Yourcenar, una vida intensamente clásica

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Marguerite Yourcenar. / alfaguara.com

Copio el lema publicitario a Radio Clásica, porque viene que ni pintado al asunto. La Académie Française está celebrando este año que hace 30 permitió gracieusement la entrada de una mujer en sus salones, aquellos que creara el cardenal Richelieu, en 1635, para limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua francesa. En realidad, se trataba de fixer la langue française, de lui donner des règles, de la rendre pure et compréhensible par tous, para que nos entendamos.

Aquellos ilustres carcamales encontraron en Marguerite Yourcenarque ya no era una niña precisamente- valores intelectuales y creadores de auténtico genio y no quisieron que se les escapara el honor -en realidad, para ellos- de tenerla en el club. Lo curioso es que MY aceptó la invitación, a pesar de que ya se había acomodado divinamente en los Estados Unidos e incluso se había hecho ciudadana americana, desde 1947.

El caso de la joven Yourcenar es ejemplar. Huérfana de madre desde su nacimiento, el padre de Marguerite la aleccionó en los estudios clásicos: aprendió griego y latín cuando era una niña, sin necesidad de acudir a la escuela. La entrada del mundo clásico en su vida determinó su destino: escribiría para “alcanzar las cumbres más altas del triunfo futuro”, como se propuso desde la adolescencia. Indagar en lo más secreto del ser humano, meditar sobre el sentido de la vida. Profunda, arriesgada, segura en su plataforma adoptada: "Si tuviéramos valor de ser lo que somos, todos nos transformaríamos", en algo mejor, se entiende. Más que los ecos aprendidos del clasicismo, la obra de MY es el clasicismo mismo, tan eficaz fue el fármaco aplicado desde sus primeros años.

Tuve la suerte de leer Memorias de Adriano (1951) -antes de que el entonces presidente del gobierno, Felipe González, divulgara que era su libro de cabecera, lo cual favoreció su difusión y venta- intrigada por la solapa de la edición en una de mis incursiones habituales a la librería. Me impresionó su grandeza, como si la escritura reflejara directamente la grandeza del propio emperador. Me sentí –cosa absurda, a lo mejor- orgullosa del origen hispano del más ilustrado de los emperadores.

Difícil olvidar las magistrales lecciones que se contienen en el libro, las reflexiones sobre lo dura que es la condición humana como para empeorarla con dolor infligido sin necesidad. A Yourcenar la irritaban las prisas innecesarias, el dolor innecesario. El ruido gratuito.

Después llegaron en cascada más novelas: la conmovedora Opus Nigrum (1965), incomprensiblemente titulada en francés L’Oeuvre noir; la aleccionadora Alexis o el tratado del inútil combate, que, aunque anterior, llegó más tarde a mis manos, y sus libros de ensayos.

También su poesía, aquí en versión de Silvia Barón-Supervielle:

-¿Qué tienes para consolar la tumba,
Corazón insolente, corazón en rebeldía?
El fruto maduro pesa y se desprende.
¿Qué tienes para consolar la tumba?

-Tengo el caudal de haber sido.

-¿Qué tienes para soportar la vida,
Corazón loco, corazón pronto al hastío?
Corazón sin esperanza y sin deseo,
¿Qué tienes para soportar la vida?

-Piedad, por lo que ha de pasar.

Se la ha encasillado como figura abanderada de lesbianas y feministas, cuando a ella le espantaban estas clasificaciones. Esta tendencia perezosa de encasillar, común a varones y mujeres, impone límites al acercamiento de un lector ingenuo. Estorba asímismo esa manía de reunir a las "mujeres escritoras" en torno a su recuerdo, como si su literatura tuviera que ver con el sexo de quien la ha escrito, con lo que se contribuye a crear opiniones estereotipadas como las que indujeron al bueno de Moliére a escribir sus "mujeres sabihondas".  Comprendo que quieran apropiársela pero no veo que eso le haga ningún favor.

Conviene recordar que dos de los principales objetivos de MY en la vida fueron: su afán de libertad y su deseo de morir con los ojos abiertos, como decía Adriano. Para eso, es preciso vivir conscientemente, aprender sin descanso para acallar la angustia. Esencial también en su vida fue el respeto por los animales, “la protección animal es, en el fondo, el mismo combate que la protección del hombre”, dejó dicho.

Muy bien hace la Académie en recordar a esta escritora imprescindible, incomprensiblemente poco nombrada cuando se menciona a los franceses más ilustres. Tampoco pareció caerles bien a los de la Academia Sueca. Un pretexto formidable para la relectura o, en el caso de los afortunados que aún no la conozcan, para la lectura de su obra.

2 Comments
  1. Un lector says

    Me gusta tu escritura, Elvira: limpia, serena y sin mirar a las gradas; y diciendo siempre cosas inteligentes.

  2. estrella says

    Estoy de acuerdo, la literatura no tiene que ver con el sexo del que escribe, pero sí con sus vivencias, que para una lesbiana de su tiempo debieron de ser interesantes – como minimo – y definitivamente marcaron su escritura.

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