Un prometedor otoño árabe

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El presidente yemení Alí Abdulla Saleh, ayer, durante la firma con el Consejo de Cooperación del Golfo de una iniciativa para resolver la crisis de Yemen con su salida del poder. / Efe

La lejanía física y mental que nos separa de Yemen ha hecho que la noticia de ayer no tuviera la trascendencia que merecía. El dictador Ali Abdullah Saleh, 33 años ejerciendo de autócrata, el mismo que consideraba a sus ciudadanos serpientes y que hacía negocios con Estados Unidos para ayudarle en su lucha antiterrorista al tiempo que jugaba con la presencia de Al Qaeda en su país, hizo ayer lo que su pueblo no había logrado que hiciese en diez meses de protestas.

Saleh firmó el acuerdo de salida que le había preparado en primavera el Consejo de Cooperación del Golfo, la institución regional controlada por Arabia Saudí, lo que suprime sus poderes y le deja en el poder 90 días más de forma meramente nominal antes de que pueda buscarse un retiro, posiblemente en Arabia Saudí, ese destino amable y preferente de dictadores y criminales de guerra. O lo que es lo mismo, las revoluciones árabes se cobraron ayer otra víctima, la cuarta en lo que va de año, recuperando así su vitalidad y las fuerzas que necesitan para derrocar al resto.

Saleh es un maestro de todos los trucos, por lo que muchos temen que su salida -que lleva implícita el beneficio de la inmunidad para ultraje de los yemeníes- quede abortada por alguna artimaña de última hora, si bien la firma del acuerdo del CCG le obliga ante sus patrones saudíes a cumplir el compromiso adquirido. Todo parece indicar que Riad ha sopesado bien los pros -la permanencia al frente del país vecino de un dictador socio y amigo- y los contras -cientos de miles de personas en las calles, las tribus en contra, los separatistas del sur y los grupos armados houthis en el norte en contra y, lo que es más importante, parte del Ejército desertando y cayendo en manos del general Ali Mohsen, también en contra- antes de decidirse a quemar a su marioneta saudí.

Hasta ahora se decía que si Estados Unidos y Arabia Saudí no le obligaban a caer era porque carecían de una alternativa política con la que rellenar su vacío. Ahora la incógnita será si permiten a los yemeníes elegir su futuro en las urnas, como exigen en las calles desde finales de enero con un alto coste de vidas humanas, o si les imponen a su próximo dictador.

No fue el único dictador acorralado, ayer. En Bahréin, la monarquía vitalicia y suní de los Al Khalifa que gobierna a una población mayoritariamente chií mediante la discriminación y la falta de respeto por los Derechos Humanos recibió ayer una bofetada en forma de informe: el que encargó el rey en persona a una comisión independiente para esclarecer si hubo violaciones de los DDHH en la represión de las protestas de marzo y en las jornadas posteriores.

Por si quedaban dudas -no a las principales ONG locales e internacionales, que llevan denunciando el uso habitual de la tortura y la imposición de cortes marciales contra detenidos civiles con elevadas penas de prisión- la Comisión Independiente de Bahréin desglosa en sus 500 páginas de informe el “uso excesivo de la violencia”, las “detenciones injustificadas”, los “malos tratos” y la “tortura física y psicológica” que acompañaron la represión del levantamiento social. Tras recabar los testimonios de unas 5.000 personas, entre ellas 1.600 detenidos, la Comisión leyó ayer como estaba previsto sus conclusiones frente al rey, que no tuvo más remedio que asumir los abusos de su régimen y anunciar los "dolorosos hechos no se van a repetir" además de prometer reformas para "adecuar las leyes a los estándares internacionales" y adelantar que los implicados pagarán por ello.

