Sobrevivir al paro

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Varias personas hacen cola ante una oficina de empleo. / Efe

Suena el despertador y una lágrima rueda por la mejilla de Fernando. "Un día más", piensa. Y la lágrima continúa su andadura ajena a la tristeza. Fernando ya no se siente triste, sino impotente. Y cada día sufre la tiranía de la impotencia; 24 horas de vacío que ya no sabe cómo llenar. Lo ha intentado durante 365 días. Este ingeniero de caminos, de 43 años, lleva un año en paro y no cree que nada vaya a cambiar. Fernando es –ya lo hemos adivinado en estas líneas–, uno de los retratos del paro. Un rostro más en las colas del Inem y uno de los que ponen nombres y apellidos a los titulares del desempleo. Una tasa de paro que roza el 20% y que arroja el escalofriante total de 4,1 millones de desempleados en el país.

Escucha los pronósticos o profecías de los economistas y políticos como quien oye llover. A los que negaban la crisis, les hace un corte de mangas. Literal. Ni una palabra sale de su boca cuando se le pregunta qué opina de la crisis económica. ¿Qué opinar de quién dirige el futuro de los demás sin sacrificar el suyo? Fernando es un hombre solitario y, quizás, un poco orgulloso. Sobrelleva la situación solo. Nadie lo sabe en casa. De hecho, ya no hay nadie en casa. El carácter se le agrió y su pareja huyó. "Afortunadamente", dice. Salir a diario de casa a la misma hora y regresar puntualmente tras una ficticia jornada de ocho horas era su infierno diario particular. Ella no le entendía. Nadie le entiende. Al menos, ahora, no tiene que dar explicaciones. Si las hubiera dado…quizás, ahora, ella estaría a su lado.

Cada día, salía de casa. En invierno y en verano. Unos días iba a la biblioteca del Conde Duque. Allí pasaba horas muertas leyendo periódicos y publicaciones variadas. A la hora de comer, un bocata y café y, por la tarde, en un locutorio revisando ofertas de trabajo en Internet. "Lo que ha aprendido en un año", ríe. Ya distingue una estafa de una oferta de trabajo y reconoce a la primera los anuncios de empleo que se repiten puntualmente cada dos o tres meses. Y si hay alguna oferta “con posibilidades”, al día siguiente es el primero en estar en la puerta de la empresa con el curriculum en la mano. Nada de mail. La entrega en la mano para él es lo más funcional. "Quién sabe -se repite-, pueden fijarse en mí si llego en el momento oportuno o el primero". Hasta ahora, no ha tenido suerte. Por ejemplo, él no es uno de los 70.800 que, según la EPA, en septiembre dejaron de levantarse cada mañana para  buscar una ocupación remunerada.

Este hombre curtido de piel en las carreteras de media España,  se labra ahora en la Red. Allí rastrea ofertas  en su sector, aunque en los últimos meses también ha ampliado el horizonte con un curso de diseño y arquitectura para intentar redirigir su carrera. Lo tiene claro: en lo suyo no hay nada. Hace tiempo que las empresas han dejado de llamarle. Y no es que lo diga él. Lo dicen los periódicos: se reduce el presupuesto en obra pública y, si no hay inversión,  no hay trabajo. En el antiguo Inem, como prefiere llamarle, no confía. Está harto de que le obliguen a rellenar hojas que no sirven de nada. “¿Qué harán con ellas?”, se pregunta, porque a él, desde luego, no le han llamado ni una vez. "¡Qué bonito trabajo ése¡", exclama para añadir a continuación que ellos también se irán al paro si la crisis  que comenzó hace tres años y que ha dejado el mercado laboral español a la cola de la mayoría de países del mundo no remonta. “¿Quién les va a pagar?”, se pregunta.

Fernando vive ajeno a los síntomas de una ligera recuperación que arrojaba la última Encuesta de Población Activa (EPA) –la radiografía más fiable del mercado laboral– y que mostraba en el tercer trimestre la primera caída en la tasa de paro desde mediados de 2007. Entonces estaba en el 7,95%. Ahora, en el 19,79%. A él esos datos no le dicen nada. “Papel mojado”, espeta. “Cuando vea movimiento en el mercado de las ofertas, me llamas y me comentas”, dice.

Fernando se reconoce afortunado en su tragedia. Aún le queda un año de subsidio del desempleo. No se ha visto obligado a visitar un comedor ni tiene un embargo pendiente de ejecución sobre su casa. El subsidio es, desde luego, inferior a lo que cobraba de sueldo, pero ha aprendido a ignorar necesidades. Es, asegura, un privilegiado. No tiene hijos a los que cuidar ni a los que pasar una pensión. Con sus padres y hermanos,  disimular de sábado en sábado cada vez se le hace menos cuesta arriba. Se ha aprendido los truquillos, aunque cada día aguanta menos las sobremesas familiares sobre política. Es el momento de irse y respirar. No hay necesidad de aguantar largos debates con argumentos de lo que podría o no hacerse. Él (ellos) no pueden hacer nada. Lo peor, reconoce, son los domingos. Antes, era su día de descanso. Ahora, es una tiranía y el saber que, al día siguiente, no tendrá dónde acudir y nada que hacer.

