El año artístico madrileño: Muestras de relumbrón

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Antonio López, el pasado junio, ante 'Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas', una de las obras del pintor que se pudo contemplar en la retrospectiva del Museo Thyssen-Bornemisza,. / Juanjo Martín (Efe)

Por suerte, España es ahora un país pródigo en exposiciones de artes plásticas, comparable las más de las veces con las que se realizan en países como Francia, Reino Unido o Alemania.. Y digo por suerte porque eso sólo significa una cosa: que por primera vez existe una rama de la industria cultural, junto a la editorial, la musical y, en menor medida, la del cine, que funciona, es rentable y todo ello a pesar de las enormes dificultades del sector, que no ha resuelto grandes problemas pendientes desde hace más de veinticinco años, en que se quiso poner cierto orden en la relación de las instituciones y empresas con respecto al patrimonio artístico,  por ejemplo, la ya recurrente ley del mecenazgo, que está clamando porque se establezca ya de una vez con ciertos criterios modernos y que es una de las asignaturas pendientes del nuevo gobierno de Mariano Rajoy. Muchos miran ya al nuevo Secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, como el hombre idóneo para llevar a cabo el ansiado proyecto: voluntad no falta y muchos otros, también, pensamos que esta vez debería llevarse acabo con criterios de transparencia y de rentabilidad de altas miras, por lo que nos mostramos, de entrada, un tanto escépticos.

Este año que acaba ha sido, cómo no, testigo de grandes muestras de relumbrón, como corresponde a una industria de un carácter abocado al mundo del espectáculo y de la publicidad y donde el riesgo del valor de lo expuesto es mínimo porque viene avalado por la tradición. Sin embargo convendría destacar, en lo que a Madrid se refiere, pues si diéramos cuenta de lo mostrado en el resto de España la cosa se saldría de madre, es decir, no pasaríamos de un catálogo de títulos, que en las tres grandes instituciones de artes plásticas de la ciudad, a las que habría que añadir Caixa Forum y Mapfre: el Museo Nacional de Arte Reina Sofía, el Museo Thyssen y el Prado, el relumbrón de las muestras representativas realizadas en el 2011 han sido todas idóneas, hechas con minucia y excelencia y, sobre todo, que han servido para dar a conocer al público madrileño obras que, de otro modo, hubiese sido imposible conocer tal y como han sido concebidas como exposición, que es de esta manera donde radica el valor de las mismas. Cuando una sensación así acontece, aunque la exposición se vista con el ropaje del relumbrón, la visita ha merecido la pena. Otra cosa, mucho más proclive a destacar, tendría que ver cuando la excelencia se alía a la discreción, caso de Caixa Forum con la muestra de Teotihuacan de una importancia aún no calificada pues aunaba piezas traías de varios museos mexicanos, o la magnífica dedicada a Delacroix, una exposición de una calidad fuera de lo común por el modo con que reflejaba la totalidad de la obra del pintor francés pero que tuvo la desgracia de competir, si es que puede calificarse de esta manera, con otra unos centenares de metros más allá, como era la de la exposición de las joyas del Hermitage en el Prado. La comparación con lo que acontece en estas fiestas navideñas no es baladí: hubo momentos  este año en Madrid respecto a las exposiciones que terminamos por estar ahítos de obras maestras. De ahí que la muestra dedicada a Raymond Roussel en el reina Sofía, nos diera un respiro respecto a tanta solemnidad: es lo que tiene la vanguardia, la salvaguarda del lado corrosivo de las cosas. Esta vez lo agradecimos sobremanera, a pesar de que por allí se colaran obras de Marcel Duchamp, Chirico, Paul Delvaux... algunas ya bastante deterioradas, como una inquietante metáfora del tiempo real concedido al arte moderno. En fin…

Si hubiera que destacar tres exposiciones estrella en el generoso Madrid del año que acaba, destacaría tres muy distintas, tres muestras que, cada una a su manera, dicen mucho del modo en que nuestras instituciones valoran el hecho artístico. Las tres exposiciones siguen un orden cronológico, y se abrieron con la que de fotografía obrera acogió el Museo Nacional de Arte Reina Sofía en febrero, Una luz dura sin compasión: el movimiento de la fotografía obrera 1926-1939, a la que siguió la retrospectiva de Antonio López en el Museo Thyssen en junio, una exposición idónea para ser vista y gozada en el verano madrileño, tan lleno de contrastes lumínicos y fantasmas hiper-realistas, y, desde luego, la que en noviembre se inauguró en nuestro gran Museo Nacional bajo el título de El Hermitage en el Prado, una muestra que era la estrella de los múltiples eventos que tuvieron lugar en España y Rusia en el Año Dual, una muestra de la que lo único que podemos decir es que es abrumadora por la calidad de lo expuesto, que si Caravaggio, que si Rembrandt, que si Tiziano, que si Matisse, que si Malévich… ¿para qué seguir poniendo nombres uno tras otro? , y que marea hasta el hartazgo si atisbamos las joyas que el propio Prado posee expuestas a pocos metros de éstas.

La exposición de fotografía obrera fue, sin embargo, la más sorprendente porque no se prodigan cosas así por nuestros pagos. La muestra era enorme y el visitante se hizo una idea perfecta de lo que fue la fotografía obrera resultante de las concepciones estéticas vinculadas a la  Internacional Comunista, sobre todo del lado soviético y alemán. La muestra de Antonio López, por otro lado, fue un reconocimiento y homenaje del mundo oficial del arte por quien pasa por ser uno de los maestros del realismo español del siglo y que durante años fue menospreciado por los supersticiosos del arte abstracto. El modo  de pintar y esculpir de Antonio López responde, sospechosamente para algunos que hasta antes de ayer le negaron el pan y la sal, al gusto el pueblo y pudimos comprobar con nuestros ojos tamaño aserto: las colas poseían el temple de las peregrinaciones gozosas porque la gente se reconocía en esos cuadros y esculturas engañosamente realistas. Cosas de los trampantojos de la representación. Por último, la del Hermitage fue, sigue siendo, la muestra perfecta de lo que son capaces de hacer dos estados llenos de un rico patrimonio en unos tiempos en que las obras de arte viajan a veces de un lado a otro sin ton ni son. Una muestra que se agradece porque cada pieza expuesta, única, posee una excelencia reconocida. Si además añadimos que las obras que nos son dadas contemplar del museo ruso no suelen prodigarse mucho fuera de sus fronteras, algunas es la primera vez que salen del recinto del Hermitage, la cosa adquiere carácter de acontecimiento. Lo es.

Tres muestras de relumbrón, excelentes, además, inmersas en otras de no menos importancia pero carentes del poderío mediático de las nombradas. El año ha sido pródigo. Veremos que nos depara el año que viene, un año que deparará sorpresas en el mundo del arte aunque, todo hay que decirlo, previsibles.

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