Sprint final sobre el barro

  • La campaña llega a la semana decisiva

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Y por fin, la lluvia. Tras uno de los inviernos más secos de las últimas décadas, ha roto a llover en Semana Santa para desesperación de cofrades y cristos que querían pasear por sus ciudades y se han tenido que quedar en casa hasta el año que viene. Las sierras, humedecidas, han reencontrado viejos caudales que parecían caminos de tierra y los campos han vuelto a oler a ozono. Y el barro lo mancha todo. Y manchados de barro, llegan los candidatos a la última semana de campaña de unas elecciones decisivas. La semana clave, el sprint final después del parón vacacional. Un sprint final sobre el barro.

Una última semana que llega con algunas aparentes certezas demoscópicas: el PSOE será el ganador de las elecciones, pero hasta que se conozcan los resultados el domingo no se podrá predecir si será posible la gobernabilidad de Sánchez ni con quién. Otra certeza: la polarización política, la ruptura con la tranquilidad bipartidista y el nivel de crispación peleado, en el barro, por algunos dirigentes políticos llevó a que se iniciara la campaña con un altísimo porcentaje de indecisos, en torno al 40%. Algunos de ellos, quizás en el sosiego de las libranzas de pascua, hayan elegido su papeleta, otros esperarán a los debates. Los debates, la tercera certeza. Tanto el encuentro entre los cuatro principales candidatos (Pablo Casado, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera) de hoy (TVE), como el de mañana (AtresMedia), serán los momentos claves de esta campaña en los que, previsiblemente, más gente decidirá el voto.

Sánchez tendrá que bajar al barro de los platós. Tras una estudiada imagen desde que llegó al Gobierno, incluso desde que aspiró a disputarle el trono de Ferraz a Susana Díaz, un catálogo de gestos medidos a la perfección como epicentro de su labor política, política de gestos llevada al extremo hasta en la fecha en la que eligió para convocar las elecciones. Sánchez tendrá que bajar al barro dos días consecutivos y profundizar en algunos temas que, hasta ahora, ha tocado de pasada: Catalunya, cloacas, pactos de gobierno. Iván Redondo, artífice, en buena medida, del personaje que dirige el país, se comerá las uñas entre bastidores deseando que suene el pitido final de los debates, para esparcir ideas-fuerza y reconquistar debilidades en los mítines de miércoles, jueves y viernes.

El barro es el terreno en el que mejor se vienen moviendo las derechas y ultraderechas, tanto monta, monta tanto. El barro: encontrar cualquier punto del Estado español en el que existe un mínimo atisbo de conflicto de convivencia por solucionar, para acampar allá su caravana electoral para sacar rédito. Rédito: véase unas imágenes grabadas con el móvil que se viralicen en las redes sociales en cuestión de minutos y que copen telediarios para sacar del debate público aquellos problemas que preocupan a los españoles. Según el CIS, el paro está a la cabeza de lo que importa y afecta a los españoles, que perciben la corrupción y el fraude y a los políticos y la política como el segundo y tercer principal problema del país. Las derechas y ultraderechas quieren vídeos cortitos, en los que sus candidatos salgan dando palmas y gritando "li-ber-tad", mientras manifestantes catalanes o vascos intentan impedir, sin conseguirlo, que celebren sus actos de campaña. Eso es todo, amigos.

Frente a esto, lanzan más barro. Conocedoras, las derechas y ultraderechas, de que, quizás, no hay tanto interés en el electorado por el barro y dubitativas sobre si han confundido la estrategia de mirar al centro, a la ausencia de griterío, y es demasiado tarde para pegar el volantazo, suben su apuesta, y gritan más. Porque Vox arrasa allá donde va en campaña. Llena los auditorios más grandes de aquellas ciudades que visita Santiago Abascal y se queda gente fuera, y podría notarse un escalón incómodo entre las encuestas y su apoyo real, como ya pasó en Andalucía, entre la opinión pública y la publicada. Vox celebra no tener que asistir al debate, no tener que argumentar, le seduce más la estampa de su Don Pelayo, megáfono en mano, agradeciendo a las huestes que hayan asistido al acto y disculpándose por el aforo completo, no hay billetes.

A Casado le tiemblan las piernas por si el día de mañana, en la calle Génova, le reprochan el que haya dejado de mirar al centro para escorarse a las nuevas tendencias extremistas aznarianas. Mariano Rajoy  en un mitin en Galicia al comienzo de campaña, junto a la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, y al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, aseguraba: "La gente quiere cosas sensatas y moderadas". Rajoy, el resistente. El PP podría tocar suelo. Y si las derechas y ultraderechas no consiguen sumar para volver a cambiar el colchón de Moncloa, Casado podría sufrir un divorcio repentino.

