DESINFORMACIÓN / Vías para combatir la confusión en la red
De cómo los políticos distorsionan el debate sobre las ‘fake news’
Bromas con apariencia de verdad, bulos fabricados con tintes xenófobos, informaciones descontextualizadas que cambian de sentido… Todas contribuyen a confundir y desinformar a la población y se engloban bajo el término fake news, tan usado y manoseado que se ha desvirtuado, especialmente, desde su entrada en el debate político. Con ayuda de los expertos, intentamos ordenar el cajón desastre en el que se ha convertido esta palabra.
En España, es Maldito Bulo (hermano de Maldita Hemeroteca e hijo de Maldita.es) el proyecto periodístico que lidera la guerra contra la información falsa en las redes. Clara Jiménez, cofundadora junto a Julio Montes de esta aventura, advierte de que la expresión fake news se ha vuelto tan popular como confuso, especialmente, desde que se escribe en los discursos de algunos dirigentes: “Nosotros preferimos no utilizar este término. Es una palabra que se está utilizando como arma políticamente y se ha vaciado de contenido”. Esta periodista de datos hace referencia a la investigadora Claire Wardle para poner en orden esta amalgama en la que se ha convertido el término. En los debates gana peso la palabra “desinformación”, que permite ampliar miras: “No es solo información falsa, no es solo información falsa intencional y no es solo información falsa intencional que incita al odio, sino que compone esas tres variables”, explica Jiménez. El término fake news fue elegido por el diccionario Oxford como palabra del año 2017.
Dentro de este “ecosistema informativo”, Wardler definió hasta siete piezas que contribuían a la desinformación, desde fotos cambiadas de contexto, hasta noticias redactadas directamente con la intención de mentir, pasando por bromas con apariencia de verdad. Todos estos tipos se viralizan y todos intoxican en sus diversas formas. Sin embargo, en los últimos meses, y en especial desde las pasadas elecciones estadounidenses, el uso de la palabra fake news se ha multiplicado: “Desde su campaña, Donald Trump ha utilizado este término contra el periódico The New York Times. Lo ha hecho como una forma de intentar deslegitimar a esta prensa crítica”, explica Manuel Alcántara-Plá, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y autor del libro ‘Palabras invasoras’ (Catarata, 2017).
En España, los últimos procesos de efervescencia política también han disparado las noticias falsas, tal y como detectó Maldito Bulo en sus redes. De hecho, la política es (junto a la rentabilidad económica) una de las dos razones para crear y expandir las informaciones falsas. El pasado 1 de octubre, fecha del referéndum catalán, los creadores de esta herramienta periodística se pasaron el día desmintiendo informaciones que aparecían tanto del lado independentista catalán como del españolista.
Al profesor de Historia Contemporánea de la UAM, Hugo García, no le sorprende. Algunos de sus trabajos se han centrado en la historia de propaganda, especialmente, desde la aparición de los medios de masas. Ahora, los bulos tienen nuevos conductos a través de los cuales extenderse: las redes sociales y las aplicaciones como Whatsapp. “Especialmente en momentos donde hay urgencia por influir rápido en la opinión pública”, explica mientras hace referencia, salvando las distancias, a otros periodos polarizados de la historia como la Guerra Civil. También alerta de la idea interesada de algunos gobiernos por apropiarse del término fake news para crear confusión: “Tiene el riesgo de convertirse en un debate fake”, ironiza.
Mentiras peligrosas
Los grupos xenófobos aprovechan el anonimato de la red para difundir noticias falsas que criminalizan a los migrantes o a ciudadanos de otras razas. De hecho, la peligrosidad de estos bulos fue una de las causas que hizo que Jiménez y Montes se animaran a crear la cuenta para desmentirlos. En plena crisis de los refugiados observaron cómo se multiplicaron las mentiras que se expandían mediante los grupos de Whatsapp. Se agolpan los ejemplos, desde la falsa noticia de que Cáritas se había negado a asistir a una mujer española por no ser inmigrante hasta la información de que un hombre musulmán había atacado a personal sanitario en un centro de salud español. De hecho, la periodista advierte de que las mismas imágenes y los mismos bulos se usan de idéntica forma en otros países europeos. En este último caso, se trataba de un hombre ruso que había llegado al hospital borracho.
La desinformación abarca muchas estrategias y temáticas. El periódico francés Le Monde ha analizado más de 100 informaciones falsas que se distribuyeron por las redes sociales en 2017, especialmente Facebook, y más de 131 páginas engañosas. En esta “galaxia de información falsa” cabían noticias tan dispares como que Emmanuel Macron se lavó las manos tras saludar a unos trabajadores o que un pensionista francés tiene menos derechos garantizados que un inmigrante.
Mentir es rentable
Además de la política, el otro factor que justifica la creación y rápida expansión de los bulos es el económico.“En muchas ocasiones se usan noticias falsas para obtener dinero en publicidad”, recuerda Alcántara-Plá. A veces, son mentiras 100% fabricadas y otras son piezas que provienen de webs satíricas o humorísticas pero que descontextualizadas toman apariencia de verdad. Cuando son llamativas, se viralizan y aumentan los clics, unos pinchazos que acaban monetizando sus creadores.
La hemorragia que ha sufrido el periodismo en los últimos años ha facilitado que los bulos se hayan colado en los grandes periódicos, cuya credibilidad hacía de tamiz hasta hace poco. La mezcla de la inmediatez, la fiebre de las visitas y una plantilla mermada puede haber influido en que los mecanismos de control fallen: “La crisis del modelo de negocio periodístico ha hecho que lo que se busquen sean ‘clics’. Las cabeceras consideradas más fiables recurren en determinadas partes de sus webs a colgar contenidos para conseguir clics y muchas veces son mentira”, explica Jiménez.
Más educación digital y más periodismo
El debate sobre la desinformación está vivo en todos los puntos de este sistema informativo: desde los lectores pasando por las redes sociales, los periodistas y las instituciones. Todos los agentes buscan fórmulas para poner coto a este problema. También los intermediarios como Google y Facebook, donde suelen propagarse. De hecho, la Unión Europea ya ha creado un grupo de alto nivel con 39 profesionales de distintos ámbitos y con la profesora Madeleine de Cock Buning, de la Universidad de Utrecht, al frente.
Los gobiernos también mueven ficha. El francés Emmanuel Macron ya ha anunciado una ley contra las noticias falsas que afectará al periodo de los procesos electorales. En Alemania, la conocida como ‘Ley NetzDG’ obliga a las redes sociales a retirar el contenido ilegal en 24 horas tras ser denunciado, cuando constituya un delito. Reino Unido también ha puesto el asunto sobre la mesa, mientras que en España los miembros del Ejecutivo lanzan globos sonda sin concretar nada. La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, propuso el pasado diciembre crear un grupo de trabajo en el Congreso, mientras la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se preguntaba si tienen “los gobiernos la obligación de vigilar la proliferación de las fake news”. La Estrategia de Seguridad Nacional 2017 ya advierte del peligro de las campañas de desinformación.
Alcántara-Plá cree que si los gobiernos quieren combatir la desinformación deben invertir en la “alfabetización digital de la población”. Jiménez también se muestra más partidaria de la educación que de una legislación específica: “Hay que generar una conciencia crítica para que los ciudadanos sea capaces de enfrentarse a estas informaciones. Hay que darles herramientas”. Una regulación siempre despierta el polémico y espinoso debate sobre los límites de la libertad de expresión. Por otro lado, la periodista de Maldito Bulo también opina que es una gran oportunidad para que el periodismo demuestre por qué los medios y sus profesionales siguen siendo necesarios.