El pulso de Hong Kong, el gran desafío de Xi Jinping

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Activistas de Occupy Central participan en una sentada ante las oficinas del Gobierno Central de Hong Kong en el cuarto día de la campaña de desobediencia civi. / Dennis M. Sabangan (Efe)
Actualización del 2-10-14 con imágenes de la cuarta jornada de protestas

¿Hasta cuándo va a permitir China, un país que no tolera un ápice de disidencia interna, la insurrección social en Hong Kong? La pregunta suscita dudas razonables tras cinco días de ocupación popular del centro del poder de la excolonia británica a manos de estudiantes y personas de todas las edades que exigen dos cosas: la dimisión del actual jefe del Ejecutivo, Leung Chun-ying –considerado próximo a Pekín- y un verdadero sufragio universal sin las restricciones anunciadas el pasado 31 de agosto por las autoridades chinas, según las cuales los candidatos a las elecciones de 2017 tendrán que superar el veto de una suerte de consejo electoral.

Por un lado, el liderazgo chino –con Xi Jinping a la cabeza, calificado por la revista Economist como el líder chino más poderoso “con total seguridad desde Deng Xiaping, y posiblemente desde Mao”- no parece dispuesto a ceder a las demandas del territorio. Califica a los manifestantes de “extremistas” y tacha las protestas de “ilegales”, avivando el temor a un golpe de mano que acabe con el conflicto e invocando el fantasma de Tiananmen –el precedente que costó centenares de vidas y que sigue muy presente en la memoria colectiva asiática-, pero hasta ahora cede la gestión de la crisis a las autoridades locales.

La ex responsable de las fuerzas de Seguridad locales, leal a Pekín, Regina Ip declaraba al diario local South China Morning Post que las protestas tienen un potencial obvio de convertirse en un mini-Tiananmen. “Creo que la preocupación de las autoridades de Hong Kong es ¿qué pasa si se convierte en un mini-Tiananmen? ¿Quién está detrás de todo esto?”, afirmaba. “[Los estudiantes] recuerdan a Tiananmen, piden diálogo con el jefe del Ejecutivo y rodean su sede. Si la policía no los hubiera dispersado por la fuerza, se había convertido en algo siniestro y amargo”.

Para muchos analistas, se trata del principal desafío al que se enfrenta Xi Jinping desde que llegó al poder, hace dos años.

Si es fiel a su estilo, no tolerará disidencia: según algunos analistas, es probable que encare de forma tajante las protestas para evitar que surjan líderes locales con la legitimidad que confiere el éxito de las manifestaciones. “Ya es mucho más grande de lo que esperaban las autoridades de Pekín y de Hong Kong”, estimaaba el académico Larry Diamong, de la Universidad de Standford, al diario norteamericano New York Times. “No tienen una estrategia para desactivarlo pacíficamente porque eso requeriría negociaciones, y no creo que el presidente Xi Jinping lo autorice. Si recula dará imagen de debilidad, algo que claramente detesta”.

La herencia del problema de Hong Kong –“un país, dos sistemas”, prometió Den Xiaoping hace 16 años- no es fácil. Dar a los habitantes de la excolonia británica derechos de los que carece su propia población es una invitación a la disidencia interna y al malestar en el partido comunista chino. Como estimaba la responsable de la BBC en Pekín, Carrie Gracie, “dos años después de llegar al poder como cabeza del Partido Comunista, Xi Jinping ha amasado un poder personal sin rival y ha dejado claro que él toma personalmente las decisiones que importan. Su campaña anticorrupción le ha generado poderosos enemigos que están esperando a que haga un movimiento en falso. Así lo que ocurre en Hong Kong es mucho más que Hong Kong”.

Por el momento, sin embargo, no hay signos de una eventual represión militar. El jefe del Ejecutivo Leung Chun-ying, quien ha advertido que dimitir no entra en sus planes, ha pedido a la población que no crea los rumores de que el Ejército de Liberación del Pueblo o la policía continental podría ser movilizada para ayudar a sofocar las protestas. Pero tampoco hay signos de que los manifestantes, aglutinados por Occupy Central, vayan a dispersarse. La apuesta ha sido muy arriesgada: declarar una campaña de desobediencia civil y cerrar el centro financiero, con el impacto que eso implica para el tercer centro económico de todo el mundo tras Nueva York y Londres. Pero no es una buena política a largo plazo dadas las pérdidas que ya están registrando los mercados y el temor que se extiende entre los inversores extranjeros: un Hong Kong inestable ahuyenta la capital y eso afectaría a los bolsillos de sus siete millones de habitantes, lo cual convierte la ocupación del centro económico de Hong Kong en un arma de doble filo que puede pasar factura a los organizadores de las marchas en forma de una retirada social de apoyo.

