El «caso Hashemi» y la oleada de atentados profundizan la fragmentación de Irak

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Vista de un edificio afectado por la explosión, ayer, de un coche bomba en el barrio de Karada de Bagdad. / Ali Abbas (Efe)

Como si se tratara de un guión preestablecido hace tiempo, la retirada de las tropas norteamericanas ha coincidido “casualmente” con el estallido de una nueva crisis política en Irak; una compleja crisis de consecuencias imprevisibles, a la que tampoco le ha faltado la correspondiente cadena de sangrientos atentados, pero que puede conducir a una definitiva fragmentación del país.

La nueva crisis estalló el pasado día 18, cuando el vicepresidente Tarek al Hashemi, que representa a la comunidad suní en la jefatura del Gobierno, fue señalado como instigador de varios atentados, uno de ellos a las mismas puertas del Parlamento, tras unas declaraciones en ese sentido realizadas por tres de sus guardas de seguridad.

Hashemi, que es uno de los principales dirigentes del bloque Al Iraqiya, liderado por Ayad Alawi, lo niega todo y asegura que se trata de un montaje del primer ministro, el chií Al Maliki, para seguir concentrando todo el poder en sus manos. Saleh al Mutlaq, compañero de coalición con Alawi y Hashemi, no se ha andado tampoco por las ramas y ha comparado la forma de gobernar de Maliki con la dictadura de Sadam Husein.

El problema se ha complicado considerablemente al haber burlado Hashemi la Justicia escapando a la región del Kurdistán, integrada dentro del Estado iraquí pero que, en la práctica, funciona con una independencia casi total.

Maliki ha exigido al Gobierno kurdo, con sede en la ciudad de Arbil, que entregue al prófugo, pero no puede hacer nada más, ya que el Kurdistán cuenta con su propio ejército, fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia. Arbil, que mantiene con Bagdad desde hace años importantes contenciosos sobre el control de territorios y recursos petrolíferos, ha considerado a Hashemi como su “invitado” y no piensa detenerlo a no ser que un juzgado kurdo lo ordene, algo que difícilmente ocurrirá si, previamente, no lo decide el Gobierno de Arbil.

Tarek al Hashemi. / Phillip Dhill (Efe)

Como ocurre con casi todo en Irak, el culebrón de Al Hashemi solo es el escaparate de las fuertes tensiones que siempre han existido por el reparto del poder entre las tres grandes comunidades: los chiíes, que representan casi el 60 por ciento del total, los kurdos y los árabes suníes, cada uno de ellos, aproximadamente, con el 20 por ciento de la población.

Aunque desde las elecciones de marzo del 2010 hay, sobre el papel, un acuerdo de Gobierno entre los representantes de las tres comunidades, la situación real de Irak en estos momentos es que los partidos chiíes no dejan de aumentar su poder con el respaldo poco disimulado de sus correligionarios iraníes. Mientras, las provincias suníes son descaradamente marginadas de los proyectos de desarrollo y los kurdos se gobiernan por su cuenta con un considerable éxito económico y social.

Este hecho ha llevado a que muchas fuerzas suníes del bloque Iraqiya, inicialmente opuestas al sistema autonómico, estén exigiendo ahora el autogobierno para las provincias de Anbar, Nínive, Salahadin y Diyala, es decir para toda la mitad norte de Irak a excepción de la zona controlada por el Gobierno kurdo. Reclamando esta autonomía, estarían reconociendo la imposibilidad de formar un Gobierno nacional con los chiíes y, por lo tanto, manifestando la necesidad de gobernarse por sí solos dando la espalda a Bagdad.

La reciente retirada del bloque Iraqiya del Parlamento no haría más que confirmar esta fragmentación política de Irak, que se ampliaría si, como amenaza Maliki, también son expulsados del Gobierno sus representantes en respuesta al poyo que Iraqiya ha dado al vicepresidente perseguido.

Tampoco resulta extraño que el Gobierno kurdo haya acogido como “amigo” a Hashemi. En líneas generales, apoya las reclamaciones autonomistas de los suníes porque estas nuevas exigencias consolidan la concepción federal que siempre ha defendido para el Estado iraquí. Por otra parte, el acercamiento entre kurdos y árabes suníes le permitiría crear un frente común ante el cada vez más poderoso Gobierno central, aunque este acercamiento solo sería factible si los representantes de estas dos comunidades dirimen sus diferencias respecto a los territorios de Kirkuk y Sinjar.

Y, como siempre, el principal riesgo de esta situación estriba en que Maliki intente hacer uso de la fuerza para imponer su autoridad, provocando así el reinicio de la violencia interconfesional aunque ya sin el “colchón” del Ejército estadounidense que, teórica y oficialmene, dice dejar un país “más estable e independiente”. La denominada insurgencia no ha desaprovechado la ocasión para echar más leña al fuego con una nueva oleada de atentados. Las decenas de muertos causadas en la capital son el peor augurio para el comienzo del primer año sin presencia militar norteamericana.

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