Tres problemas para pasar página en el libro electrónico

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Prototipo reciente de pantalla flexible. (E Ink Corporation y LG.Philips LCD)
Prototipo reciente de pantalla flexible. (E Ink Corporation y LG.Philips LCD)

Acabo de descubrir una curiosa efeméride personal: el mes pasado se cumplieron diez años desde que publiqué un artículo sobre una invención que por aquel entonces me fascinó. Se llamaba tinta electrónica y era una tecnología que prometía facilitar la lectura de textos, al sustituir la pantalla informática -retroiluminada y propensa a cansar la vista- por una superficie flexible, agradable de observar -incluso a la luz del sol- y que apenas consumía energía. Toda una promesa para sustituir o relegar el papel a los archivos.

Por aquel entonces, era un producto apenas salido del laboratorio y cuyos prototipos sólo podían verse en ferias especializadas o en aplicaciones muy experimentales. Pero poco después yo soñaba con un periódico electrónico que pudiera llevarse en el bolsillo y se actualizara con la información más reciente, como por arte de magia. Iluso de mí.

Iluso, ya que una década más tarde las cosas no han cambiado mucho y la tinta electrónica sigue siendo la promesa de una revolución siempre inminente. ¿Por qué?

El aparato

Resulta sospechoso que una tecnología que no parece más compleja que otras haya tenido un desarollo mucho más lento. Es cierto que ya hay varios modelos de libro electrónico en el mercado, pero la calidad no ha mejorado como cabría esperar en toda una década, periodo que en el mundo tecnológico da para varias generaciones de mejoras. Ejemplo clamoroso de esta lentitud es que los primeros libros electrónicos capaces de mostrar colores acaban de llegar a las tiendas, ahora, diez años después.

Cuando la mano negra del mercado lo permita, las pantallas deberían ser más baratas, más flexibles, menos voluminosas y aumentar su resolución y su velocidad de actualizacion, hasta aproximarse a lo que cabría esperar de estos dispositivos: que uno no sepa diferenciarlos del papel a primera vista.

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Mientras tanto, existe otro obstáculo no menos importante: la difusión de las obras en estos aparatos. Porque no es fácil compartir un libro electrónico, y no lo es porque antes hay que convertir el texto en un archivo informático para que pueda ser introducido en un dispositivo electrónico. Hay que digitalizarlo.

La difusión

Digitalizar y compartir un disco de música es relativamente fácil: Sólo hay que introducirlo en la unidad de cedé del ordenador y usar algún programa que transforme su contenido en archivos comprimidos para su envío a través de la Red. Un proceso sencillo, de apenas cinco minutos, tras el que se esconde una de las mayores revoluciones industriales de nuestra época: el batacazo y reconversión de las compañías discográficas.

En el caso de los libros, es bastante más complicado. Hay que colocar las páginas, una a una, sobre un escáner y pulsar un botón cada vez. En el mejor escenario, el usuario tendrá que romper el lomo del libro para poder meter sus páginas en un alimentador automático que suministrará las hojas al escáner para que las convierta en fotografías digitales. Después, hace falta un programa que lea estas imágenes, comprenda su contenido y lo transforme en un archivo de texto. Por último, hay que formatear este texto para que se parezca lo más posible al del libro original. Todo un numerito.

En este momento, hay un montón de neuronas en el planeta Tierra trabajando para resolver un problema aparentemente  sencillo, pero que impide la difusión de muchísima cultura impresa.

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Previsiblemente, los libros electrónicos serán cada vez más baratos, menos voluminosos y más parecidos al papel original, pero sin muchos de sus defectos. Además, alguien terminará encontrando un medio muy sencillo para digitalizar los libros en cuestión de minutos, y compartirlos será tan fácil como leerlos.

Salvados estos problemas, aún quedará un tercer obstáculo, el más importante: cómo retribuir al autor de un libro para que pueda vivir de su trabajo. Para que pueda seguir publicando ideas.

Los autores

Si la industria del libro sigue el camino de de la de los discos, muchas editoriales desaparecerán y otras serán reconvertidas en un proceso traumático y convulso, como el que suelem sufrir las grandes industrias afectadas por avances tecnológicos rupturistas. Los músicos han sorteado parcialmente es este problema sustituyendo los ingresos de la venta de discos por la taquilla de los conciertos, y a muchos ya no les importa que se copie su disco, pues cuanto mayor sea su difusión, más aforo tendrá el directo. Los escritores no pueden dar conciertos y su subsistencia depende directamente de las ventas de ejemplares.Y tal vez por este motivo el libro electrónico sigue avanzando lentamente en su desarrollo.

Sin embargo, música y literatura comparten el mismo problema: ni la venta de discos ni la venta de libros permite vivir dignamente de su trabajo a la gran mayoría de músicos y escritores.Y el avance tecnológico no va a detenerse ahora, como no se ha detenido en otras muchas ocasiones en que se ha llevado por delante los sectores sociales y económicos que no encajaban en la nueva estructura.

Las editoriales podrían sobrevivir con muchos menos ejecutivos, pero no sin las personas que deciden sentarse a escribir un libro. De cómo se resuelva esta transición dependerá no sólo el futuro de una industria sino también los cimientos de la cultura que recibirán las nuevas generaciones. Visto lo visto, yo no me atrevo a apostar por que sea mejor.

2 Comments
  1. celine says

    No sea usted pesimista, hombre. Aunque razones para tenerlo ya tiene, ya. Gracias por tan clarificador artículo.

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