El Líbano se deja arrastrar a la guerra

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Coches destrozados tras los combates en el barrio de Tareq al Jdideh, en Beirut. / Mónica G. Prieto

BEIRUT (EL LÍBANO).– La universitaria, melena rizada, gafas de pasta y carpeta bajo el brazo, caminaba por la avenida de la Ciudad Deportiva con las prisas propias de quien llega tarde a clase. El ruido de los casquillos bajo sus pies le despistó por un momento; un charco de sangre seca cambió la expresión de su cara. Cuando giró la esquina de la calle que conduce a la facultad de Ingeniería de la Universidad Arabe de Beirut, en el barrio de Tareq al Jdideh, el espectáculo que se desveló ante sus ojos le hizo ralentizar sus pasos y volverse hacia atrás, con la expresión sobrecogida de quien no sabe cómo actuar. Todos los coches aparcados en la calle, una veintena, estaban destrozados por los tiroteos, cuando no calcinados por las explosiones. Los esqueletos de cinco motocicletas yacían ante el edificio del Movimiento Arabe, dirigido por Shaker al Berjawi, y los escombros y vidrios rotos cubrían la calle.

“El tiroteo comenzó sobre la 1 de la mañana y no terminó hasta las cuatro”, explicaba Walid, residente de un inmueble vecino con un claro rastro de cansancio en el rostro. “Disparaban con fusiles, con lanzagranadas... Cada 10 minutos escuchábamos una explosión”.

Varios milicianos limpian sus armas en Trípoli. / Mónica G. Prieto

Eso explicaba que la primera planta del edificio, que albergaba las oficinas de Berjawi, estuviese ennegrecida por las llamas. Según los vecinos del barrio beirutí, todo comenzó cuando una veintena de hombres –descritos como milicianos- se apostaron en el balcón del Movimiento con fusiles de asalto. “Eso fue una provocación”, continúa el portero. “Un grupo de jóvenes vino cantando ‘Sólo Hariri y Dios’, y uno de los individuos les disparó. Así comenzó la refriega”.

Dos muertos y una veintena de heridos dejaron los combates callejeros que se vivieron en la madrugada del lunes en Beirut, confirmando que la violencia que comenzó hace una semana en Trípoli, la capital suní del país del Cedro, y continuó el domingo con el asesinato de dos religiosos suníes en Akkar, al norte, -la mecha de los combates del lunes en Beirut- pueden contagiarse a todo el país en cuestión de segundos. La crisis siria, el enfrentamiento sectario libanés y los antiguos (y recientes) rencores actúan como telón de fondo de una situación explosiva, que puede empujar al país a una nueva guerra civil como la que ya vivió entre 1975 y 1990.

Funeral del clérigo Ahmed Abdel Wahab, asesinado en la región de Akkar el domingo. / Mónica G. Prieto

La peculiar situación del Líbano parece insostenible. Gobernado por la coalición parlamentaria del 8 de Marzo, en la que se incluye Hizbulá y marcadamente favorable al régimen de Damasco, el país ha intentado mantenerse neutral para evitar sensibilidades internas desde el inicio de la revolución siria, hace ya más de un año. Pero un importante sector de la población, leal al 14 de Marzo (una coalición anti-régimen sirio) y, en especial, la mayoría suní, se siente directamente agredida por Damasco –el sentimiento sectario regional es cada vez más fuerte, hermanando a comunidades religiosas más allá de sus fronteras- y considera que Beirut colabora, con su silencio, en la muerte de sus vecinos sirios.

“Esto es una prueba de que Siria quiere extender su crisis al Líbano”, argumentaba otro vecino de Tareq al Jdideh, que se identificaba como Mohamed. “Permitir que un hombre como Shaker al Berjawi tenga una oficina con gente armada en este barrio es una provocación”, continúa.

Escena del funeral celebrado en la aldea de Bireh. / Mónica G. Prieto

Tareq al Jdideh es un barrio eminentemente suní, donde cada crisis política suele tener repercusión en forma de corte de carreteras y quema de neumáticos pero, hasta ahora, rara vez terminaba con víctimas mortales gracias a la naturaleza homogénea del barrio. Según los vecinos, así como analistas consultados, el Partido de Dios estaría fortaleciendo y aumentando sus alianzas con facciones suníes para evitar que los chiíes libaneses se vean involucrados en combates que, sin duda, generarían una guerra civil en el país.

“Hace tres años que Berjawi se alió a Hizbulá, pese a que en los combates de 2008 se enfrentó contra los chiíes. Pero el dinero le hizo cambiar de opinión”, argumenta Walid frotando el índice y el pulgar en un expresivo gesto, antes de ser secundado por Mohamed. “Ahora llega el Ejército, mire...”, decía mientras señalaba un vehículo de transporte de tropas que se paraba en la esquina que da a la Universidad. “¿Dónde estaban anoche, cuando todo el mundo disparaba? Ellos están permitiendo que nos arrastren a la violencia”.

Edificio de Trípoli, escenario de enfrentamientos armados desde hace una semana. / Mónica G. Prieto

El Ejército, hasta ahora la institución más neutral del Líbano, perdió parte de su buena imagen el domingo, cuando el sheikh de la región norteña y suní de Akkar, Ahmed Abdel Wahab, y Mohamed Hussein Merheb, un clérigo que le acompañaba haciendo las veces de guardaespaldas, fallecieron en un tiroteo provocado por un checkpoint militar en lo que el 14 de Marzo ha tachado de “asesinato”. La furia de la comunidad suní del norte del país llevó a protestas, a los cortes de carreteras con neumáticos ardiendo y a una petición de que se retirase inmediatamente el Ejército que, finalmente, fue cumplida. Esa misma ira, importada a Beirut, fue el detonante de los combates en Tareq al Jdideh.

El funeral, ayer, fue una demostración de fuerza de la comunidad suní del norte, donde se ondearon banderas sirias y se dispararon decenas, si no centenares, de armas. Diputados anti-sirios como Mouin Merhebi exigieron la dimisión del jefe del Estado Mayor del Ejército, Jean Kahwaji, o bien su destitución como única vía para abortar un enfrentamiento civil para el cual todos parecen estar preparados. Especialmente en Trípoli, donde los enfrentamientos sectarios se han acelerado desde hace una semana en protesta por el arresto de islamistas libaneses supuestamente vinculados a la revolución siria. El clérigo asesinado el domingo también era un activo partidario de los insurrectos sirios, y se vanagloriaba de estar enviando ayudas al país vecino.

Al Líbano le ha tocado el momento de decidirse. Da la impresión de que fuerzas regionales y mucho más poderosas que las locales se han cansado de la pretendida neutralidad de Beirut, que oficialmente no adopta ninguna posición hacia la crisis siria. Ni condena la represión contra los civiles, sublevando así a su población pro revolucionaria, ni actúa para evitar el flujo de armas, combatientes y refugiados entre ambos países, suscitando duras críticas en Damasco. Hay quien piensa que hay órdenes de desestabilizar el Líbano para sacar rédito en Siria, y hay quien considera que Beirut ha decidido poner fin a la apertura de sus fronteras para dinamitar al Ejército Libre de Siria, que actúa en el norte suní del país, y a los activistas refugiados en el país del Cedro. Sea como sea, el Líbano vive momentos extremadamente delicados que, para muchos, cuestionan gravemente su estabilidad.

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