¿Quién es Mitt Romney?

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Portada del último número de 'The New Yorker'.

NUEVA YORK.– A dos semanas de las elecciones, ésta es la portada de la revista The New Yorker, semanario político, cultural y literario, lectura obligada de la intelectualidad estadounidense de corte progresista y reflejo del Zeitgeist clásico neoyorquino.

En ella, Mitt Romney acude a tacharse viejos tatuajes y a adquirir otros nuevos, demoledora caricatura de un pragmático candidato que ha pasado por tantas reencarnaciones distintas que ya pocos saben cuál es su verdadero ideario político. El Romney de la recta final de la campaña electoral, el de los debates contra Barack Obama, sorprende a todos con un nuevo discurso que pronuncia sin inmutarse, como si su tiempo como gobernador de Massachusetts no hubiera existido y como si su paso por la circense primaria republicana de 2012 hubiera sido sólo un trámite por todos olvidado.

Es cierto que todo candidato que quiera triunfar en las generales pasa por un clásico ejercicio de moderación para extenderle la mano al votante independiente. Nunca, sin embargo, fueron los cambios y giros tan rápidos, drásticos, constantes y profundos como en el caso del que pudiera a arrebatarle a Obama un segundo mandado en la Casa Blanca. El discurso más reciente del demócrata diagnostica socarronamente a su contrincante con la enfermedad de la "Romnesia".

La estrategia de Romney ha tenido por el momento un éxito que pocos imaginábamos. Hace más de un año, cuando empezó a hablarse de su candidatura, yo la di por descartada, por el simple hecho de que la tan demonizada reforma de salud de Obama -arma más potente en el arsenal republicano desde el año 2010- se había inspirado en la ley que el mismo Romney había firmado en Massachusets. ¿Cómo iba a poder él, autor de Romneycare pedir la derogación de Obamacare? Para sorpresa de muchos, lo ha logrado. Primero, pidiendo una derogación total, defendiendo el derecho de los estados a crear sus propios mecanismos de seguro médico; últimamente, hablando de dejar en vigor los apartados más populares, como la obligatoriedad de proporcionar una póliza a todo aquél que la solicite, sin importar su historial médico previo.

Uno de los ejemplos más chocantes de este espíritu camaleónico pasó durante el debate del martes pasado casi desapercibido. Tras meses intentando complacer a la derecha más rancia prometiendo retirar todos los fondos públicos a la organización Planned Parenthood, que ofrece servicios de salud reproductiva y planificación familiar de manera gratuita o a un módico precio en muchos rincones del país (también realiza abortos, si bien esta práctica no es subvencionada por el gobierno federal), Romney, contestando a una pregunta sobre igualdad salarial en el lugar de trabajo, dijo que "toda mujer en América debería tener acceso a anticonceptivos". Nueva aseveración de un candidato que ha acusado al gobierno de Obama de atacar la libertad religiosa al obligar a la Iglesia Católica a incluir la cobertura de anticonceptivos en los planes de seguro médico de sus empleadas.

Romney también hace años defendía el derecho de la mujer a interrumpir el embarazo, y ahora está convencido de que el aborto sólo debe ocurrir en casos de violación, incesto o riesgo de salud para la madre, además de expresar su deseo de elegir jueces al Tribunal Supremo que inclinen la balanza y terminen por derogar la ley que en los setenta legalizó el aborto.

El voto femenino es tan importante como el latino. De ahí que también ahora Romney, al hablar de inmigración, siempre nos recuerde que su padre nació en México. Ha borrado la palabra auto-deportación de su vocabulario, si bien, más amablemente, habla de cómo al retirar beneficios e impedir la obtención de empleo, muchos "indocumentados ilegales" (como los llamó el martes) decidirán marcharse a sus países de origen.

De todos modos, Romney quiere que el electorado haga la vista gorda en éstos y otros muchos temas. "Lo principal es la economía en esta elección, no los temas sociales", me decía una estudiante de la Universidad de Hofstra el pasado martes, antes del debate, aceptando la premisa original de su campaña: él es empresario de éxito y sabe cómo enderezar esta maltrecha economía. Estados Unidos necesita hoy un buen gestor.

Por ese camino también transcurrirá el tercer y último debate de este lunes. Se centrará en política internacional, un campo en el que Romney no ha logrado establecer diferencias significativas con Obama. Sin embargo, la mala gestión que el gobierno Obama ha demostrado de la crisis en Benghazi, que terminó con la muerte del embajador estadounidense en Libia, será sin duda la narrativa que enmarque la discusión. Los pronunciamientos del presidente han sido tan ambiguos, confusos y retorcidos como las posiciones políticas del candidato republicano.

Si llega a establecerse que Obama mintió sobre las causas de la muerte del embajador, el error podría terminar de convencer en unos días al puñado de indecisos que tienen la llave de la reñida contienda que siguen mostrando las encuestas.

Poco importará entonces quién sea el verdadero Romney.

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