En salud no se hizo huelga, pero seguimos enfermos

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Manifestación celebrada en Sevilla durante la jornada de huelga general. / Eduardo Abad (Efe)

Si lo que importa son las cifras, los sindicatos ganaron por goleada; eso es lo que dicen sus datos. Pero, ¿de verdad ha sido así? Tampoco los políticos brillan precisamente por decir la verdad, sino que casi siempre proclaman lo que les conviene a su casta y a sus particulares intereses. Es más, al Gobierno y al partido socialista —contra quien se ha hecho la huelga, creo yo, pues ha sido el primero el promotor del Real Decreto-Ley que se rechaza y el segundo su sustento—, tampoco parece que les haya afectado la huelga; es como si, en este tiempo transcurrido, quisieran demostrarnos que el problema no va con ellos.

Para saber que todo sigue igual y seguirá seguramente no hay más que echarle una ojeada a los medios de comunicación. Las mismas radios y televisiones “abrían boca” con la algarada futbolera de turno la misma tarde de la huelga, como si no pasara nada. ¡Ah, es que la Huelga General había sido por la mañana! Bueno, bueno, si es así…

Está claro, pues, que el fingimiento y la mentira han cobrado carta de naturaleza en nuestras vidas y ya no nos importa lo que ocurre de verdad. Y no digamos ya la ideología. ¡Esa sí que nos importa un rábano! Lo que importa es la manduca (que eso debe ser lo primero, ¡por supuesto!), y también tener mucho tiempo libre, y holganza y entretenimiento a tutiplén, y tonterías con qué llenarlo.

Por lo que yo pude observar en algunos hospitales y por lo que me han contado varias personas que ese día trabajaron en Salud, ni siquiera el 10% de profesionales hizo huelga. “Ya, pero es que las enfermeras y los médicos tienen sus propios sindicatos, o son del CESIF, y éstos tampoco apoyaban la huelga”, se ha dicho. Y qué más da, una Huelga General, es una Huelga Geneal... Una opción extrema mediante la que se intentan cambiar las cosas, ¿no? ¡Aunque sea sólo por esa conciencia social que debería tenerse...!, decían algunos. ¿Y qué es eso de la conciencia social?, preguntaban otros. Es más, lo que en la calle se ha escuchado con persistencia ha sido algo así como que “ahora nos llaman a la huelga [los sindicatos], pero dónde estaban ellos cuando nos bajaron el sueldo”. Y cosas parecidas. ¡Menudo despropósito decir esto! Aunque supongo que, lo que en realidad quieren decir los que lo dicen, es que hoy se sienten huérfanos. Huérfanos ideológicamente y sin líderes que les orienten en la vida democrática y social; en una sociedad, además, en la que prima el triunfo fácil, sin esfuerzo, la imagen, y atiborrarse de consumo.

Porque, después de 30 años de presumir de democracia, sindicatos y partidos políticos parecen haberse olvidado de que existe el ciudadano que piensa, no ese ser puramente material al que se contenta con promesas paternalistas o dándole cosas. Y esto ocurre en un país al que no se le exigió jamás que cumpliera deberes, y sí se le ha ofertado por activa y por pasiva que reclame “sus derechos democráticos”. Los sindicatos de un tiempo a esta parte, se dice también, se han convertido en agencias que ofertan servicios para sus afiliados; o se dedican, se dice asimismo con mala leche, a consolidar el estatus de sus representantes liberados y repartirse la parte correspondiente del pastel de subvenciones. Vamos, otra casta, como la de los políticos.

Sea por lo que fuere, lo cierto es que la sociedad española se ha desgajado del sindicalismo aunque, paradójicamente, haya miles de afiliados. Y huye también de los políticos y de todo aquello que exige “esfuerzo de ciudadanía” para configurar ese armazón que hace más fuerte a un Estado democrático.

No nos apetece ya votar. Pero intuimos que deberíamos hacerlo. ¿Pero a quién votamos? Tendríamos que hacer huelga y protestar a voz en grito cada día, de la mañana a la noche, con todo lo que está pasando... ¿Pero contra quién la hacemos, contra qué protestamos? Estamos hartos. ¿Pero de qué nos hemos hartado? Estamos hartos, hartos... ¿Tanto? ¡Pues apenas se nos nota! La misma tarde la Huelga General la ciudad de Sevilla presentaba un ambiente festivo, relajado y complaciente, con las terrazas a rebosar y la gente divirtiéndose. Pero en Sevilla, se dice que hay más de un 30% de paro.

Hoy, pocos días después del “gran evento”, da la impresión de que todo el mundo ha salido ganando. La izquierda, la derecha, el Gobierno, el partido que lo sustenta, la oposición, los sindicatos, la patronal… Todo el mundo está contento de cómo han ido las cosas “para ellos”.

Así que, no queda más remedio que concluir diciendo que este es un país atrapado en la inanición política y en la perversa telaraña de sus reinos de Taifa —hoy mismo nos enteramos que no habrá pacto de Estado por la sanidad, cuando entre unas cosas y otras este capítulo se come un tercio de los presupuestos autonómicos, mientras año tras año incrementa su déficit crónico, y pronto inasumible—, devorado por una mastodóntica burocracia y envenenado por el desencanto colectivo. Un país que, sin embargo, apasionado, se aferra al buen recuerdo de aquel tiempo cercano de vino y rosas, de consumo fácil, de gozo y desenfreno; de golfeo… Y ahora, que ha tocado hacer huelga, claro, nadie estaba preparado para ello.

¿Cómo puede hacerse una huelga cuando escasea la ideología? ¿Cómo seguir a quien convoca si durante años ha ido de la mano de los distintos gobiernos y el Poder? ¿Cómo pedirle al ciudadano que se faje en la calle y levante barricadas (es un decir) si ha sido amansado con fastos y celebraciones hasta hartarlo, días de asueto, puentes y acueductos (siempre merecidos, por supuesto), y consignas susurradas al oído como esta: “tú no te preocupes, nosotros te lo resolvemos. Lo único que has de hacer es votarme a mí. Y olvídate”.

No, el día 29 de septiembre no hubo una Huelga General, sino una especie de happening en el que se vivió una gran mentira (trufada de verdades, por supuesto), porque, ya lo verán, el capital sigue a lo suyo y la sociedad penando para tener un poco más liquidez en el día a día y... en cuanto la dejen, ponerse a consumir otra vez. De eso se trata, dicen los gurús de las finanzas; de que el dios consumo emerja de nuevo, cual Ave Fénix, e insufle a los humanos otra vez la confianza necesaria para gastar lo que tienen y lo que no tienen. Que tarde más o menos en volver ese desenfreno y una nueva orgía del consumo, será cuestión de tiempo. Ya veremos.

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