Xavier Domènech: una pieza clave de consenso

  • La dimisión de Domènech dificulta el despegue de Catalunya En Comú como espacio capaz de generar diálogo en el conflicto catalán
  • Pablo Iglesias pierde también a su principal valedor en Catalunya

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La marcha de Xavier Domènech de la política es una bomba política que tendrá consecuencias en el corto y medio plazo de la política catalana y que también tendrá sus ecos en la política estatal. Los últimos tres años de este profesor universitario e historiador, intelectual de raíces marxistas, gran conocedor de los movimientos sociales del siglo XX, del historicismo marxista británico y de la historia política y social de Catalunya en un sentido amplio, incluyendo a los Països Catalans que van más allá del principado catalán, es decir València y Baleares, han sido frenéticos.

Años frenéticos para un profesor que, tal y como narra en su libro ‘Hegemonías’, se había desligado del activismo social y político de su juventud y se había encerrado en el estudio y en la academia hasta que, allá por el 2011, el 15-M despertó de nuevo sus ansias de participación en la vida política y en el anhelo de cambiar el mundo desde el activismo. Estuvo, entonces, presente en Procés Constituent, junto a Arcadi Oliveres y Teresa Forcades, entre otras muchas personas. Como cosecha de lo sembrado en el 15-M, las elecciones municipales del 2015 supusieron una explosión de participación ciudadana en muchas ciudades que fraguaron en las candidaturas municipalistas que conquistaron los ayuntamientos de las principales ciudades del Estado: Madrid, Zaragoza, A Coruña… y Barcelona.

Domènech resultó ser, junto a Ada Colau, Adrià Alamany, Geardo Pisarello y Jaume Asens, entre tantas otras personas necesarias para un proyecto de tal calibre y de carácter democrático radical y participativo, el germen de Guanyem Barcelona, que después, tras las confluencias con Podemos, ICV y EUiA desembocaría en Barcelona En Comú. Era primavera, 2015, y el Consistorio de Barcelona pasaba a estar dirigido por una activista antidesahucios, Ada Colau. Tras estar unos meses en el Ayuntamiento, en segunda línea política, en diciembre de 2015 sería el cabeza de lista de En Comú Podem para las elecciones generales. Ganó las elecciones y, tras la repetición electoral de junio de 2016, las volvió a ganar.

Se abría una ventana de oportunidad para un nuevo espacio político en Catalunya, en un momento en el que el independentismo recorría con fuerza una hoja de ruta que debía llevar, según sus promesas en las elecciones catalanas del 2015, a la independencia en tan solo 18 meses. Domènech entendió que aquello no podía ser, como se ha demostrado, que las prisas y los plazos del procés sólo llevarían a una letanía duradera sin que el conflicto territorial se solucionara. Su proyecto debía ser capaz de sumar a las grandes mayorías del país que estaban, en aquel momento, a favor del referéndum de autodeterminación, del derecho a decidir, entorno a un 80% de la población catalana.

Un hombre de consenso, Domènech, consciente de que la emancipación nacional de Catalunya no se podría conseguir sin una emancipación social previa. Para ello, había que articular una nueva hegemonía, un nuevo pensamiento democrático que conectara a diferentes corrientes de pensamiento catalanas, una nueva hegemonía que pudiera superar a la hegemonía convergente que se había adueñado del procés independentista. El 3 de noviembre de 2016, en el Ateneu Barcelonès, pronunciaría una conferencia que resultaría ser el pistoletazo de salida para la creación de un nuevo sujeto político que en lo organizativo pretendía unir a los descendientes del PSUC, ICV y EUiA, a los del 15-M, los comunes, y a tendencias ecologistas y catalanistas de distinto índole.

En aquella conferencia se refirió a que el nuevo sujeto político, ideológicamente, debería beber de las tradiciones de influyentes políticos y pensadores catalanes, como Valentí Almirall, Pi i Margall, Lluís Companys, Joan Comorera, Salvador Seguí, Federica Montseny… Historiador, Domènech, era consciente de que las cotas más altas de libertad nacional catalana se habían conseguido cuando las izquierdas habían sido capaces de ponerse de acuerdo. Rememoraba la I y la II República. El catalanismo popular y el independentismo de izquierdas tenían, para ello, que tejer unas amplias alianzas que consiguieran apelar a la mayoría social catalana; llegar a ser aquello que consiguió ser el PSUC, que abrazaba al catalanismo popular, incluyendo en él a las clases populares de barrios y poblaciones metropolitanas de Barcelona de castellanoparlantes. El catalanismo inclusivo, que no dejaba a nadie de lado, a ningún lado.

