La población libia da el primer paso para desactivar el amplio poder de las milicias

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Empleados de la Comisión Electoral acumulan urnas selladas antes del recuento de los votos en Trípoli. / S. Elmhedwi (Efe)

Las revueltas árabes han vuelto a sorprender al mundo entero. En Libia se daban todas las condiciones para que el proceso electoral fuera un fracaso. Prácticamente eran las primeras votaciones multipartidistas de su historia; el país estaba en manos de poderosas milicias locales que se permitían el lujo de paralizar el aeropuerto internacional de Trípoli o la exportación de petróleo en la terminal de Ras Lanuf; tampoco existían partidos políticos propiamente dichos, ni siquiera en la clandestinidad o en el exilio, y los que se presentaban a los comicios del sábado, 7 de julio, apenas llevaban unos meses funcionando.

Además, teniendo en cuenta el dominio absoluto de la religión islámica y el protagonismo de las tendencias salafistas durante la revolución, también se esperaba que los integristas, en concreto el Partido de la Justicia y la Construcción, respaldado por la Hermandad Musulmana, se alzaran con una holgada victoria, siguiendo así los pasos de sus correligionarios en Túnez y Egipto.

Pero ninguna de estas previsiones se ha cumplido. Las votaciones se han desarrollado con relativa normalidad y, para sorpresa de todos, la Alianza de las Fuerzas Nacionales, una amplia y diversa coalición de grupos religiosamente moderados y pro-occidentales, ha conseguido una indiscutible victoria en las ciudades de la costa mediterránea, donde se concentra casi toda la población del país. Solo en Misrata la alianza del ex primer ministro Mohamed Yibril ha sido derrotada, pero no por la lista de la Hermandad sino por la Unión Patriótica, un grupo formado por Abdulrahman Sewehli,  jefe de la milicia local.

A falta de conocerse el escrutinio definitivo, sobre todo el que concierne a los candidatos independientes (120 de los 200 que forman el Consejo Nacional General o parlamento constituyente), se puede decir que el pueblo libio ha refrendado la “hoja de ruta” para normalizar la vida política del país, manteniendo los actuales vínculos con los países europeos que ayudaron al pueblo libio a deshacerse del régimen de Gadafi. Se trata, en definitiva, de un espaldarazo al proceso de transición y, consecuentemente, el primer paso para desactivar las poderosas milicias que todavía están presentes a lo largo y ancho del país.

Pero este camino hacia la normalización no ha hecho más que empezar. Cuando, dentro de unos días y tras la publicación de los resultados definitivos, se reúnan los 200 diputados (120 “independientes” y 80 de listas partidarias), tendrán que nombrar a un presidente del Consejo Nacional General, que, a su vez, propondrá un primer ministro. En ese momento, un nuevo gobierno sustituirá al actual Consejo Nacional Transitorio. También deberá formar una comisión constitucional encargada de redactar la carta magna que dé paso a unas nuevas y definitivas elecciones parlamentarias, seis meses después de que el texto constitucional sea revalidado en referéndum popular.

En la lectura de estos primeros resultados, igualmente se constata que es un grave error reducir la confrontación electoral de las sociedades musulmanas a una disyuntiva entre islamismo y laicismo. Como ya se ha visto en Túnez, Egipto, Argelia, Marruecos y ahora también en Libia, nos encontramos con una gran diversidad de opciones políticas, tanto dentro de las fuerzas laicas como de las que se reclaman del islam.

En este sentido, no deja de ser sintomático que la victoria de Yibril haya “coincidido” con la destrucción por parte de un milicia salafista del mausoleo de Al Balawi en la ciudad de Derna, un santuario venerado por las influyentes corriente sufíes que, desde hace siglos, existen tanto en Libia como en otros países del Magreb y del Sahel. Se trata de un fenómeno que se repite por todo el Àfrica musulmana: las versiones locales del islam, mucho más tolerantes, son los mayores enemigos de las tendencias integristas radicales que, como el salafismo, han sido importadas de otros países, como Paquistán o Arabia Saudí, en los últimos años.

A ellas habría que añadir otras formas de interpretación islámica, como hace la cofradía Sinusi, de histórica presencia en la Cirenáica, el pueblo bereber extendido por la frontera con Túnez o los tebus, que pueblan el sur del país, junto a la divisoria con el Chad. Tampoco es una casualidad que estas tres regiones estén planteando reivindicaciones de carácter autonomista, en el caso de los tebus con una resistencia armada que ha impedido la apertura de colegios electorales en Kufra.

Indudablemente, si se confirma el triunfo de las listas moderadas respecto a las integristas, una de las principales y más difíciles tareas del nuevo parlamento será recoger en la nueva constitución esta diversidad constatada por las urnas.

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