Pocos en Bahréin, sede de la V Flota norteamericana y socio imprescindible de su vecino Arabia Saudí, han creído a su rey sobre todo porque los últimos responsables de la represión son miembros de su propia familia y éstos no pagarán nunca. Ayer, horas antes de que el informe saliera a la luz, la policía reprimía por la fuerza una manifestación de duelo en memoria de un hombre muerto la víspera por las fuerzas de Seguridad. Y luego está todo lo que no se incluye en un informe sobre Derechos Humanos y que altera igual la vida de los bahreiníes: mezquitas chiíes destruidas por el régimen suní, miles de funcionarios despedidos por manifestarse o por estar en desacuerdo con el régimen, estudiantes que deben jurar lealtad antes de ser aceptados en la Universidad...

El Congreso de Estados Unidos esperaba las conclusiones de ese informe antes de aprobar un contrato de armas a Bahréin por valor de 53 millones de dólares. Habrá que ver si la constatación de abusos lo paraliza o si es firmado en forma de cualquier otra cosa. Porque las denuncias contra Bahréin nunca calan gracias a sus padrinos regionales e internacionales: a sus ciudadanos les han robado su revolución desde fuera por meros intereses materiales.

En la tierra de los faraones no están dispuestos a permitir que les suceda lo mismo. Algunos dicen que las manifestaciones que vuelven a sacudir las principales ciudades son una segunda revolución, pero los egipcios insisten que se trata de poner fin a la revolución que los militares no les dejaron terminar. Los uniformados, que en febrero se presentaron como salvadores y garantes de los derechos de los ciudadanos, son en realidad más de lo mismo con otro nombre.

De hecho, es posible que Hosni Mubarak no fuera más que un instrumento de una institución que lleva en el poder de Egipto desde el golpe de Estado contra la monarquía, allá por los años 50. Desde entonces sólo los militares han gobernado y por eso son reacios a entregar el poder a manos civiles, como les exigen los manifestantes que hoy toman las principales ciudades de Egipto. Torturas, cortes marciales, detenciones arbitrarias... los mismos abusos que caracterizaron a la época Mubarak caracterizan hoy a la Junta Militar egipcia. Y sabiendo que pueden perder el poder cuando lo transfieran a manos civiles, intentan garantizarse el estatuto de garantes de la Constitución y el Estado egipcio -una suerte de inmunidad para cualquier cosa- mediante una cláusula en la Carta Magna todavía en preparación.

Tienen razón los manifestantes cuando dicen que terminan algo que nunca acabaron: la revolución sólo finalizará el día en que un Gobierno salido de las urnas tome el control de Egipto y los militares transfieran sin dudas el poder. En Siria aún queda mucho camino por andar. El régimen está dispuesto a morir matando aunque arrastre a toda la población -y seguramente a toda la región- en el intento y cada día las víctimas se cuentan por decenas. En Arabia Saudí hoy se producían enfrentamientos en la región de Qatif donde ya se han observado protestas reprimidas por las fuerzas de Seguridad en los últimos meses, revitalizando una revuelta mínima pero de potencial ilimitado. En Kuwait, el asalto al Parlamento para pedir la dimisión del primer ministro hizo saltar las alarmas sobre la cuestionable estabilidad social del país, como ocurre cada vez que en Jordania las calles de Aman viven protestas por la corrupción que rodea al régimen.

¿Se trata de las revoluciones venideras? Probablemente sí, o de las revoluciones silenciosas que trazarán el futuro de estos países con menos intensidad y menos ruido mediático. Porque los ejemplos de los dictadores Ben Ali, Mubarak y Gaddafi ya son irreversibles. Basta de decir que en la cultura musulmana la población necesita "mano dura" o "gobernantes fuertes" que garanticen la estabilidad porque no representan dicha estabilidad sino sus propios intereses. Los árabes han aprendido que de ellos sí depende el cambio y están dispuestos a tomar el futuro en sus manos, en lugar de dejarse manejar por los autócratas al servicio de su propia agenda. Y están dispuestos a morir por ello.

1 Comment
  1. celine says

    Es apasionante, aunque también preocupante, lo que ocurre en los países árabes y habrá que estar al tanto del «otoño árabe», como dices, Mónica. Hay mucho que leer para ponerse al día y dejar de caer en los clichés habituales. Ojalá tengan suerte en Yemen y en Egipto, en Libia y en Túnez. En Marruecos.

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