El imperio contraataca

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Javier Moro levanta el galardón que le acredita como ganador del Premio Planeta, anoche, en Barcelona. / A. Estévez (Efe)

El pasado jueves me topé con un escritor que escribe en Planeta desde hace muchos años y al que se puede considerar un mid-list típico, es decir, un escritor que nunca llega  a vender grandes cifras pero que son los que crean un catálogo, que es al fin y al cabo lo que hacía el patrimonio de una empresa editorial. Y digo hacía porque el negocio, tal y como se va conformando, empieza a prescindir de ese patrimonio a favor de una tendencia de borrón y cuenta nueva que tiene todo que ver con la apuesta por el libro electrónico. Estuvimos departiendo, sentados en una terraza mientras contemplábamos la puesta de sol de este verano persistente, sobre la situación actual, y después de las consabidas referencias a la atonía cotidiana y al eminente caos que parece venírsenos  encima, hablamos de cosas más concretas. Me preguntó si sabía la razón de que el grupo Planeta hubiera quemado las naves hasta enero publicando a escritores como Boris Izaguirre, el entonces no conocido Premio Planeta, ahora Javier Moro, y dos nombres más que no recuerdo porque son siempre los mismos todas las temporadas, y no dejando prácticamente ningún best-seller para reponer durante el año. Se temía mi amigo que eso respondiera a una estrategia que tenía que ver con el libro electrónico y ahí quedó la cosa porque indagar más allá hubiese sido pura conjetura.

La respuesta vino al día siguiente de manos del propio José Manuel Lara en la tradicional rueda de prensa previa a la cena donde se otorga el Premio y que sirve de acicate para que los periódicos llenen páginas y tengan algo de que hablar hasta la susodicha cena en que se desvela el previsible ganador. La respuesta se camufló como pepita de oro enterrada en un manto de arena o como brasa encendida en ceniza inerte: A partir de enero Planeta creará su propia plataforma digital que se centrará en dos proyectos. Por un lado una gran librería virtual vinculada a la Casa del Libro, la cadena de librerías propiedad del Grupo y que es una de las más importantes de España, y, por otro, un sistema de abono, e-streaming, en inglés, que consistirá en la venta de compra y alquiler de libros en la Red en connivencia con Círculo de Lectores, cuya participación del Grupo es del 50% junto a Berstelsmann. La librería virtual se llamará casadellibro.com y en ella estará LIBRANDA, la plataforma digital creada por varias editoriales y que no termina de cumplir las expectativas por la que fue creada, además de haber firmado un acuerdo con Apple, no olvidemos que detrás de esta firma se esconde e-Book Store, y estar en negociacones con Amazon, la empresa que ha entrado no hará un mes con fuerza en España y que ha sido la comidilla de apocalípticos e integrados del sector este otoño. Esa pepita de oro, que representa una apuesta radical en el mundo del sector en España y que, aparte de una u otra consideración, es la que ha ofrecido por ahora algo concreto en un sector hasta ahora más fantasmagórico que real, se ha visto arropada por los tradicionales cuchicheos obligados y ruido de nueces que no harían de este galardón lo que es: Que si el ganador del premio iba a ser para una de las Jotas, se presentaban cuatro escritores con apellidos que empezaban con esa letra, que si el finalista iría para una mujer, como es casi tradicional, que si dimes y diretes. Mi amigo ya tenía su respuesta.

Inma Chacón, finalista del Planeta, se dirige a los asistente al acto de entrega de los galardones. / A. Estévez (Efe)

Al día siguiente, la cena consabida nos regaló el nombre del ganador cuyo secreto había creado tantas expectativas obligadas en los medios, se celebraba el 60 aniversario del Premio, en la calle, como es tradición, la indiferencia es absoluta: Javier Moro por una novela, que se había presentado con el título de El emperador del fin del mundo, que se llamará El imperio eres tú, y que se presenta como una crónica de la vida, que se supone apasionante, de Pedro I de Brasil, hijo de Juan VI de Portugal, y adalid de la independencia de ese inmenso país. Como finalista, una mujer, Inma Chacón, hermana gemela de Dulce Chacón, la malograda novelista extremeña, y que se presentó con una novela, Tiempo de arena, en la que dijo, retrata a tres mujeres de una familia en la España de principios del siglo XX. El premio, pues, no se mueve un ápice de aquello que más renta en el mercado: la novela histórica, que parece ser arrasa, está representada por uno de los escritores más hábiles en el género y, por otro lado, la narración que se apoya en la reivindicación de los derechos de la mujer y de los avatares de ésta en tiempos difíciles en pos de sus ansiadas libertad y dignidad, a s u ves escrita por una escritora hermana de una de las primeras que habló de la cosa en España y autora, además, de libros como La princesa india, libro que completó y en el que estaba trabajando su hermana cuando le pilló la muerte. Un montaje impecable desde un punto de vista empresarial, que es de lo que aquí se trata y que brilla con especial intensidad este año, año de una crisis sin asidero y que se ha llevado a muchos otros premios por delante, entre ellos a su inferior e inmediato en dotación, el Torrevieja, amén de otros, rebajados, cercenados, hasta hacerlos irreconocibles. Lo dicho: brasa encendida en ceniza inerte.

Javier Moro, del que  reseñé en su momento El pie de Jaipur y La pasión india, una divertida crónica novelada de la vida de Anita Delgado en la corte del rajá de Kapurthala, es un escritor inteligente y dotado que ha seguido la senda mejor de sus predecesores Dominique Lapierre, que es su tío, con el que trabajó en Era medianoche en Bhopal, y Larry Collins, dos escritores de bestsellers de los años sesenta que parecen clásicos, tanto ha degenerado la cosa, al lado de lo que se publica ahora. Posee una intuición certera para saber lo que el público espera y, además, es un escritor que se toma los recursos del oficio del género en serio: se documenta mucho, viaja a los lugares en que se desarrolla la novela en cuestión, para escribir Senderos de libertad, su primera novela, se sumergió literalmente durante años en esos parajes para reconstruir la historia del cauchero Chico Mendes, y, por si fuera poco, se compromete con causas sociales del Tercer Mundo y por los problemas relacionados con el medio ambiente, como hace Dominique Lapierre, y que, por eso mismo, establece un lazo de empatía ante los problemas que acucian al lector no muy común entre los escritores de best sellers cuyo acercamiento a su semejante, su hermano, se presenta muy impostado por la promoción.

Un escritor popular vinculado a ciertas causas sociales en un momento de crisis económica aguda. Una apuesta por el mundo virtual del libro, por el futuro. Un presente que necesita consuelo. Un futuro que, como todo futuro, se presenta radiante. ¿Hay algo que objetar?

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