Mireia y la revolución

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José María Mijangos *

Mireia Belmonte, oro olímpico en 800 metros mariposa. / Efe
Mireia Belmonte, oro olímpico en 800 metros mariposa. / Efe

Siempre me pareció que el inventor del estilo mariposa fue un sádico. En la piscina de mi barrio había un cartel prohibiendo tal modalidad, pues el socorrista estaba harto de rescatar presuntos nadadores del fondo de la piscina, tal era el esfuerzo que demandaba el estilo.

Por ello, ver avanzar a Mireia Belmonte, destrozando a sus rivales para alzarse con el oro, me reafirma en la idea de que los superhéroes existen sólo que, en vez de disfraces coloridos, se calzan un bañador y se tiran al agua a desafiar a los elementos. Tal es el tesón de la muchacha, que al día siguiente de ganar el oro, volvió a lanzarse a la piscina para merendarse ochocientos metros como quien no quiere la cosa. En mis tiempos de nadador, necesitaba una semana para recorrer tal distancia y con respiración asistida y unos manguitos por lo que pudiera acontecer.

Y es que esta nadadora representa el paradigma de una revolución que, silenciosamente, ha ido estableciéndose en nuestro deporte patrio. La supremacía actual del deporte femenino era impensable un par de décadas atrás. No hay que olvidar que la primera medallista en unos juegos de verano, Miriam Blasco,  no apareció hasta las olimpiadas de Barcelona del 92, ayer mismo como quien dice. Poco después de Mireia, Maialen Chourraut consiguió la medalla de oro en piragüismo en eslalon en aguas bravas, algo así como remar en un jacuzzi a lo bestia, con la precisión y la fuerza que exige tal prueba, donde es más difícil sortear un obstáculo, que irse a pique nada más posar la piragua en el maremoto.

Maialen Chourraut, oro olímpico en piragüismo en la modalidad slalom (K1) / Efe
Maialen Chourraut, oro olímpico en piragüismo en la modalidad slalom (K1) / Efe

Y qué decir de las balonmanistas, las chicas del rugby a 7, del waterpolo o del baloncesto, del hockey sobre hierba, deportes donde hasta hace nada, las féminas españolas participaban en los Juegos Olímpicos desde el salón de sus hogares y activando el mando a distancia. Hasta el 92, como quien dice, la presencia femenina era un dato anecdótico en el olimpismo hispano.  Desde la primera aparición de las tenistas Lilí Alvarez y Rosa Torres en los Juegos de París de 1924, hasta Roma en 1960, no  hubo representación femenina en los juegos veraniegos, y la primera finalista hubo de esperar hasta México 68 con la nadadora Mari Paz Corominas; es decir, 72 años después de la restauración de los Juegos Olímpicos, España tenía una finalista, así estaban las cosas.

Durante los años de la autarquía y su resaca, las deportistas españolas que competían lo hacían a título individual como hobby o actividad paralela y casi ni se les ocurría salir al exterior. Y en el ámbito masculino, salvo el fútbol, el ciclismo y alguna honrosa excepción individual, los deportistas españoles carecían de prestigio y se conformaban en los Juegos Olímpicos con no ser expulsados antes del desfile inaugural y  no ser registrados en el aeropuerto buscando cucharillas doradas en los bolsillos de sus chaquetas. De las mujeres, ni hablar, por supuesto. Si no existían dentro de nuestras fronteras, para qué salir. Todo ello cambió en el 92 y desde entonces, paso a paso, las mujeres han demandado su puesto en el olimpismo y, hoy por hoy, superan en expectativas y éxito a la delegación masculina. Y en deportes jamás imaginados hasta ahora. Recuerdo las sempiternas medallas masculinas de piragüismo, en la década de los setenta y ochenta, con tiarrones pegados a fieros bigotes que parecían comerse las piraguas al terminar la competición para reparar fuerzas. En aquellos tiempos, pensar que una española pudiera competir en deportes de fuerza conllevaba pena de cárcel o ingreso en el frenopático. Hoy por hoy, nuestras chicas compiten en piragüismo, judo, halterofilia y rugby con la pasión y calidad de las mejores.

Hasta ahora, llevamos dos medallas de oro y son dos mujeres. Quedan por conseguir algunas medallas más y si la cosa no cambia, seguirán siendo mujeres. Un cambio que ha ido gestándose paulatinamente, sin revolución aparente, en silencio y con firmeza. Y es que cada vez que contemplo a Mireia lanzarse a la pileta me reafirmo en la idea de que algo ha cambiado en los últimos años. Antes, para ver un partido de hockey sobre hierba femenino en la televisión tenías que vivir en Alemania. Hoy en día, los ofrecen por el canal público y, lo mejor de todo, es que hasta ganan, oiga.

(*) José María Mijangos es escritor.

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