En tiempos de crisis, el yoga es una oportunidad

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Juan Carlos Márquez, profesor de yoga. / J. Mayordomo

Si usted es capaz de enfrentarse a sí mismo, puede ser éste el paso que espera dar para iniciar el cambio que anhela. ¿Cómo se siente con su vida? ¿Qué tal ese humor al despertar? Y de las relaciones personales, profesionales, ¿qué me dice?, ¿como las lleva? En estos tiempos de furia, ruido y agobio económico sobre todo, hay que pararse a pensar.

Veamos cómo se adentra en la introspección: ¿Qué tal le va en el trabajo?, ¿cómo andan los ánimos?, ¿prevalece en usted más la sensación de malestar o, por el contrario, irradia un bienestar que da envidia? ¿Miedo o confianza?, ¿tristeza o alegría? De verdad, ¿qué siente? Respóndase con sinceridad y actúe en consecuencia.

En realidad, lo que aquí se propone no es más que una pausa. Detenerse un instante y parar la rueda de la vida para intentar atajar ese sarpullido que es la rabia, o la desesperación, que, últimamente, la llamada eufemísticamente vida moderna, está ocasionándole a usted; a usted y millones de personas más como usted, todos habitantes descontentos de un mundo que no reconocen, especialmente si se trata del hasta ahora opulento mundo occidental. Las estadísticas dicen, por ejemplo, que entre un 50 y un 60% de quienes faltan al trabajo lo hacen por problemas de estrés. Y el estrés ya se sabe de dónde proviene, o qué lo produce. Claro que últimamente también leemos que el absentismo laboral está descendiendo notablemente a causa de ese miedo, ya generalizado, que abarca, casi, casi, a todo el espectro laboral.

Cada año, cuando el calendario agota sus últimas páginas, muchos nos consolamos haciendo propósitos; redactamos mentalmente firmes promesas —a veces, incluso, las escribimos— con el único fin de establecer cierto orden en nuestras vidas. “Voy a cuidar más la dieta”. “Dejaré de fumar”. “Controlaré la cerveza que tomo...” “Seré más disciplinado en mis horarios...” “Voy a hacer deporte. ¡Seguro, seguro! Empezaré a ir al gimnasio en cuanto pasen los Reyes...” Eso es. Prometemos y prometemos enmendar nuestro rumbo que, sin saber muy bien por qué, consideramos erróneo. Pero, por lo general, son sólo promesas ilusorias que no cuajan más allá de unas semanas, como la nieve, antes de que el olvido las borre y todo vuelva a ser como antes. Promesas al fin y al cabo que indican —como cuando se establece un diagnóstico a partir de los síntomas— que estamos insatisfechos con la vida que hacemos. Insatisfechos, quizá, por una realidad ideal que añoramos, que nos gustaría disfrutar, pero que nunca acaba de llegar porque la inventamos hermosa e inalcanzable. Resumiendo: que aunque el problema no parece ser grave, siempre está ahí y nos cuesta salud y dinero. Sobre todo al sistema público de salud que ha de ocuparse de cientos de enfermedades de causas extrañas o psicosomáticas, y de miles de depresiones por “no entender bien” la vida que se lleva. Además, para cada uno, en su caso, su situación es “muy grave”, la más grave; y le acarrea sufrimiento... Y no digamos al entorno.

Todos los otoños los gimnasios se llenan de personas que han decidido dar un vuelco a su vida; los circuitos de footing en las ciudades se convierten en verdaderos hormigueros con legiones de corredores en marcha trotando; los centros de meditación o de cualquier otro método que ofrezca “alternativas” para cambiar hábitos se ponen de clientes a rebosar. Hasta las consultas de los nutricionistas y gurús de la alimentación no dan a basto... Lo mismo ocurre cada año, a mediados de enero, cuando la saturación navideña se agota. El tobogán de la vida, por el que ruedan desbocadas las promesas incumplidas de felicidad y de éxito, se renueva indefectiblemente al comenzar enero.

Mas nuestro entusiasmo y anhelo por cambiar las cosas dura muy poco. “Son muchos los que cada septiembre se matriculan en nuestro centro y luego abandonan, al cabo de unos meses”, resume Juan Carlos Márquez, profesor de yoga en el centro Sadhana, en Sevilla. Esto es así; es la realidad.

Sin embargo, no todos fracasan. El propio Juan Carlos puede ser ese ejemplo que puede ayudarnos a entender los deseos de cambio que albergamos casi todos. Él puede ayudarnos a desentrañar las causas de tanta desesperanza, angustia y conflicto que, se dice, condicionan la vida de quienes viven en esta civilización occidental que tan insatisfechos nos tiene.