Hay días que no sale de casa. No tiene ánimo. Son días en los que no cree en el futuro ni en sus iguales y la soledad cae como una losa pesada. "Cuando sales de la ruleta laboral ya no existes. Al principio, los compañeros de trabajo te llaman con frecuencia. Luego, los meses pasan y ya no eres nadie para ellos y pasas a ser un recuerdo; un nombre y un apellido como en las listas de desempleo". Pero, repite, es un afortunado. Y cuenta. “El otro día compartí banco con un indigente.  Había andado durante cuatro horas sin saber qué hacer y me senté a descansar. Él estaba a mi lado, viendo la vida pasar como yo, pero en sus ojos no había  ni resto de ilusión. Estaban vacíos. Muertos. A mí aún me queda esperanza y tengo una familia a la que acudir cuando no me quede otra”. Recobrar su empleo sería la mejor lotería. “Si  las cosas –la maldita crisis– mejoran,  podré volver a andar por las calles sin sentirme un excluido”.

Al día siguiente, se levantó con más empuje. Ese pobre le había dado las fuerzas de las que empezaba a carecer. “Me levanté pensando que cualquier cosa serviría. En las cafeterías, necesitarían gente”. Sentirse útil. Ocupado. Necesitado. Eso es lo que necesitaba. Cualquier cosa para romper el aislamiento y el cristal que le separaba del resto. Volver y sentirse como ellos. Curioso. Desde los 18 había trabajado como muchos jóvenes para pagarse los estudios, los vicios, el coche, los viajes, su primera casa.. El trabajo era un medio de vida, de obtener cosas, pero nunca una forma de sentirse vivo.

Un año en paro y estaba noqueado. Ahora, recuerda aquella sensación de plenitud y el saberse seguro en una empresa –bien pagado, por cierto–, en la que, además, estaban contentos con su trabajo, su trayectoria y su actitud. Pero los proyectos dejaron de llegar. Y las largas horas delante del ordenador eran difíciles de justificar. Primero, llegaron los recortes. Luego, el tijeretazo en la plantilla. Y él cayó, como otros. La empresa –una importante entidad dedicada a las obras públicas-, subsiste al 50% de lo que era antes en volumen de trabajo y de ingresos.

Aquel empuje le duró poco. Ni restaurantes, pizzerías, hamburgueserías…. Estuvo una semana pateando barrios enteros. Nada. Una lágrima vuelve a caerle por la mejilla. Está vencido. Le ha vencido la nada. O la soledad. “La soledad del paro es insoportable. Todo el día pensando”, afirma derrotado.

4 Comments
  1. el andaluz says

    Desgraciadamente Fernando representa la fiel radiografía de la triste realidad española.Universitarios cualificados sin saber que hacer,personas que nunca estuvieron parados en 30 años y ahora lo están, empresas de ingeniería y arquitectura clausuradas,y una cantidad ingente de trabajadores y autónomos que sueñan con salir de esta pesadilla.
    En España hace falta más que un cambio, yo diría » una revolución» y me temo que los políticos no están por la labor.Si los políticos no percibieran parcialmente sus
    salarios,sus dietas,sus viajes,sus comilonas, y sufrieran tales consecuencias como el resto de los españoles, tal vez habría otra conciencia colectiva y otros ímpetus para conciliar posturas y hacer un gran pacto nacional que nos alejara de esta profunda recesión.
    El socialismo a veces es un lago inmenso y cristalino que esconde trampas insalvables para los que lo penetran.
    Como en unas horas entrará un nuevo año, solo cabe pensar e invocar a lo divino porque lo humano ….

  2. Intrepido says

    Es la cruda realidad de la situación actual, y yo vivo una situación parecida. Edad similar, preparación equivalente, mas de 20 años trabajando, salvo con la diferencia de que yo si tengo importantes cargas familiares.
    18 meses desempleado que no parado y agotada la prestación por desempleo, lo que implica que paso a percibir 426 € al mes del subsidio.
    Diariamente dedico mas de 4 horas a buscar empleo, he enviado mas de 1000 CV, he hecho cerca de 100 entrevistas, y al final nada. En resumen, tengo una pesada losa a mi espalda. Mi excesiva preparación y experincia y que tengo mas de 40 años. Esta es la clave, los que tenemos mas de 40 años lo tenemos muy mal.

    Los politico miran hacia otro lado, y no aportan soluciones. Estoy de acuerdo, con que lo que se necesita aquí es una revolución y no una simple reforma laboral.

    Os deseo y espero mejor suerte para 2011 por que 2010 ha sido un año perdido.

  3. Eulalio says

    ¿Podrían hacer alguna serie sobre historias del paro? Creo que sería una buena idea, porque muchos nos vemos identificados y salimos del olvido, aunque sea durante un tiempo.
    Gracias y un saludo

  4. Juan says

    En febrero se me acaba el subsidio. He enviado bastantes currículos, alcanzado tres fases finales en procesos de empleo,… y conozco bastante gente que estaría dispuesta a repartir parte de su trabajo y salario por crear puestos de trabajo, pero las empresas no lo favorecen.

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