Apostaba por un republicanismo emancipador, visionario Domènech, pues, ahora, el independentismo asume su carácter republicano y antiborbónico como una de sus principales valías una vez que la hoja de ruta de los 18 meses ha quedado claramente desfasada, cuando uno de los principales consensos en Catalunya es el rechazo a la monarquía de Felipe VI. En su despedida de ayer, Domènech, apelaba al espíritu del 15-M y del 1-O, es esa la unión a la que se refería previamente, aquella que pelea por igual por los derechos sociales de las clases populares que por los derechos nacionales de la nación catalana. El 1-O, del que siempre dijo el ya ex líder de los comunes que no era un referéndum vinculante, sino una movilización, se convirtió en eso, según podemos deducir de las palabras del propio Joaquim Torra ayer, en el Teatre Nacional. Una movilización histórica y sin igual.

También apostó, desde que comenzara la ola represiva del Estado español con las primeras detenciones de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart por establecer alianzas entre autodeterministas y por las libertades y los derechos democráticos, a eso llamaba ayer también Torra, emulando a Martin Luther King, con permiso de Joan Tardà que algo parecido había pronunciado ya desde la tribuna del Congreso de los Diputados en el debate de la moción de censura a Mariano Rajoy. Si Domènech, en la campaña de las pasadas elecciones del 21-D, apostaba por una mesa de diálogo catalana entre fuerzas políticas y sociales, en favor del autogobierno y del derecho a decidir, que dejara de lado la unilateralidad, y por las relaciones con el PSOE y PSC para echar de Moncloa a Mariano Rajoy como una forma de desencallar el conflicto catalán, en eso estamos ahora.

Las muestras de afecto que le han llegado a través de redes sociales tras el anuncio de su retirada de la política de ayer son dispares y transversales. Desde Andrea Levy, del PP, hasta la izquierda independentista. Son las mismas personas que durante todo este tiempo le han tildado de equidistante, de venderse al unionismo de los partidos del 155 o de hacer lo propio con el independentismo. Hoy, los consensos buscados por Domènech resultan más necesarios que nunca para poder construir una solución a un conflicto que divide a la sociedad catalana, con especial interés de la derecha, de PP y Ciudadanos, y su envoltura mediática, en dos mitades.

Agotamiento personal y político, argumentaba ayer, Domènech, en su despedida. Personal, es lógico, tras ser cabeza de lista en tres elecciones (dos generales y unas catalanas) en los últimos tres años, tras asumir el liderazgo y la difícil misión de hacer confluir en Catalunya en Comú a partidos diferentes, con sus aparatos, direcciones y militancias, como ICV, Barcelona En Comú, EUiA, Equo… Tras haber asumido el liderazgo de Podem Catalunya tras la caída forzada desde Madrid de Albano Dante Fachin para incluir en la confluencia, también, a la formación de Pablo Iglesias. Además, Domènech presidía el grupo parlamentario de Catalunya En Comú Podem en el Parlament. Muchas responsabilidades para una sola persona.

Agotamiento político, una vez que todo apunta a que, de nuevo, el otoño se presenta especialmente caliente en Catalunya sin que, sobre la mesa y en público, se hagan gestos por ninguna parte para encaminarse hacia un consenso. Sobre la mesa, porque el Gobierno y el Govern siguen hablando y negociando, como muestra la reunión de Carmen Calvo y Elsa Artady de la semana pasada.

El consenso interno que había sobre él en Catalunya En Comú se deterioró tras los malos resultados de las elecciones del 21-D. En las últimas primarias internas, la candidatura de Domènech y Colau se impuso con un 65%, pero él ya había tenido que ceder mucho en la composición de su propia lista para las primarias. Si Doménech, tal y como informa naciodigital.cat, quería una Ejecutiva con más independientes para encaminarse hacia la construcción de un nuevo sujeto político original, ICV y el sector más cercano a Colau quisieron tener más presencia. Su número dos de confianza, Elisenda Alamany, se desmarcó de la operación.

El diálogo necesario para acercar posturas en el conflicto catalán durante los próximos meses tenía en Domènech una piedra relevante. La política catalana se queda sin un importante interlocutor para el consenso. Decíamos al principio de este artículo que su ausencia también tendrá ecos en la política estatal. Podemos y confluencias pierden a su principal valedor en Catalunya. Iglesias está llamado a jugar un papel fundamental para el entendimiento entre Gobierno y Govern, ya demostró en la propia moción de censura y siendo el primer dirigente estatal en visitar a Torra al Palau de la Generalitat que tiene capacidad de interlocución con el independentismo, algo que necesita Pedro Sánchez. Pero Iglesias pierde al secretario general de Podem Catalunya, cargo que aceptó tras petición expresa del líder de Podemos. Se pierde a una pieza clave para el consenso, interno y externo.

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