Tony Soprano en la cátedra

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El actor James Gandolfini interpretando a Tony Soprano en la serie de televisión. / plus.es

El bizantinismo de nuestro tiempo parece no tener medida. Actúa con una voracidad sólo explicable por la cantidad de dinero que, el fondo de todo ello, se vislumbra. Estos últimos meses, aunque el desarrollo de la cuestión lleva gestándose algunos años, he leído más libros sobre teleseries de las que ni en mis peores momentos estaba dispuesto a admitir si me lo hubieran planteado hace tiempo. Pero la realidad manda. Las Universidades, una vez perdida la autoritas de tiempos pasados, y la independencia, todo dicho sea de paso, se vuelcan por un miedo comprensible a quedarse rezagadas en la loca carrera de la integración de la cultura de masas en un cúmulo ingente de estudios, todavía hay dinero para ello, sobre los nuevos productos culturales. Ese miedo, ya dijimos, comprensible, se explica porque los estudios filosóficos y sociológicos hasta mediados los años treinta dieron la espalda a fenómenos nuevos pero ya entonces cotidianos por un prejuicio de alta cultura. Al fin y al cabo Nietzsche y Schopenhauer, los dos filósofos alemanes que más han influido en la Modernidad, también Kierkegaard, fueron bastante incomprendidos en su momento, rechazados por los bienpensantes académicos y, lo que es peor, por cosas tan bochornosas como querer coger el toro por los cuernos ante cuestiones candentes en su momento pero de las que la Universidad no debía ocuparse. Baste decir que esas cuestiones candentes han sido los principales motivos filosóficos del siglo XX y estudiados hasta la saciedad en nuestras universidades. Que algo así vuelva a suceder es impensable.

La norma es ahora lo contrario. No hay manifestación, cuanto más actual y más cool se presente, mejor, en que no haya por medio un profesor atento a tal evento y tomando buena nota al respecto. Al modo de un aparato succionador que no deja nada a su propio albur, el profesor con un aparato conceptual envidiable, dotado de una jerga más envidiable aún, diseca cualquier manifestación, sobre todo si es gozosa, espontánea, vital,  y la fragmenta, la digiere y, finalmente, la excreta en forma de producto cultural. Lo último, lo que más les pone últimamente, parece ser las teleseries.

Sucedió con House. Cuando emitían la serie me topé con algún artículo de prensa en la que un profesor articulaba conceptos sacados de la ética aristotélica y las ponía en boca del médico borde que a muchos encanta. Me quedé perplejo pues había visto algún que otro capítulo de dicha serie y no encontré rastro alguno de disquisición filosófica sino un modo muy profesional de llevar la narración propia del género. Luego, me sucedió con otras, The Wire, creo recordar, y dejaba pasar tales disquisiciones con el secreto ánimo de que la moda pasara pronto, pero lo último que he leído sobre Tony Soprano, reconozco, constituye para mí, que he gustado de esa serie sobre nuestros nuevos gángsteres neoyorkinos sobremanera, todo un reto. Ni don Vito Corleone lo hubiera soñado. Ser objeto de estudio en una cátedra, él, un jefe mafiosillo de las afueras de Nueva York y enriquecido, toda una metáfora de nuestro tiempo, con los turbios manejos que dejan las basuras, los desechos de nuestra civilización. Tony Soprano, convertido casi en paradigma de un nuevo modo de ficción, la ficción cuántica, y digo casi, porque la que parece que cumple todos los requisitos es Fringe.

Portada del libro de Jorge Carrión.

Teleshakespeare, es el afortunado título que Jorge Carrión, profesor en la Pompeu Fabra de Barcelona, ha puesto a su último libro sobre las teleseries. En él se teoriza sobre el nuevo lenguaje de las teleserie y se da cuenta de la relación entre el mundo de un imperio en decadencia y cómo estos seriales televisivos son los únicos  capaces de fijar estos momentos históricos que estamos viviendo en el imaginario colectivo de una manera mucho mejor, más ajustada a la verdad, que el cine. Las teleseries del siglo XXI como sustitutos del espacio que para el imaginario colectivo había supuesto Hollywood en el siglo XX. Ahí es nada.

¿Qué refleja mejor la decadencia del puerto de Baltimore que The Wire, ese espacio devastado donde la producción de bienes se ha desplazado a Oriente? ¿qué mejor que Los Soprano para entender el modo en que los lenguajes cinematográfico y televisivo se mezclan con esa profusión de guiños a las películas clásicas de gángsters, desde las de Martin Scorsese, que hace un cameo en la serie, pasando por El Padrino, donde Silvio imita continuamente los gestos y maneras de Michael Corleone, y terminando, en la famosa sesión continua que mantiene Tony Soprano con la psicoanalista, refiriéndose a un tal Proust, cuando vi aquel capítulo me llamó la atención de inmediato y pensé en la cantidad de guionistas  gay que debía tener la serie,  que escribió un libro llamado A la busca del tiempo perdido y que Tony Soprano intuye que ese tal Marcel debía ser un poco marica? ¿qué decir de Sherlock, con su incorporación del lado más tenebroso y expresionista del lenguaje del cómic?...

Tengo para mí que estas series no fueron pensadas en principio para que profesores universitarios la gozaran y menos las teorizaran como productos culturales dotadas de nuevos modos de expresividad, narratividad, actos simbólicos… pero lo mismo sucedió con el cómic, con el folletín, con la novela rosa, con el cine… y no hay más que echar una ojeada a las bibliotecas para comprobar el alto destino a que ha sido sometida la cultura popular.

Sin embargo lo que me llama la atención de estos nuevos modos de apropiarse de la cosa es que parece que haya una carrera por ser el primero en dar cuerpo teórico a cualquier serie de televisión desde el momento en que se estrena. Aquí la retórica académica se adelanta a la propia realidad del producto y hace de él, antes de que se emita, un veredicto cultural. Tony Soprano está ya en las cátedras, y nos lo han arrebatado del único local construido para él, el Bada Bing, ese espacio escabroso donde luces de neón, chicas tetonas contorsionándose en barras y mafiosos de caspa de suburbio, se daban la mano en una suerte de Arcadia un tanto desmañada, brutal, hecha para que nuestro Tony vislumbrara de vez en cuando su idea de lo que debe ser el Paraíso en la tierra. El nuevo academicismo, más viejo que el viejo, nos lo ha arrebatado, ¿en aras de qué? ¿de la ciencia? No lo crean. La publicidad aquí lo es todo. Y el eslogan toma el relevo al concepto bien articulado. Por suerte el común de los mortales no se entera y sigue viendo teleseries con la misma pasión que sus abuelos ponían en el folletín. Es que es lo mismo.

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