(La Habana)
Un grupo de mujeres se dirige cada domingo a la iglesia de Santa Rita en el barrio habanero de Miramar. Después de misa, recorren pacíficamente la Quinta Avenida en silencio. Visten de blanco y llevan un gladiolo en la mano como única arma. Las llaman las Damas de Blanco y la suya es una lucha pacífica; una batalla sin armas. No hablan de religión. Ni de política. Sólo de libertad. Cada una tiene una historia diferente, pero todas son las mujeres, madres o hijas de los presos de conciencia del régimen de Fidel Castro. Presos que nunca cogieron un arma. No mataron a nadie. No robaron. No estafaron. Algunos tuvieron la valentía de opinar. Otros, la osadía de leer literatura de la que circula en cualquier país. Sin embargo, ellas piensan que a la mayoría los condenaron a penas entre los 12 y 28 años por hacer suyo el Proyecto Varela, un movimiento promovido por Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano de Liberación, con el objetivo de promover reformas democratizadoras en Cuba aprovechando los resquicios de la Constitución cubana. “No pudieron con el líder, con el cabecilla, y castigaron a los ayudantes, a nuestros maridos”. Setenta y cinco hombres encarcelados por levantar en 2003 la bandera de la libertad en un país aletargado por la dictadura castrista. Ese fue su delito.
“Precisamente esta palabra, libertad, es la única que no le escuché a mi marido”, matiza Laura Pollán, la esposa del periodista Héctor Maseda, condenado a 20 años de prisión. Laura es pequeña y enérgica. Desde hace seis años dedica su vida a denunciar las condiciones infrahumanas en las que viven su marido y otros presos. Su voz es suave, dulce, pero retumba con fuerza. “Yo no sé de democracia, pero cuando todo el mundo dice que un Gobierno lo está haciendo mal, será porque ese Gobierno no es bueno”. Las demás asienten mientras ella habla. Es la jefa de un clan surgido a golpe de necesidad y de sufrimiento.
Las mujeres de los presos de conciencia cubanos empezaron reuniéndose -al principio, tres o cuatro como mucho-, en la casa de Laura Pollán, en una pequeña sala de tenue luz en la que juntaban experiencias y lágrimas. Combatían el dolor, pero también la soledad. Se compadecían las unas a las otras y gastaban el tiempo entre labores, conversaciones y cartas o poemas que enviaban a sus maridos. La sala se fue llenando y crecieron sus necesidades: sus ganas de hacer algo, de batallar contra una realidad que cercenaba su existencia como esposas, como madres pero, sobre todo, como sujetos de derechos y obligaciones. Y decidieron saltar a la calle. “Éramos unas analfabetas, pero pudieron más las ganas que las limitaciones y los miedos. Decidimos hacer visible a nuestros esposos saliendo a la calle”. Laura recuerda los nervios, el miedo y la incertidumbre de la primera vez. “No sabíamos lo que iba a pasar; lo que podía pasarnos. Yo se lo comenté a Blanca, la esposa de Raúl Rivero, y ella me alertó del peligro que corríamos. Me dijo: ‘se puede jugar con la cadena, pero no con el mono’ y yo la respondí: tú puedes permitirte quedarte en casa porque todo el mundo conoce la lucha de Raúl Rivero pero nosotras tenemos que hacer visibles a nuestros maridos”.
Y salieron. Tomaron La Habana. Seis mujeres y dos niños. “Teníamos miedo del Gobierno, pero también a la prensa. No sabíamos cómo iban a reaccionar ni unos ni otros. Ya allí, en la Quinta Avenida, recuerdo que escuché de fondo un ruido atronador y, como tenía tanto miedo, creí que eran los golpes del Consejo de Estado que resonaban en toda la ciudad y pensé: ¿qué más pueden hacerme? ¿a qué más le voy a tener miedo? Y marché”, recuerda, ahora riendo, Loida, la esposa de otro preso. Ese día, a través de su marcha por La Habana, tomaron el resto del mundo. Ahora ya son más de 70 y, han aprendido a escribir, a hablar, a definir estrategias, a elegir mensajes, a contrarrestar la campaña desatada para desprestigiarlas en cualquier frente. “En las escuelas ya les enseñan que nosotras, las Damas de Blanco, somos sus enemigos”, explican.