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Varias jóvenes leen mensajes de apoyo a la democracia, escritos en 'post-it', este jueves, en una calle de Hong Hong. / Jerome Favre (Efe)

Sin embargo, parece que los manifestantes no tienen voluntad de ceder. Muestra de ello es que se han erigido tiendas de campaña habilitadas como centros médicos en las zonas de la protesta. Uno de los organizadores, Chan Kin-man, ha asegurado que “los hongkoneses no tienen miedo al gas lacrimógeno, así que no sugeriremos la retirada en este momento”, añadiendo que la protesta permanecerá viva al menos hasta mañana.

Los organizadores –que ya distribuyeron un manual de protestas donde no dejaban nada al azar- han previsto desde cómo resolver el problema de los baños públicos hasta la distribución de comida y agua, así como toallas húmedas con las que paliar los efectos del gas, a los participantes. Y se han visto desbordados por una participación de decenas de miles que hace pensar que la revolución se les pueda ir de las manos. “La movilización ya no pertenece a los lideres de Occupy Central, de la Federación de Estudiantes o de Scholarism”, explicaba ante las cámaras del South China Morning Post el líder de esta ultima organización juvenil, el adolescente (17 años) Joshua Wong. “Ahora pertenece a los ciudadanos de Hong Kong”.

Es imposible saber qué piensa esa mayoría silenciosa que no está saliendo a las calles, y que muy probablemente esté a medias indignada por la represión de los jóvenes y a medias atemorizada por un eventual colapso financiero. Colegios y bancos permanecen cerrados, y sin duda así permanecerán en los dos próximos días, cuando se celebra el 65 aniversario de la fundación de la República Popular China (una de las principales festividades). Una vez que la fiesta termine y llegue la hora de retomar el trabajo y los estudios, se verá la verdadera capacidad y voluntad de revolución.

Las autoridades chinas han calificado la huelga estudiantil que inició la actual ocupación como “una movilización política”, y describen a los participantes como “incívicos y poco civilizados” pese a permanecer adheridos a los principios de la no violencia. Pero son conscientes de que una represión violenta afectaría muy negativamente a su imagen y tendría consecuencias en Taiwan, territorio autónomo considerado por China parte de su República Popular. También podría tener eco dentro del país, donde minorías como la uigur son reprimidas con especial intensidad aprovechando el discurso de la lucha antiterrorista internacional en Oriente Próximo.

El jefe del Ejecutivo hongkonés ha dejado claro que no presentará su dimisión, aunque no se puede descartar una acción parlamentaria que le separe del cargo para satisfacer a los manifestantes y así desactivar parte de la protesta. Al menos tres consejeros del Gobierno han dimitido en protesta por la represión de las manifestaciones por parte de las Fuerzas de Seguridad, que el lunes se retiraron de las calles tras fracasar en su intento de desalojar a las masas con gases lacrimógenos y aerosoles de pimienta. La gran incógnita es si volverán, esta vez para acabar con la revolución de los paraguas.

Los manifestantes, protegidos con paraguas de los gases, se enfrentan con la Policía de Hong Kong. (Facebook Occupy Central)
Los manifestantes, protegidos con paraguas, se enfrentan con la Policía de Hong Kong en una de las primeras protestas. / Facebook Occupy Central
3 Comments
  1. celine says

    Magnífica crónica. Un placer poder leer aquí a Mónica G. Prieto. Suerte en este nuevo destino.

  2. albacora says

    Este intento de desestabilizacion de china esta coordinado por el gobierno de los EUA, al igual que la fallida revolución de color de Tiennanmen. Pronto veremos las provocaciones estilo maidan (marca de la casa) mientras que los asalariados como la autora de este blog le proporcionan cobertura mediatica falsa.

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