Distancia para entender lo que pasa

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La bici, opción para decrecer adecuadamente / Wikimedia

Es casi unánime la percepción de que el modelo económico actual no puede durar y, de hecho, está rompiéndose por las partes más débiles. Sin embargo, en los debates que tratan de analizar el estado de cosas y de llegar a conclusiones se constata un fracaso continuo: los análisis se quedan en repeticiones de la obviedad y las conclusiones son insignificantes.

¿Es que los analistas de todo el mundo son tontos? ¿Se lo hacen? Quizás el debate se plantea sin salir del escenario donde se producen los desaguisados, de modo que no es fácil ver lo que está pasando porque los elementos se nos enredan por todas partes. Ver, observar, requiere cierta distancia, un ejercicio de extrañamiento, como dicta la fenomenología, una buena epojé y  cierto apaciguamiento del alma para distinguir paja de grano. En este punto, igual estamos en mantillas.

Han llegado a mis manos, por diversos medios, tres libros que ayudan a distanciarse para observar. Uno -que está en la red y puede descargarse gratuitamente, dispuesto por su autor-, cuenta la peripecia de un periodista que es despedido sin contemplaciones, después de casi veinte años de trabajo. En la calle, y viendo mermar su cuenta del banco, Bruno Brumas, que así se llama el sujeto creado por Pascual García Arano, en la novela La metralleta nacional, se desabrocha las orejas para no quedarse lampando y consigue un hueco en la agencia de detectives de una amiga. Con un humor desatado y desternillante, Brumas se emplea a fondo en los asuntos que resolver que van desde colocar un micro en la sala de deliberaciones del Tribunal Constitucional, mientras sus miembros juegan al mus, a ganarse confidentes en los lugares más delicados del inaccesible Leviatán. El aguerrido Brumas tiene gran sentido del humor y procura que la sangre no le salpique, con una dosis alta de cinismo, aunque yo creo que en el fondo, hay un ser humano dispuesto a dejar en calzones a los culpables. Del final no hablo, porque no es cuestión de resumir las peripecias del libro. Lo chocante es cómo te puedes reír tanto con historias tan desgraciadas.

En otro de los libros, Günter Wallraff, aquel famoso Cabeza de turco de los 80, cambia de piel para meterse en la de los más desgraciados de la avanzada Alemania y volver a dejar con el culo al aire a los responsables principales de que las cosas vayan tan mal para cada vez más gente. Los márgenes de la sociedad –quiere demostrar y demuestra Wallraff en Con los perdedores del mejor de los mundos (Anagrama, 2010)- son cada vez más anchos, más generosos en su inclusión de desfavorecidos, ante una pasividad de los responsables políticos más ocupados en ajustar sus balances de cuentas con los llamados mercados.

GW se disfraza hasta de negro, lo que tiene su arte en un hombre tan alemán, para notar en su carne el desprecio real de la buena gente, no ya de las instituciones o los bancos. La buena gente queda lejos de ser un dechado de santidad y tiene –tenemos- sus cosas. Las situaciones creadas por este mimo de oficios humildes son dignas de leerse.

El tercero de los libros está firmado por varios autores, que escriben de diferentes asuntos relacionados con la economía, medio ambiente, feminismo, enseñanza, ocio, medio urbano, inmigración, sindicalismo, salud, etc., dirigidos por Carlos Taibo. Decrecimientos, se llama: Sobre lo que hay que cambiar de la vida cotidiana (Catarata, 2010).

Los autores entran, cada cual en su terreno, en las razones por las que los seres humanos hemos llegado a un modelo económico que, lejos de suponer un progreso, se muestra insostenible y conduce al desastre.  Toda la tesis se basa en el expresivo titulo del libro: para alcanzar auténtico bienestar, capacidad de disfrutar de la vida y del trabajo, de las relaciones humanas, del tiempo verdaderamente libre, de una existencia digna de llamarse humana tenemos que aprender a prescindir de lo que la presión  del mercado nos ha hecho creer que es imprescindible.

El sistema se asienta sobre pilares que se están resquebrajando: el enriquecimiento personal a costa del empobrecimiento de la mayoría y el agotamiento de los recursos naturales. Una gran parte de la población mundial contribuye conscientemente, o no, a que las cosas sigan empeorando por el consumo desbordado y una actitud acrítica o cínica.  Las víctimas, los supervivientes del llamado tercer mundo, aspiran primero a seguir viviendo y luego a imitar los modelos depredadores del mundo rico, lo que, a sus ojos, es la manera de ser feliz. Es en este punto donde sí se puede hacer mucho, porque convencer al tío del puro, la barriga y el sombrero de copa es impensable.

Para que el sistema funcione, una gran mayoría de personas tiene que dedicar su vida al trabajo, a veces en muy malas condiciones, incluso los ejecutivos del iphone que se creen privilegiados porque ni siquiera caen en la cuenta de que no tienen tiempo para pensar, amar, conversar, leer, soñar, jugar, plantar flores, disfrutar de una puesta de sol, etc. A la mayoría ya ni se les levanta, como decía un colega de la radio con el que coincidí en horario nocturno, hace años.

Como recuerda Paco Puche en su capítulo, Decrecimiento y ocio, hay dos formar de impedir pensar: trabajar sin descanso y divertirse sin parar, y las dos son del gusto de los mercados. A las nuevas generaciones se les ha sustraído el aburrimiento, “quintaesencia de la sabiduría”, para Leopardi.

Los estudiantes universitarios y los viajeros del tren son ahora clientes, con lo que queda claro que la educación es un producto de consumo: es el mercado quien decide qué programas hay que cumplir en los centros; se acabó el que la educación sea un derecho fundamental de la persona. ¿Les suena el plan Bolonia?

Fernando Cembranos, en Decrecimiento e indicadores económicos expone brillante y claramente que lo que para la economía convencional es riqueza –PIB- para la economía ecológica es destrucción de la naturaleza, por ejemplo, o de la cohesión familiar ya que la soledad aumenta el PIB porque aumenta los gastos: cuanto más rota esté la estructura comunitaria más crece la actividad económica. Cómo le vaya al que está solo no contabiliza.

Como tampoco son contables las ganancias de la sociedad con el trabajo de los cuidados, normalmente desarrollado por las mujeres, a niños, ancianos, impedidos, enfermos, etc. así como los que se requieren en el hogar para que podamos todos vivir digna y cómodamente, como recoge Yayo Herrero.

No se trata de un libro tremendista, más bien cada autor aporta su visión esperanzadora, más o menos utópica. Quienes peinan canas saben que iba en serio la consigna: “Sed realistas, pedid lo imposible” De otra manera, la pared de ladrillo nos impedirá avanzar de verdad. Se trata de una lectura necesaria para saber en qué y cómo habría que empezar ya la tarea del cambio.

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