en el único país que se toma la poesía en serio: matan por ella".

Marina Tsvetáyeva, otra de las grandes voces de la lírica soviética, regresó de su exilio en Francia junto a su hijo Mur para reunirse con su marido, Serguéi Efron, y su hija Ariadna, quienes habían vuelto a la URSS dos años antes. Poco después Serguéi, que había sido voluntario en el ejército blanco, y Ariadna fueron arrestados; su marido fusilado en 1941, y su hija encarcelada en el Gulag durante ocho años, puesta en libertad y después exiliada a Turujansk. Tsvetáyeva, que había tenido multitud de amantes de uno y otro sexo, escribió sobre su esposo: "Si Dios hace el milagro de conservarlo con vida, lo seguiré a todos lados como un perro". A poco de comenzar la invasión alemana, Tsvetáyeva fue evacuada hacia el este, a Yélabuga, donde se suicidó en agosto de 1941, dos meses antes de que ejecutaran a Serguéi Efron.

poesía en tiempos de Stalin
Retrato de la poeta rusa Anna Ajmátova realizado por Kuzma Petrov-Vodkin en 1922. / Wikipedia

Anna Ajmátova, a quien Stalin llamaba la Monja, pasó buena parte de su existencia atormentada por diversos encontronazos con el régimen soviético. Su primer marido, Mijaíl Gumiliov, que también era poeta, fue fusilado en 1921 acusado de pertenecer a una conspiración zarista. Tras su negativa en 1934 a inscribirse en la Unión de Escritores (negativa que fue secundada por Maldeshtam, Bulgákov y Platónov, entre otros), su obra fue prohibida y retirada de las librerías durante cinco años. En 1935 su hijo, Lev, y su segundo marido, Punin, fueron arrestados y deportados a un campo de concentración. Pasternak escribió a Stalin para interceder por ellos, recordándole que anteriormente le había criticado su cobardía por el caso Mandelshtam. Su mediación, y la de Gorki, se tradujo en la inmediata liberación de ambos presos, aunque su hijo volvería a prisión en 1939 y sería condenado a cinco años de trabajos forzados. Durante diecisiete meses, hasta su traslado a Siberia, Ajmátova recorría a diario el camino hasta la cárcel y permanecía durante horas en la cola de los familiares, un sufrimiento que recordaría en el prólogo y en los versos de su gran poema Réquiem. Fue entonces cuando, en una maniobra característica de tira y afloja, Stalin levantó el veto sobre su obra.

Durante el cerco de Leningrado, mientras la población sufría un asedio atroz que se saldó con más de medio millón de víctimas civiles, Ajmátova cuidó de los heridos en los hospitales y ayudó a los soldados con su canto. Temiendo por su vida, considerándola una artista demasiado valiosa, Stalin ordenó su partida a Tashkent, en Uzbekistán, muy lejos de la línea del frente. También prohibió la publicación de los poemas que escribió en esos años, El viento de la guerra, suponiendo que podían minar la moral de las tropas que en aquel momento luchaban en Stalingrado. Esa actitud de toma y daca, de palo y zanahoria, fue una constante entre el Padrecito y la gran dama de la poesía soviética. Nada más acabar la guerra, Ajmátova se entrevistó con el escritor Isaiah Berlin y con el hijo del premier británico, Randolph Churchill, un error que le costó a Lev un nuevo encarcelamiento y una condena de diez años en Siberia por reincidente. En su Réquiem, Ajmátova había escrito:

De madrugada vinieron a buscarte.
Yo fui detrás de ti como en un duelo.
Lloraban los niños en la habitación oscura
y el cirio bendito se extinguió.
Tenías en los labios el frío del icono
y un sudor mortal en la frente. No olvidaré.
Me quedaré, como las viudas de los soldados del zar Pedro,
aullando al pie de las murallas del Kremlin.

(Traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés)

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