Desde entonces sus intensas caminatas las han eregido en la única voz de los presos de conciencia y han hecho visible un problema que existe desde hace años en Cuba y que muchos niegan gracias al impacto de estas campañas de desprestigio que las define como “las Mercenarias de EEUU y de la Unión Europea”, según convenga inclinar la balanza difamatoria a un lado u otro. Además, soportan su castigo particular. “No hay piedad para nosotras”, afirman. El Gobierno las ha destruido doblemente con la ausencia del marido, del padre o del hermano y el aislamiento de la familia. “La huella es muy grande. Cuando se los llevan a ellos, destruyen a su familia y borran su vida anterior. Mi casa la destrozaron; no nos dejaron ni una foto, ni un recuerdo”, relata Alejandrina. Su marido fue uno de los primeros en desaparecer ahora ya hace siete años. En ese tiempo, él se ha convertido en abuelo y ha tenido que conocer a su primer nieto tras las rejas, en una de las pocas visitas que su familia puede realizar a la cárcel. De acercamiento, ni hablar. Así se castiga a sus familias y doblegan su voz. “Esa es la cuota de castigo que nos toca”, asienten. Aún quedan 18 presos de conciencia fuera de sus provincias. Las cárceles no son todas iguales. Tampoco el trato. “La misma Ley no se aplica en todas por igual. Las hay en condiciones bastante buenas , pero con un trato humano muy duro. Otras están en peores condiciones, pero el personal es más benévolo y las hay infrahumanas en uno y en otro sentido”, explica Laura. El cautiverio castiga incluso a los que llegaron sanos y sin hipotecas. En el mejor de los casos, la única carencia es la humedad de las celdas o la inadecuada alimentación. De nada sirve quejarse. Las acusaciones, aseguran, no llegan a Fiscalía militar. Ellas tratan de suplir las carencias del cautiverio con medicinas y alimentos, quitándose lo poco que ya tienen en un país en el que el sueldo apenas alcanza los 15 dólares y las oportunidades de encontrar trabajo para los familiares de los presos son muy limitadas.
Su batalla no finaliza cuando el marido retorna a casa. En ese momento empieza a librarse una batalla por la supervivencia del amor y del compromiso adquirido. Ahí empieza otra lucha; la de aprender a conocerse y a amarse de nuevo. “La prisión les cambia y nosotras tampoco somos las mismas que dejaron en casa”, explican. Ese horizonte no les resta fuerzas.
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Lo cierto es que los gladiolos han conseguido una pequeña brecha en el férreo régimen. “Ahora, nos ven de una forma diferente. Parece que el Gobierno ha descubierto que estas flores son un arma que dispara dardos contra la conciencia de los cubanos”. Ellas prefieren considerarse las llamitas de un estallido social. Un estallido imparable a pesar del repudio, la violencia física y verbal que sufren desde que empezaron a hacerse visibles y que aumenta según crece su poder o su visibilidad. También queda la consciencia de haber roto barreras en una sociedad y un gobierno marcado por los símbolos masculinos. “Sus victorias han supuesto un gran coste político al gobierno cubano porque, además, no hay forma de que alguien se ponga de lado del Gobierno cuando pegan, maltratan o golpean a mujeres con flores en las manos”, reconocen representantes de la disidencia cubana.
En la misma sala en la que empezaron a reunirse y en la que hoy han recibido al extraño, las Damas se quedan preparando bolsitas con regalos para el Día de la Madre, que en Cuba se celebra el 9 de mayo. Dicen que esperan algunas excarcelaciones de presos durante la visita que hará el canciller del Vaticano, Dominique Mamberti, a mediados de junio. Será que los gladiolos, por fin, han herido conciencias. Ese será su triunfo. El otro, el más interior, es el de haber “aprendido a amar, de nuevo, a Cuba”.
Buena historia! Estas mujeres tienen mucho valor
Una crónica muy amena y bien escrita de algo conocido. Dejo un enlace para quien quiera ampliar: http://www.damasdeblanco.org/
Saludos
Si señor!Totalmente de acuerdo lucas! grandes mujeres!
Si señor!totalmente de acuerdo contigo!son increibles