Barzani llama a la diáspora para hacer del Kurdistán un nuevo país en Oriente Medio

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Una de las numerosas y modernas urbanizaciones que se pueden ver actualmente en el norte de Irak. / Manuel Martorell

Quien no haya recorrido el Kurdistán iraquí inmediatamente después de la Guerra del Golfo de 1991 difícilmente puede hacerse a una idea de los impresionantes cambios registrados durante estos veinte años. Volver a ver ciudades entonces literalmente arrasadas (Penjween, Jormal, Qala Diza…), recorrer paisajes intensamente urbanizados donde dominaba la desolación o contemplar la expansión de ciudades provincianas, Arbil, Dahok y Suleimani, dan solo una idea del “milagro” ocurrido en una  región que hace solo dos décadas estuvo a punto de desaparecer del mapa.

Las nuevas urbanizaciones que se ven por doquier, los centros comerciales, aeropuertos internacionales, fábricas de cemento, centrales eléctricas, la pujante industria petrolífera, universidades, la red de carreteras… indican unos avances que no han hecho más que empezar y que podrían convertir al Kurdistán iraquí no solo en la “locomotora” económica de Irak sino del conjunto de Oriente Medio.

La celebración, entre el 11 y el 15 de octubre, del Congreso Científico internacional de Arbil ha puesto sobre la mesa la encrucijada en que se encuentra esta parte de Irak, donde viven cerca de cinco millones de personas. Más de medio millar de especialistas y profesores universitarios, fundamentalmente de la diáspora kurda, respondieron al llamamiento del Gobierno Regional para compartir ideas sobre el rumbo que deben tomar, a partir de ahora, las políticas de desarrollo.

Obviamente, entre el centenar de comunicaciones presentadas, bien a través de intervenciones en la tribuna o utilizando paneles desplegados en el vestíbulo del Congreso, se podían apreciar distintos grados en la profundidad del análisis o de interés por el tema elegido, pero, como comentó el presidente regional, Masud Barzani, el multitudinario encuentro era una ocasión para que la diáspora kurda comience a participar en la construcción de un nuevo país.

Masud Barzani dirigiéndose a los participantes en el Congreso. / KRG

Muchas intervenciones planteaban los grandes retos a los que se enfrenta esta nueva entidad política y económica que está emergiendo en el corazón de Oriente Medio: el impacto social de las grandes áreas metropolitanas que se están formando, las carencias de los suministros básicos y asistenciales, las consecuencias de una emigración del campo a la ciudad que no cesa, la necesidad de políticas de desarrollo en las áreas rurales, la asignatura pendiente de la autosuficiencia agraria, la necesidad de impulsar un sector industrial productivo, la explotación de recursos naturales distintos al petróleo y el gas, como el agua y el turismo, la omnipresencia de los grandes partidos políticos…

La lista de aportaciones al desarrollo de esta autonomía podría ampliarse. Pero, por encima de todo, el Congreso Científico fue una muestra de que el Gobierno de Arbil aún tiene a su disposición un impresionante capital humano de gran cualificación para explotar y aprovechar en el desafío de construir un nuevo país. Muchos de ellos tuvieron que abandonar su tierra natal para escapar de la represión, de las campañas de limpieza étnica o del genocidio, como ocurrió en Irak durante los años 80, y terminaron adquiriendo una elevada formación académica y profesional en las universidades de Europa, Canadá, EEUU y Australia.

Por esta razón, sería más que lamentable que su contribución cayera en saco roto y no tuvieran continuidad en los planes desarrollistas del Gobierno de Arbil. Algunos delegados propusieron la creación de un comité de expertos que estudiaran, junto al Gobierno Regional, la puesta en marcha de las propuestas de mayor interés práctico.

Un delegado iraní destacó la trascendencia histórica que tiene la consolidación esta experiencia autonómica para los cuarenta millones de kurdos que viven separados por las fronteras en Turquía, Irak, Siria e Irán. Según explicaba este joven, los casi diez millones de kurdos iraníes ven en el Kurdistán iraquí de hoy la referencia de lo que mañana puede ser el Kurdistán iraní; y lo mismo se podría decir de las regiones kurdas de Turquía (veinte millones de personas) y Siria (dos millones).

Lo cierto es que los kurdos, el mayor pueblo sin Estado del planeta, jamás han tenido una oportunidad como la actual para construir su propio país. La única experiencia, en este sentido, fue la efímera República de Mahabad, apoyada por la Unión Soviética tras la II Guerra Mundial en el noroeste de Irán. Apenas funcionó un año, entre octubre de 1946 y octubre de 1947, antes de ser aplastada por el Ejército del shah Reza Pahlevi gracias a la complicidad anglo-norteamericana.

En esos doce meses la república presidida por Qazi Mohamed, que sería ahorcado públicamente junto con sus principales colaboradores como escarmiento general, también contó con el apoyo de intelectuales, políticos y militares kurdos procedentes de Turquía, Siria e Irak. Algunos, como los cuatro oficiales iraquíes a los que hoy recuerda un monumento en Suleimani, fueron ejecutados cuando regresaron a su país, frustrada la experiencia de Mahabad.

Otros, como los “peshmergas” (combatientes) de Mustafá Barzani, igualmente procedentes de Irak, lograron alcanzar la frontera de la Unión Soviética, donde encontraron refugio. Sesenta y cinco años después de aquel fallido intento,  su hijo Masud vuelve a pedir el apoyo internacional para que al pueblo kurdo no se le escape esta nueva e histórica oportunidad de alcanzar un sueño que nunca como hasta ahora ha estado tan al alcance de la mano.

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