Albert Rivera tantea a oscuras su camino y rebusca su identidad en el baúl de los recuerdos. Desde hace algo más de un año, cuando fructificó la moción de censura a Rajoy, no se encuentra. Se ha empeñado en entrar en ese estrecho cuarto oscuro en el que ya hay overbooking y le ha dejado la autopista del centro a Sánchez, si no se estampa en los debates. A pesar de las advertencias francesas de Macron, catalano-francesas de Valls y propias de Garicano, se ha empeñado en tirarse a la piscina de barro. Arrimadas aguarda, sigilosa, su momento, en el AVE Barcelona-Madrid. Salvo que la España de los balcones sea algo mucho más grande de aquella que se las vio y se las deseó para llenar la plaza de Colón con autobuses pagados, quizás hay mucho candidato para tan poco barro. Las derechas y ultraderechas se masturban en una habitación, a ver quién se masturba más veces, sin tocarse entre ellas.

Otra España, conocedora de que hay que mezclarse por eso de la convivencia, busca hueco bajo las sábanas. Y, en medio, un PSOE, dividido en dos. Una división que puede presionar a Sánchez e inclinar la balanza entre un gobierno de izquierdas y con partidos periféricos o con Ciudadanos. Cuando se conozcan los resultados, un mes después, de las autonómicas y municipales, los barones presionarán para inclinarla, la balanza. Aquellos que querrían entrar al cuarto oscuro para usar la mano diestra. Aquellos que buscan la intimidad bajo las sábanas, para llegar a acuerdos y susurrarse "te quiero" con PNV, ERC, MÉS, Unidas Podemos, etc.

Unidas Podemos ha despertado de la pesadilla interna con el regreso de Pablo Iglesias. Iglesias ha bajado hasta el barro más profundo de las cloacas para recuperar ese discurso impugnatorio que tan bien le fue en el pasado. Cualquiera tiempo pasado fue mejor, pero ahora no se trata de sorpassear, sino de sumar para gobernar. Unidas Podemos, con Iglesias a la cabeza, pero con una Irene Montero y un Alberto Garzón en buena forma, estampan en la cara a los autodenominados "constitucionalistas" la Constitución, todos los días, para recordar los incumplimientos permanentes en materia de derechos sociales que se han cronificado durante los últimos 40 años e intensificado desde que la crisis económica entrara en tromba, incrustando la modificación del artículo 135, con la vaselina del PSOE y del PP, con nocturnidad y alevosía. Unidas Podemos, como garante del respeto a la Constitución que incumplen "los poderosos que mandan sin presentarse a las elecciones", va remontando, y en la sede de Princesa creen que pueden darle la vuelta a las encuestas.

En Catalunya, el independentismo de ERC y JxCat está harto de barro y necesita tiempo para gestionar un momentum nuevo tras el 1-O y la DUI y las sentencias que puedan llegar del Tribunal Supremo. Mientras tanto, Albano Dante, con su nueva candidatura, el Front Republicà, intenta alzar la voz para conseguir representación que le permita bloquear y paralizar la política estatal todo lo posible. El PNV nunca se ha ensuciado demasiado y reza para volver a ser necesario en el próximo Congreso e influir en una mayoría en la que no estén presentes los de Colón y envolverse también bajo las sábanas, dios mediante. Y el PACMA, que siempre aspira a dar la sorpresa, sonríe en una campaña en la que se habla de toros y torreznos más que de personas.

El sábado, en La Sexta Noche, se celebró un debate a siete que bien merece ser recordado como foto fija de por dónde van los tiros de la campaña. Garzón, por Unidas Podemos, peleando por dejarse explicar ante el barro de PP y Ciudadanos. Laura Borràs, de JxCat, parecía sorprenderse cada vez que era interrumpida o menospreciada por PP y Ciudadanos. Felipe Sicila, del PSOE, dejando pasar las polémicas como si no fueran con él. Gabriel Rufián, de ERC, disimulando una corrección política que logró mantener, incluso, cuando Teo (García Egea) del PP, le regaló una bandera de España.

Teo se levantó de la butaca, bandera en mano, y parecía que iba a empezar a torear al aire en medio del plató, tal y como hacía Raúl González Blanco, el del Real Madrid, cuando ganaba algún título en el Bernabéu. Toni Cantó, candidato a la Presidencia de la Generalitat Valenciana por Ciudadanos, recogía su experiencia actoral, sabedor de que le enfocaban las cámaras, para poner cara de malo, odio y desprecio a cualquier intervención de los independentistas. Y hartó a Aitor Esteban, del PNV, que se olvidó de su socarronería para perder los nervios y reprocharle a Cantó, sentado a su derecha: "Quieres ser presidente de una comunidad autónoma y no sabes qué es el sistema de régimen común, es así de triste, joder". Estas son las posiciones relativas, ahora comienza el sprint final.

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