Miró, el pintor campesino

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Una de las salas de la exposición de Joan Miró 'L'escala de l'evasió', inaugurada el pasado dia 16 en la Fundación Miró de Barcelona. / patrimonigencat (Flickr.com)

Se expone en Barcelona, desde hace una semana, la mayor retrospectiva de uno de los pintores de bandera españoles, Joan MiróJoan Miró, la escalera de la evasión-, cuya obra ha pateado sendas muy diversas, según los años le iban dando las pautas pertinentes. Llevamos una buena racha los amantes el arte en cuanto a retrospectivas sabrosas: primero fue la de Antonio López, que ahora se exhibe en Bilbao, y ahora ésta y la de Delacroix en el Caixa Forum madrileño, como se comenta en cuartopoder.

La directora de la Fundación Miró, donde está instalada la muestra, Rosa María Malet, ha dicho que es difícil reunir esta serie de pinturas, esculturas y obra gráfica donde puede comprobarse cómo el artista da respuestas coherentes a los acontecimientos de su entorno y de su tiempo. La expo viene de la Tate Modern londinense, donde ha tenido gran éxito, y luego viajará a Washington, a la Nacional Gallery of Art, a partir del 18 de mayo. Hay tiempo hasta entonces.

Joan Miró, en 1982. / Imagen del número 773 de la revista 'Siete días' (Wikimedia Commons)

Cuando están bien concebidas, como es el caso, este tipo de exposiciones compensan el esfuerzo invertido ya que su éxito está asegurado: una vuelta atenta por las salas va aleccionando sobre la evolución del pintor y el tiempo que le tocó en suerte. Tras una larga convalecencia en la masía familiar de Mont Roig, donde consolidó su vocación de muy joven, Miró vivió intensamente los surrealistas años 20 parisinos, en cuyo espacio sideral flotaban astros por todas partes: Breton y Ernst, de quienes bebió licor de surrealismo; Chirico, Klee, Man Ray y, claro, Pablo Picasso. En esa buena compañía, el joven Miró, cuya vida hasta la fecha se había desarrollado casi en el campo -cara de campesino él mismo, como a López le da aire de pastor su aspecto-, aprende y reluce. De esta época nace “El carnaval del Arlequín”, pintura en la que el propio Miró confiesa haber tratado de plasmar las alucinaciones que le producía el hambre de la vida bohemia.

No sería por eso –o quizás, sí- pero en los años 30, Miró rompe con el surrealismo y asesina, freudianamente hablando, a la pintura para trabajar intensamente en escultura, collages y otros materiales, también mostrados en la exposición de Barcelona.  Previas al estallido de la guerra civil española, son sus pinturas más pesimistas: “Hombre y mujer frente a un montón de excrementos” (1935) y “Mujer y perro frente a la luna” (1936). Todos se acuerdan del cartel: “Aidez l’ Espagne” (1937) con el que apoyó la causa de la República.

Las constelaciones –quizá la pintura más característica de Miró- fueron su ocupación primordial durante los años 40, también representados en la muestra, cuando Miró hubo de abandonar Francia, ante el avance alemán, y prefirió refugiarse en la España franquista, para iniciar su particular exilio interior, en expresión del añorado Miguel Salabert.

Por fin, en los 60, la época infantil, digamos, de trazos inocentes y colores primarios, tan imitados y solicitados por corporaciones bancarias y negocios varios.

Merece la pena dejarse perder por las salas que contienen esta magnífica exposición, como forma de aprender más de Joan Miró, entrar en su mundo y en su arte, independientemente de si se trata de un pintor del gusto del visitante, aunque, claro, mejor experiencia será para los que le adoren. Personalmente, me quedo con el Miró pagés, el campesino, de mirada clara y limpia, obsesionado por el detalle, como le cuenta a su amigo Ricart, en 1918: “Nada de simplificaciones ni abstracciones. Por ahora lo que me interesa más es la caligrafía de un árbol o de un tejado, hoja por hoja, ramita por ramita, hierba por hierba, teja por teja. Esto no quiere decir que estos paisajes al final acaben siendo cubistas o rabiosamente sintéticos”.

Sobre gustos…

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