La lección del poder del pueblo

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Una joven sostiene una paloma, ayer, durante las celebraciones en El Cairo por la renuncia del presidente Mubarak. / (Stringer / Efe)
Una joven sostiene una paloma, ayer, durante las celebraciones en El Cairo por la renuncia del presidente Mubarak. / (Stringer / Efe)

Si les preocupase lo más mínimo lo que piense Occidente de todo esto, los árabes probablemente se sentirían molestos con los comentarios que hoy empañan algunos periódicos internacionales. Agoreros, muchos muestran más cautela que felicidad. “Viene el Ejército”, “ha sido un golpe militar”, “todo cambia para seguir igual”...

Pero el futuro es otra historia que nada tiene que ver con el histórico logro obtenido ayer por el pueblo egipcio en un pulso sin precedentes con una dictadura. La gente perdió el miedo pese a que el régimen contaba con 1.7 millones de policías empleados en la represión, optó por rebelarse con métodos pacíficos -ayer en El Cairo se recordaba mucho la figura del maestro de la resistencia pacífica Ghandi- y sorteó todo tipo de trampas, incluida la tibieza internacional, para tumbar al hombre que creía poseerles. Y lo lograron. Desde ayer, Oriente Próximo ya no volverá a ser el mismo.

Hasta ahora, los árabes no se caracterizaban precisamente por su valor a la hora de levantarse contra las autocracias que les gobiernan con mano de hierro. Todo lo contrario, se caracterizaban por el continuo lamento y la eterna espera de un Saladino moderno que les devuelva glorias pasadas, algo harto improbable dado que la represión sistemática en todo Oriente Próximo anula la posibilidad de que salgan líderes opositores con carisma.

La connivencia de Occidente con los dictadores árabes sólo contribuía a extender la sensación de que el cambio era imposible, porque para lograrlo había que desafiar a todo el sistema establecido a nivel internacional: se hablara con quien se hablara, la sensación era que los árabes modernos se sentían condenados a ser serviles súbditos de dirigentes autoritarios.

Y en dos meses, todo ha cambiado. La fuerza del pueblo ha demostrado que no hacen falta líderes, ni a Occidente presumiendo de valores democráticos, ni religiones ni partidos políticos. También ha puesto en evidencia que la violencia no es el camino, demostrando a todo el mundo árabe que los grupos radicales no son precisamente una solución sino parte del problema. Sólo hace falta voluntad de cambio, y en las nuevas sociedades árabes, donde los menores de 30 años son abrumadora mayoría, esa voluntad sobra porque el futuro que se les ofrece, a ellos y a sus hijos, es tan infame que para muchos no compensa.

Los tunecinos primero y los egipcios después han dado un ejemplo esencial a sus vecinos y han devuelto el orgullo a los árabes. El cambio sí es posible y está en sus manos, aunque aparentemente no tengan poder alguno frente a regímenes policiales. Pero también nos da la misma lección a los occidentales, enfrascados en nuestras pequeñas miserias, quejosos de dificultades cotidianas que poco tienen que ver con la represión, las desapariciones forzosas, las torturas o la ausencia total de libertades. Si ellos pueden cambiar su realidad, los demás también. Sólo es necesario voluntad y no esperar a que los demás inicien los cambios. Si los árabes, con restricciones a la hora de usar Internet o de acceder a la información -los regímenes bloquean la conexión con la red y prohíben en muchos casos la conexión con canales como Al Jazeera- pueden, sólo hay que soñar con lo que se puede hacer en Europa o Estados Unidos.

Por el momento, hay que confiar en que se haya ganado una pequeña pero significativa batalla: normalizar a Al Jazeera a nivel internacional como una de las fuentes básicas de información para entender las inquietudes del mundo árabe. Tacharla de canal terrorista porque dé voz a todas las partes en conflicto es hacerle un flaco favor a la objetividad. La generalización de su uso ayudará a comprender y a derribar los tabúes que separan a Oriente de Occidente.

Sus emisiones van a seguir ayudando a que prenda la revolución en todos los países de la región, donde la mecha lleva preparada desde que el dictador tunecino fue obligado a huir por su pueblo. El ejemplo egipcio sólo dará alas a las ansias de libertad. Si les intentan robar sus revoluciones, eso será otro problema, pero por el momento han logrado algo impensable hace unas semanas. Lo que venga en el futuro, la lucha por la transición hacia una verdadera democracia, las elecciones libres, la imposición de un sistema multipartidista, etcétera, será otra lucha que les toca librar a los egipcios. Los agoreros occidentales que aseguran que los Hermanos Musulmanes pretender robar la revolución egipcia, instalando un sistema teocrático a lo iraní, deberían callarse: es imposible saber lo que ocurrirá en el futuro -y si ocurre, tiempo habrá de criticarlo- pero hacerlo ahora es restar importancia a la grandeza de lo sucedido ayer en Egipto.

Veremos si los jóvenes egipcios permiten que nadie les robe su revolución. Por el momento, su primer objetivo ha sido conseguido: demostrar, como reza una foto captada en Tahrir, que “los pueblos no deberían tener miedo de sus gobiernos, son los gobiernos los que deben temer a sus pueblos”.

3 Comments
  1. Zaratustra says

    Cuando se escriba la historia del miedo y el miedo en la historia veremos a los autócratas y a los vulgares gobiernos democráticos europeos, en efecto, con el pánico a sus pueblos.

  2. Rojo says

    ¡Viva Egipto libre! ¡Arriba los pobres del mundo, en pie famelica legión!

  3. alejandro says

    ¿en pie famélica legión? pero que te crees? que egipto es lo mismo que sudán o somalia? te llamas rojo, pero seguro que eres más facha que franco.

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