La era de los transbordadores espaciales llega a su fin

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El administrador de la NASA, James Fletcher, muestra un prototipo del futuro transbordador al presidente Richard Nixon en 1972. / Wikimedia Commons (NASA)

Con el aterrizaje hoy del Atlantis se acaba uno de los capítulos más largos, intensos y polémicos de la carrera espacial. Después de 30 años despegando como un cohete y aterrizando como un avión, los tres miembros vivos de la familia de transbordadores espaciales acabarán como piezas de museo. Por el camino se han quedado miles de millones de dólares y la vida de 14 astronautas. Para los críticos del programa espacial Shuttle, todo ha sido un despilfarro y tanto esfuerzo y dinero se podrían haber dedicado a otras cosas aquí, en la Tierra. Para los que aún miran al cielo e imaginan qué hay más allá del planeta, el legado de las lanzaderas permitirá, un día, conquistar las estrellas. 

Aunque el primer vuelo de una nave espacial reutilizable fue el 12 de abril de 1981, cuando el Columbia despegó del Centro Espacial Kennedy, con Ronald Reagan en la presidencia, hay que remontarse una década atrás, en pleno gobierno de otro republicano como Richard Nixon, para entender el contexto en el que nació el programa Shuttle. Conquistada la Luna e igualada la carrera espacial con la Rusia comunista, el Gobierno estadounidense se replanteó por completo el trabajo de la NASA. Eran tiempos de Guerra Fría y de crisis energética. Los distintos proyectos de la agencia espacial se llevaban más del 4% del presupuesto federal y Nixon quería reducir la factura. Pero al mismo tiempo, los estadounidenses querían seguir por delante de los soviéticos. Y eso, entonces como ahora, solo podía significar una cosa: Marte.

El plan que idearon en la NASA fue acelerar un proyecto en el que venían trabajando. Se trataba de construir una nave con gran capacidad de carga capaz de regresar a la Tierra. La segunda parte del plan era construir una estación espacial que sirviera de puente para la tercera parte, viajar al planeta rojo. Sin embargo, Nixon sólo aprobó la primera. Como al resto de los profanos le debió de convencer la idea de una nave reutilizable. En su bodega de 30 metros de largo, esta especie de avión podría llevar al espacio satélites militares y, aún más importante, comerciales. Entonces apenas había una decena de ellos orbitando alrededor de la Tierra y todo apuntaba a que la demanda de las televisiones y las empresas de telecomunicaciones haría del Shuttle un buen negocio. Se creía entonces que iniciaría la era de los vuelos espaciales económicos, casi al alcance de cualquiera. Al menos así lo vendió Nixon cuando anunció publicamente el proyecto en enero de 1972.

La explosión del Challenger retrasó varios años el programa Shuttle y lo encareció hasta niveles insostenibles. / Wikimedia Commons (NASA)

Cuando el Columbia despegó, hace ya 30 años, el objetivo de la NASA era mantener una frecuencia de vuelos de 48 anuales, casi uno a la semana. Para conseguirlo construirían toda una flota de transbordadores. Sus cálculos iniciales estimaban el coste de cada lanzamiento en 15 millones de dólares. Con esos mimbres estaban seguros de quedarse con el negocio mundial de la puesta en órbita de satélites, atender la demanda de sus militares y, aprovechando el viaje, enviar sus artefactos científicos al espacio.

Pero enseguida las cifras no cuadraron. Según datos de la NASA, poner ahí arriba a uno de los cinco transbordadores que llegó a tener ha costado 1.500 millones de dólares cada vez. Además, de los 48 anuales previsto se pasó a cuatro lanzamientos de media. En total, los Shuttle han tenido 135 misiones, contando la actual del último de ellos que sigue en activo, el Atlantis. El coste total del programa ha sido de 209.000 millones de dólares, más del doble del inicialmente previsto. Con datos de la NASA y el Smithsonian Institution, la agencia AP  calculó que el sueño de los transbordadores espaciales ha costado lo mismo que la llegada a la Luna, el desarrollo de la bomba atómica y la construcción del canal de Panamá juntos.

Una de las razones del sobrecoste fue que el negocio de los satélites no funcionó como esperaban. Aún usando el sistema tradicional de una cápsula adherida a un cohete desechable, tanto los rusos como la Agencia Espacial Europea conseguían competir en precio. Pero el golpe más serio a la viabilidad financiera del programa Shuttle lo recibió la NASA cuando el Challenger, el segundo de la saga, se desintegró en su camino al espacio a los 73 segundos de haber despegado. Era el 28 de enero de 1986, y los siete tripulantes de su décima misión murieron.

Durante casi tres años no salió de Cabo Cañaveral ningún transbordador. No fue hasta  septiembre de 1988, y tras una completa revisión del programa y una gran inversión en seguridad, que los vuelos se reiniciaron con el despegue del Discovery. Para algunos expertos, la condición de híbrido de las naves fue una de las claves de su alto costo. Al tiempo que debían transportar personas de forma segura, también debía ser eficaces transportes de mercancías. El 1 de febrero de 2003, la nave Columbia, la más veterana, se desintegraba al entrar en la atmósfera.

Fue el inicio del fin. El entonces presidente, George W. Bush, declaró al año siguiente que, tras completar la construcción de la Estación Espacial Internacional, retiraría sus envejecidos transbordadores del servicio. La estación ya está acabada y es hora de jubilar a los que, transportando pieza a pieza los distintos módulos, ayudaron a construirla.

Hoy el Atlantis vuelve a la Tierra por última vez. A los críticos habría que recordarles que los frutos, en forma de innovaciones que ya se pueden comprar, del programa Shuttle doblan a los rendidos por el Apollo. También habría que recordarles que los transbordadores permitieron un trabajo conjunto entre las agencias espaciales rusa y estadounidense (y también las de Europa y Japón) nunca visto hasta entonces. Astronautas de 16 países, entre ellos España, han participado en sus viajes, haciendo de la exploración espacial un objetivo supranacional.

A partir de ahora, los astronautas estadounidenses viajarán en naves rusas Soyuz hasta que los primeros cohetes privados estadounidenses tomen el relevo. La NASA ha reducido en un 400% su presupuesto desde 1970 y, aunque el presidente Barack Obama dice apostar por un plan para que una nave estadounidense tripulada alcance un asteroide en 2025 y Marte en 2030, son las compañías privadas y la emergente China las protagonizarán el próximo capítulo de la aventura espacial.

1 Comment
  1. Perri el Sucio says

    Varias pequeñas precisiones:
    -el pie de foto: no es un prototipo (dios nos guarde), sino una maqueta.
    -Hablar de «rusia comunista» es un tópico poco preciso para un país que tenía presidentes ucranianos y las bases de lanzamiento en Kazajstán.
    -No se puede reducir un presupuesto en un 400 por ciento. Si se reduce en un 100% sería igual a cero. A no ser que la NASA esté dedicada simplemente a vender todo sin recibir un duro.

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