Parra y España

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Nicanor Parra. / cervantes.es

Les copio a continuación el texto de un artículo mío publicado en el diario chileno El Mercurio el pasado domingo 11 de diciembre. Pero antes, en confirmación de lo que en el artículo aventuro a propósito de la influencia que puede haber tenido Bolaño en la nueva receptividad que, de un tiempo a esta parte, se dispensa en España a la antipoesía, no me resisto a pasarles dos enlaces correspondientes a la forma en que dos canales televisivos dieron la noticia del Premio Cervantes. En el primero, de TeleSUR (0:48), se da una foto de Parra, joven, al lado de otras dos que no son de él: una de Neruda y la otra de Bolaño, los dos también muy jóvenes. En el segundo, de RTVE, los manuscritos que se muestran al comienzo, como si fueran de Parra, corresponden en realidad a los cuadernos de Roberto Bolaño. Actos fallidos, sí. Por otro lado, en una entrevista publicada en abril de 2009 por el diario chileno La Tercera, declaraba el antipoeta su deuda con Bolaño, quien, según él, contribuyó a ponerle de nuevo "en órbita". “Yo era uno de los 20 poetas chilenos. Pero Roberto me puso en la cabecera de la mesa”. No hay para tanto, pero sin duda algo hay.

Coronación

En ocasiones, los premios alcanzan a cumplir una función catalizadora, además de consagratoria. Así parece estar ocurriendo en España con el Premio Cervantes recién concedido a Nicanor Parra. De pronto, sorprende tener constancia del número relativamente amplio de quienes declaran admirarlo desde hace mucho. Y todavía sorprende más la alegría, y no sólo la perplejidad o el sobresalto, con que la noticia ha sido recibida en general. No se trata solamente del puñado de "iniciados", de conocedores y de especialistas que hasta hace poco se servían del nombre de Parra casi como de una contraseña a partir de la cual establecer según qué complicidades. Se trata de algo mucho más amplio: de una sorda corriente de opinión que, con ocasión del Cervantes, parece haber aflorado casi súbitamente, poniendo en entredicho la idea bastante extendida de que España es impermeable al encanto y al impacto de la antipoesía.
Quizá me halle aún bajo los efectos tóxicos del alegrón que yo mismo he sentido y ello distorsione mi apreciación de lo que tomo por indicios anunciadores de una nueva receptividad hacia la antipoesía que –por lo que a España toca– el Cervantes habría contribuido a catalizar, como digo, pero que se estaba fraguando desde hace ya unos años.
Durante la última década se han venido acumulando las señales que llamaban la atención de los lectores españoles sobre la obra de Parra y su capital importancia. Se cumplen ahora diez años, exactamente, desde que se exhibiera en Madrid la amplia exposición Artefactos visuales, organizada por la Fundación Telefónica, a cuya inauguración asistió el propio Parra en la última visita que ha hecho a España. Ese mismo año le fue concedido el X Premio Reina Sofía de Poesía, que dio lugar a la publicación de una notable antología de su obra, Páginas en Blanco (2001), en la que se incluían algunos textos y artefactos inéditos. En 2004 se emprendieron sus Obras completas, cuyo primer volumen se publicó en 2006 y cuyo segundo y último volumen acaba de aparecer hace pocas semanas. Entretanto, la editorial Alfaguara publicó el año pasado una nueva antología de la obra de Parra, bajo el dudoso título de Parranda larga (Madrid, 2010).
En todo este tiempo, el nombre de Nicanor Parra se ha ido haciendo familiar a los lectores españoles a fuerza de sonar una y otra vez, sin él pretenderlo, en las listas de los finalistas de los más importantes galardones literarios. Parra, entre los sempiternos candidatos al premio Nobel de Literatura (como en su día Borges); Parra, entre los finalistas del premio Cervantes (ya desde antes de que se lo concedieran a Jorge Edwards, primero, y luego a Gonzalo Rojas); Parra, entre los nombres barajados hasta última hora en las deliberaciones del premio Príncipe Asturias de las Letras. Etcétera.
Pero quizás el factor decisivo de la que me parece a mí una nueva receptividad hacia la antipoesía, en particular por parte de los lectores más jóvenes, hayan sido las "emanaciones" de la obra de Roberto Bolaño, quien, como es sabido, se proclamó siempre discípulo de Parra, y no perdía ocasión de reivindicarlo. Bolaño fue, como tantas veces he recordado, el impulsor de las Obras completas de Parra, que en buena medida llegaron a emprenderse gracias a él. Y, aunque sea difícil cuantificarla, su influencia, estoy convencido, ha sido grande en la divulgación, durante los últimos años, del "mito" de Parra, impregnado del mito del propio Bolaño.
Parra, un anciano poeta casi legendario (ah, ¿pero vive todavía?), iconoclasta, esquivo, venerado en su país como una estrella de rock, perseverante en una especie de postvanguardia que parece mezclar radicalmente y actualizar muy libremente elementos del dadaísmo, del pop art, del conceptualismo... Parra al frente, siempre al frente, de las sucesivas levas de poetas latinoamericanos a los que Bolaño exhorta "A caminar a caminar / A buscar las pisadas extraviadas / De los poetas perdidos / En el fango inmóvil", a perderse "en la nada / O en la rosa de la nada / Allí donde sólo se oyen las pisadas / de Parra".
De Parra, sí, ese "meteorito oscuro" que se zafa de cualquier etiqueta, ese poeta que "escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado", mientras proclama, impertérrito, que "la hora de sentar cabeza no llegará jamás".
¿Quién podría resistirse a un llamado de este tipo?
He dicho aquí mismo y en otros lugares, y lo sostengo, que la poesía española perdió en su momento el tren de la antipoesía, que parecía habérsele escapado definitivamente a consecuencia de un desfase histórico (¿cómo podían injertarse los rumbos de la antipoesía en los años de hierro de la postguerra y la dictadura de Franco?). Pero, como en ese "Proyecto de tren instantáneo entre Santiago y Puerto Montt" presentado por Nicanor en Hojas de Parra, igual los más jóvenes poetas españoles están a tiempo de subirse al último carro de la antipoesía y, trasladándose con sus maletas de uno a otro vagón, llegar a la cita con ella, sacudidos por violentos traqueteos.
Es una posibilidad. Es una perspectiva que se abre tímidamente entre el amasijo de tópicos que no han dejado de invocarse aquí y allá a la hora de dar noticia del último Premio Cervantes; entre las reticencias que no han dejado de manifestarse ante la decisión del jurado; entre los malentendidos que han aflorado en boca de quienes se proclaman de pronto viejos y atentos seguidores de Parra.
Por lo demás, no hay lugar para el optimismo desaforado. Estamos hablando de literatura. Estamos hablando de poesía.
"En cierta ocasión –recordaba Bolaño, a propósito de Parra–, en los últimos años de su vida, Breton habló de la necesidad de que el surrealismo pasara a la clandestinidad, se sumergiera en las cloacas de las ciudades y de las bibliotecas."
La estrategia de la antipoesía, ya se sabe, ha sido muy otra. De hecho, parece más bien la contraria. Así y todo, fue Parra quien dijo, recordémoslo, que el primer requisito de una obra maestra es pasar inadvertida. De ahí, seguramente, que en España nunca termine de descubrirse a Parra.

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