Juan Carlos Márquez era sargento y mecánico de aviones a los 20 años; su condición de hijo de militar le había conducido a ello. Pero Juan Carlos se sentía insatisfecho. Ni le gustaba el trabajo que tenía, ni encontraba respuestas para su desasosiego. Y así empezó una búsqueda que le llevó hasta el yoga y a darle un giro radical a su vida. Desde hace dos décadas es profesor de yoga con éxito.

—El yoga es el yoga —dice sin inmutarse, cuando se le pide que hable, lo más preciso posible, de su actividad.

—Explíquese un poco más...

—Es un método de trabajo para armonizar, unir si se quiere, lo que es nuestro cuerpo, la mente y el espíritu. El yoga sólo puede ser una experiencia de presente. Eso es lo que les digo a mis alumnos.

—Es decir... ¿Algo así cómo que en cada instante se ha de aprehender lo que pasa por nuestra mente e intentar armonizarlo con lo que hace o siente el cuerpo en ese momento? ¿Quiere decir que el yoga es llegar a entender que en todo momento se debe hacer lo que se piensa y pensar en lo que hace?

—Algo así.

—¿Y como se aprende esto? Parece difícil. Ya sabe que aquí nos desbordan las prisas, que los occidentales siempre tenemos diez cosas que hacer a la vez.

—Practicando. Por eso digo que el yoga es una experiencia de presente. Al practicarlo se aprende. Es un método de trabajo que se transmite de profesor a alumno y que la propia experiencia del aprendizaje va enriqueciéndolo y consolidándolo en quiénes practican yoga. El yoga sólo se da cuando hay serenidad mental.

—Eh ahí un primer inconveniente... Nuestra mente europea hierve siempre.

—Aún así cada cual ha de encontrar el modelo; su momento. No existe un método único para practicar yoga.

—O sea, que cuando en la televisión, por ejemplo, alguien imparte clases de yoga...

—Eso no sirve. Así no se enseña ni se aprende yoga.

—No obstante, algo tendrá el yoga... A mucha gente le engancha.

—Ese ‘algo’ se descubre al practicarlo; no hay otro secreto. Es la propia experiencia en ese proceso de armonizar cuerpo, mente y espíritu la que te va sumergiendo en el yoga; la que te convierte en yogui.

Este yogui-profesor, antiguo militar, no hace un gesto que sea innecesario ni dice una palabra superflua; todo en él parece encajar a la perfección: desde la incipiente y cálida sonrisa que siempre sostiene, hasta los gestos suaves y armónicos con que acompaña cada una de sus palabras. “El yoga te ayuda a abrir la ventana, pero el paisaje tienes que descubrirlo tú”, sentencia. Y otra vez insiste en que “hay que pararse”. Aprender a respirar, sentir los gestos que hacemos... “Si suena el teléfono, respirar al menos tres veces antes de contestar”, sostiene.

El yoga es una propuesta de vida. Y lo interesante, quizá, es que una vez que uno se sumerge en este método, “aprovecha más la energía”, dice Juan Carlos. Se le saca mayor partido a los recursos físicos e intelectuales que se tienen. Así, “si te has tomado ya tres cafés, no intentes hacer relajación, encauza esa energía hacia algo que requiera una actitud más activa. Pero, si por el contrario estás tenso, pues te tomas una cervecita”. “Ah, y que nadie piense que el yoga es una religión; nada más lejos”, concluye.

Todos sabemos que un cuerpo sano, vital, es el primer requisito para gozar de la vida. El yoga está hoy reconocido como una forma de cultura física par todas las edades; un camino hacia el bienestar total en el que no hay competencia. Cada uno avanza por esta senda a su ritmo, podría decirse. La tensión, la ansiedad o la degeneración física encuentran en el yoga un antídoto inequívoco y veraz. Quienes practican yoga lo saben; de pronto, han empezado a vivir en otra dimensión. Eso es lo que dicen.

2 Comments
  1. celine says

    Lo que me gusta es la cara de felicidad del yogui Juan carlos. Si se enseñara yoga en la escuela estoy convencida de que las cosas nos irían mejor a todos, en general. En la aparente inmovilidad, el yoga no deja resquicio del cuerpo y del alma sin tocar. Para practicar de verdad hace falta valor. Bien por traer este asunto a cuartopoder, Joaquín Mayordomo.

  2. marcos says

    para mi el yoga fue la salvación, estaba muy agobiado con mi vida, estres laboral impresionante, niños en la adolescencia, un auténtico caos, fue comprarme una buena colchoneta para yoga como esta http://colchonetasyesterillas.com/ y a disfutar, para mi fue un momento de liberación el relajarme tan profundamente y además hacer deporte

    más yoga!

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