Un Nobel esperado

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Vargas Llosa, en una imagen de principios de los 80. / Wikimedia Commons

Me sorprende el anuncio del Nobel de Literatura viajando en tren. Contemplo los campos de Castilla que pasan raudos hacia otras miradas. Y me pongo a pensar en el premiado. Y a escribir de memoria: perdonen las inexactitudes.

La Academia sueca se ha lucido con el premio de este año: Mario Vargas Llosa, escritor icono del Boom de la novela hispanoamericana, autor de novelas memorables y que requieren otra lectura, como La ciudad y los perros, que ya en su época, años 60, le dio el Premio Biblioteca Breve, cuando era realmente prestigioso.

Con la especulación que levanta el Nobel, los nombres más variados sobrevolaban las redacciones de los periódicos y los centros de prensa, pero parece razonable que después de veinte años sin que el idioma español entrara en los nobles salones, los académicos se hayan acordado del eterno aspirante.

Vargas es un escritor que cultiva un estilo clásico de novela, no puede decirse de él que sea innovador, pero su estilo es ajustado y sobrio, preciso. Admirador confeso de Flaubert, lo que queda muy claro en novelas como La fiesta del chivo, el escritor hispano-peruano (tiene la doble nacionalidad) se siente cómodo haciendo que sus personajes entren en los salones literarios y en las fintas amorosas de las que sobresale, brillante y misteriosa la tía Julia.

Después de La ciudad y los perros, novela en la que Mario Vargas muestra su lado más izquierdista, reivindicativo, la segunda, La casa verde, supone una vuelta de tuerca ideológica hacia la progresiva derechización del escritor.

En Conversaciones en la catedral, así como en La tía Julia y el escribidor se encuentra el Vargas autobiográfico, con todos los reparos que caben a esta calificación cuando de creadores se trata.

Recuerdo haber asistido a una representación teatral en la que Vargas compartía el escenario del Teatro Español, de Madrid, con Aitana Sánchez Gijón; decían piezas de Francisco Ayala y del propio Vargas entre otros. En una puesta en escena sobria, intimista, los dos actores –a Mario Vargas le encanta esa faceta suya, esa inclinación hacia la comedia- hablaban de la lectura. Su actuación fue soberbia, hay que decirlo.

En su polifacética personalidad, recordarán su incursión en la política de su país natal, Perú, en tiempos perturbados por el terrorismo de Sendero Luminoso y los problemas crónicos del país andino. Entonces, el actual presidente, Alan García, era su contrincante, ahora parece que son amigos. La vida cambia, y las circunstancias también.

Su paso por la política no le fue favorable. Hay quien asegura que habría recibido el Nobel mucho antes sin ese episodio.

Miembro de la Real Academia Española, Mario Vargas procura asistir a sus reuniones de trabajo siempre que se encuentre en España, país en el que, junto con Perú y Gran Bretaña, reparte sus días.

En todo caso, es un premio a la solidez literaria, sin que quepan especulaciones de ningún tipo. Excepto por La fiesta del chivo, y no sé si por Travesuras de la niña mala, de hace cuatro años, no se puede decir que Mario Vargas Llosa sea un superventas, de modo que este premio puede romper esa dinámica comercial.

Su editorial debe de estar jubilosa porque anuncia un último libro, el más reciente, para primeros de noviembre: El sueño del celta, fruto de sus viajes por el antiguo Congo belga, en su faceta periodística. No se puede pedir más expectación. Y será bueno porque le leerá más gente. Es de lo que se trata.

2 Comments
  1. me says

    Pues sí, si le iban a dar el Nobel, qué pena que no lo hubieran hecho hace años. Los escritores, con raras excepciones, alcanza su madurez literaria a los 60 o antes; por qué esperar tanto? En este caso, su ideología política no tendría que haberse interpuesto con su obra literaria.

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