Los 70 millones de usuarios de móviles Blackberry han viajado en el tiempo estos días. Sin correo electrónico, sin poder actualizar su muro de Facebook o tuitear y ni siquiera poder ver una mísera web, sus teléfonos inteligentes les han llevado a los años 90, cuando sólo servían para hacer llamadas y enviar SMS. La caída en el servicio, además, no ha respetado a nadie. Primero fueron los europeos, africanos y asiáticos los afectados. Después le tocó a los americanos, desde Chile hasta Canadá, hogar de su fabricante, RIM. No ha sido la primera vez que las Blackberry sufren un corte así, aunque sí es el más serio. Aunque la compañía ya ha comunicado que sus sistemas han vuelto a la normalidad, la forma de trabajar de RIM, la misma que la convirtió en una empresa de éxito, permite aventurar que no será el último bloqueo.
Los hechos son conocidos: el lunes los usuarios de las BlackBerry de esta parte del mundo empiezan a sufrir el bloqueo de sus correos y la navegación por internet. La empresa tarda en desvelar la causa. Sólo cuando se produce el contagio a América, dan una rueda de prensa explicando que todo se debe a un fallo en uno de sus conmutadores principales ubicados en la parte de su infraestructura que tiene en el Reino Unido. Los conmutadores son aparatos que conectan entre sí distintos servidores o segmentos de una red. Al error de conmutación le siguió otro en el sistema de respaldo. La acumulación de correos, mensajes y peticiones por atender hizo que se produjera el efecto en cascada que ha llevado incluso a bromear con que también lo están sufriendo en otros planetas.
Hasta aquí la explicación técnica. Pero el fallo no es sólo de máquinas, también es de filosofía. RIM es una de esas empresas de fulgurante éxito propias del sector tecnológico. Aunque fue fundada en 1984, no fue hasta comienzos de este siglo que empezó a vender móviles. Con el fuerte apoyo del Gobierno canadiense, una pequeña empresa que surtía de placas y tarjetas a empresas telefónicas y de redes se convirtió en la primera en comercializar con éxito móviles avanzados, tanto que aún en los primeros 2000 se las veía más como PDA que como móviles. Su secreto residió en el push email. Por primera vez había un móvil que avisaba cada vez que llegaba un nuevo correo al buzón de la empresa. Ya no hacía falta tener que actualizar la bandeja de entrada cada poco tiempo.
RIM supo vender a las empresas su tecnología (y con ella los terminales). Su software se colaba en los servidores de correo electrónico de las compañías, hacía una copia que enviaba a sus propios servidores y, éstos, la reenviaban a la BlackBerry. El furor se instaló entre los ejecutivos. De aquellos años es la expresión CrackBerry, en alusión al supuesto carácter adictivo de su teclado que aporreaban compulsivamente sus adinerados o bien pagados usuarios hasta destrozarse los dedos.
Aquel éxito sembró la semilla de los problemas de hoy. En el mensaje que un usuario de un iPhone o un Android publica en su Twitter participan un mínimo de cuatro actores: su móvil, su operador que le da conexión, internet (así en sentido amplio) y los servidores de la empresa Twitter. Lo mismo se puede decir del que envía un correo desde su cuenta de Gmail, sólo que aquí, los servidores los pone Google. No ocurre lo mismo con los que tienen una BlackBerry. Su tuit (y sus correos, sus posts en Facebook, sus visitas a cada una de las web... y todo lo que no sean llamadas y SMS) tiene que pasar por los servidores de RIM. Y si estos fallan, estás perdido, como lo han estado durante tres días millones de personas.
RIM siempre ha defendido la centralización de su tráfico. Incluso ha levantado el recelo de muchos países porque lo que viaja por sus redes lleva una capa de encriptación que hace que los mensajes sean más dificiles de ver por terceras personas. Sólo hay que recordar la polémica por el papel de las BlackBerry en las revueltas que vivió el Reino Unido en agosto. Esta imagen de seguridad también ha sido un banderín de enganche que ha convencido a buena parte de las empresas del mundo para confiarle sus servicios de correo móvil.
El problema es que la compañía canadiense extendió este sistema centralizado, que era una buena idea para el tráfico de correos corporativos, a todos los datos que salen de sus móviles. Toda la navegación por internet también pasa por sus servidores, lo que los convierte en una especie de puertas a la red. Y si esa puerta se cierra, como ha ocurrido estos días, se cierra internet.
Esta caída en el servicio no es la primera. Las Blackberry han tenido problemas similares en 2007, 2008 y 2009. El problema es que ahora ya no son sólo objeto de deseo de los ejecutivos. De hecho, como revelan los últimos datos, han dejado de serlo (en favor de otros dispositivos) y han ido democratizando su clientela hasta alcanzar los 70 millones de usuarios en el mundo. Eso hace a la compañía aún más vulnerable. Por un lado, sus sistemas tienen que ser dimensionados para poder atender tantas peticiones. Por el otro, un fallo como el de esta semana, la deja expuesta a la crítica más feroz.
Las compañías telefónicas, como Telefónica o Vodafone, ya han anunciado que compesarán a sus clientes de BlackBerry con devoluciones de la parte del servicio no disfrutado. RIM también tendrá que compensar después a las telefónicas. Los expertos creen que esta vez el daño será mayor al de las caídas de otros años. A la pérdida de imagen y confianza se une que ahora hay infinidad de móviles avanzados de Android, está el nuevo iPhone con su flamante sistema operativo y hasta los terminales Windows Phone que el fallo en un conmutador no hace que dejen de ser avanzados. Lo más inteligente para RIM sería dejar que los datos hicieran el camino más corto, sin pasar por sus servidores, o más tarde o más temprano volverá a sufrir una nueva semana negra.
«se debe a un fallo en uno de sus conmutadores principales»
La traducción de switch por «conmutador» es algo que me chirría un poco. En este caso, hubiera dejado, por feo que resulte, el anglicismo original.