Tunez inyecta esperanza a las revoluciones árabes

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Dos soldados vigilan el exterior de un colegio electoral tunecino donde numerosos ciudadanos guardaban cola para votar este domingo. / Efe-Stringer

La asistencia a las urnas fue masiva: más del 90% de los 4.1 millones de tunecinos registrados acudieron a los centros electorales para estrenar su recién conquistada libertad. Unos 14.000 observadores internacionales garantizaron que no hubiera trampas y el voto transcurrió en perfecta calma, más allá de algunos improperios a líderes políticos y aislados intentos de comprar votos en las largas colas de convencidos ciudadanos.

La jornada electoral que vivió el domingo Túnez, la primera realmente democrática de su Historia, desde la independencia obtenida hace 55 años, no sólo fue el colofón perfecto de una revolución incruenta que destapó la caja de las revoluciones árabes: también fue el mejor augurio de que la súbita insurrección social árabe en busca de libertad y dignidad puede traducirse en una democracia real, tan imperfecta como en cualquier país occidental.

Los islamistas moderados de An Nahda se perfilan como cómodos vencedores de la histórica cita, según los primeros resultados parciales. Era algo esperado, teniendo en cuenta que la represión de las dictaduras que tanto hemos alentado desde Occidente a cambio de jugosos contratos suelen traducirse en un regreso a la religión, la única esperanza de ciudadanos sin alternativa política. Eso, por no mencionar que An Nahda fue un partido ilegalizado durante los 23 años de tiranía de Zine el Abidine Ben Ali, que 30.000 de sus seguidores fueron encarcelados por el régimen y que su líder, Rachid Ghannouchi, no es precisamente lo que se llama un extremista sino un islamista moderado que desde su regreso al país, tras 20 años de exilio, no ha cesado de promover el modelo turco.

Afin a los Hermanos Musulmanes egipcios -de cuya ideología surgen la mayoría de los grupos islamistas árabes-, desde su retorno Ghannouchi ha insistido en que su programa de Gobierno incluye el derecho de las mujeres a la igualdad, la educación, el trabajo y la participación en la vida pública. También ha prometido la creación de 600.000 puestos de trabajo que alivien el altísimo desempleo y potencien la economía, sumergida en una grave crisis, así como un Gobierno de coalición que impida que un Ejecutivo formado solo por islamistas diseñe la próxima Carta Magna.

Ghannouchi sabía -o así lo decía en todas las entrevistas- que iba a ganar las elecciones. Y también apuntaba hacia Turquía como modelo. "La experiencia turca sigue siendo la más cercana a la situación de Túnez; cultural, política y socialmente Turquía es el caso más próximo, Por ello An Nahda, si se quiere comparar, no puede ser comparado con los talibán o con Irán: la comparación más acertada es el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo turco)", decía a Al Jazeera en una entrevista concedida tras su regreso.

Rached Ghannouchi, líder del partido islámico An Nahda vota, este domingo, en un colegio de Túnez. / Efe-Str.

Una cosa son las buenas intenciones de su líder, dos décadas en el exilio europeo, ante la prensa y otra muy distinta la base popular de An Nahda sobre el terreno, probablemente radicalizada tras décadas en la oscuridad. Hace unas semanas, fue atacada por islamistas la sede de una televisión local donde se emitió Persépolis, la película de la iraní Marjane Satrapi que caricaturiza el régimen de los ayatolás. An Nahda criticó la violencia pero también la emisión de la película, en un intento de llevarse bien con todos y en una mala señal.

"Durante la campaña el partido islamista ha sido muy disciplinado diciendo que protegerá los Derechos Humanos, los derechos de las mujeres, la igualdad, pero de hecho se trata de una cuestión abierta", explicaba el observador de Human Rights Watch para Túnez Ricky Goldstein en declaraciones a AP. "Su discurso en algunas zonas es vago y ambiguo", añadía antes de matizar que en cualquier caso la cita electoral fue "un luminoso ejemplo en términos de cómo se han conducido las elecciones (...) Creo que veremos cómo el ejemplo de Túnez influye positivamente en las próximas elecciones de Egipto", estimó.

Ghannouchi siempre apostó por gobernar en coalición para evitar tentaciones de monopolio del poder, pero la holgada mayoría que se le anticipa puede hacerle cambiar de opinión. El Partido del Congreso para la República, muy crítico con el anterior régimen pero con un programa político mucho menos ambicioso que el de los islamistas, podría haber quedado en segundo lugar en muchos distritos electorales, y precisamente su líder, el activista de Derechos Humanos Moncef Marzouki, se había caracterizado por declararse abierto a una alianza con An Nahda. El podría garantizar con su mera presencia en una coalición de Gobierno que el nuevo Ejecutivo salido de las urnas -con la delicadisima misión de redactar una Constitución que debe ser refrendada por la nueva cámara, de 217 diputados- no se deje llevar por la religión sino por la construcción de una democracia.

Es legítimo el temor de los sectores laicos de Túnez a que la llegada de An Nahda revoque los avances sociales, concretamente en cuanto a la situación de la mujer y las leyes de la familia, que hicieron del país árabe el más progresista de la región seguramente junto al Irak de Sadam Husein. En la antigua Mesopotamia, la invasión y la posterior guerra civil implicó un cataclismo para las féminas, que se vieron despojadas de sus derechos más elementales por los clérigos aupados al poder por el Ejército norteamericano. Pero Ghannouchi no es Abdelaziz al Hakim ni Muqtada al Sadr, ni la revolución social puede equipararse de ningún modo a los cambios impuestos mediante una agresión externa. El cambio ha salido de la población, y será ésta quien lidie con el resultado de las urnas como ocurre en toda sociedad democrática.

Como escribía Issandr al Amrani, responsable del Blog The Arabist, en las páginas del diario The Guardian, "parece un milagro observar a un país que hace solo un año tenía uno de los regímenes policiales más represivos de la región celebrar ahora elecciones libres. No se trata de que lo sean técnicamente, a diferencia de la tan aclamada elección en Irak, no se lleva a cabo en medio de una guerra civil ni una ocupación militar ni con cálculos sectarios como los que caracterizan las elecciones del Líbano. Estas elecciones se llevan a cabo con un espíritu democrático, porque los partidos en Túnez no están respaldados por milicias ni bandas armadas".

Hay razones para el optimismo. La euforia de Marzouki a la salida del colegio donde votó tras horas de espera en una cola era memorable. "Los tunecinos han demostrado al mundo cómo hacer una revolución pacífica sin iconos ni ideología, y ahora vamos a mostrar al mundo cómo construir una verdadera democracia", afirmó ante la prensa este liberal que también vivió en el exilio perseguido por la dictadura de Ben Ali. "Esto tendrá un impacto real en lugares como Libia, Egipto y Siria una vez que caiga su régimen. El mundo árabe entero nos está mirando".

Ahí radica la belleza de las elecciones tunecinas: no sólo demuestra que el cambio es posible en Oriente Próximo, finca de déspotas apoyados por intereses extranjeros indiferentes al padecimiento de sus poblaciones, sino que devuelve a las sociedades el poder de decidir su destino pese a las injerencias extranjeras. Si con el tiempo consideran su voto equivocado, tendrán oportunidad de corregir su error, y si su opción democrática se torna dictatorial o intransingente, siempre podrán salir a la calle para revertirla. El poder ha recaído en el pueblo de Túnez, está a punto de hacerlo en Egipto y Libia y Yemen y Siria esperan su turno, decididos por fin a tomar las riendas de su Historia. La primavera árabe da nuevos y jugosos frutos en otoño.

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