El año de Leonardo

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Autorretrato de Leonardo da Vinci, hecho entre 1512 y 1515. / Wikipedia.

Cuando noten que un artista muy querido por ustedes se pone de moda échense a temblar: hoy día la concepción de la rentabilidad inmediata en las restauraciones de arte es tan abrumadora que amenaza con llevarse por delante buena parte del patrimonio que se ha acumulado durante siglos, muchas veces por puro azar después de los innumerables conflictos armados, pero otras veces por la responsabilidad y la conciencia de los ciudadanos de un país que hicieron parte suya la conservación de su patrimonio. En nuestro imaginario perviven aún las imágenes de los madrileños tapiando con ladrillos la Cibeles y otros monumentos escultóricos de la ciudad de las bombas lanzadas por las tropas franquistas cuando el largo asedio de la capital. En aquella ocasión, como  hicieron los habitantes de Leningrado con sus patrimonio cuando el cerco alemán, los de Londres o los de Berlín, había una guerra y el enemigo estaba enfrente, era visible, el peligro se reconocía… hoy día, el peligro es más insidioso aunque menos brutal: no se nota porque no destroza sino que destruye algo de manera irremediable dando la sensación de que ha ayudado a recuperar una obra que se deterioraba con el paso del tiempo. La marea mediática es la nueva diosa, mejor, el nuevo becerro de oro, en las restauraciones y aunque la polémica de los especialistas que se oponen a muchas de ellas llegan de vez en cuando a los medios de comunicación, lo cierto es que la más de las veces la destrucción se realiza con extraña discreción, con la sorda opacidad resultante del secretismo y de la indiferencia, cuando no la desidia de las instituciones y de los ciudadanos.

En anteriores ocasiones en cuartopoder.es dimos cuenta de algunos casos famosos, el de la Capilla Sixtina, que restauró una empresa japonesa y donde muchos especialistas echan en falta ciertas perspectivas acusando a la empresa de haber devuelto un cromo,  y, desde luego, el último de ellos, el que tendrá lugar a mediados de enero en la Sala del Gran Consejo del Palacio Vecchio de Florencia, donde Maurizio Seracini dará cuenta si ha encontrado los restos de la pintura que Leonardo realizó sobre la batalla de Anghiari y, en caso de que así sea, algo muy dudoso, cual será el destino de la obra de Giorgio Vasari pintada encima. Como Leonardo está de moda, es el pintor estrella del legado plástico europeo, las empresas, las instituciones, se apresuran a mirar en derredor para ver que poseen de la obra del artista renacentista y valorar la rentabilidad de tal posesión. La National Gallery  ha organizado la gran muestra mediática de los últimos meses en Londres gracias a una exposición de Leonardo que en tiempos más críticos y menos dados a la publicidad no hubiese causado tanta expectación. El Louvre, para no ser menos, ha autorizado la restauración de una obra mayor de Leonardo, La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana de la que  se lleva años posponiendo su tratamiento por no atrverse los especialistas más escrupulosos en el modo de acometer tamaña empresa, se desestimó hacerlo hace 17 años, porque el sfumato, esa técnica inventada por Leonardo y consistente en provocar una sensación difuminada gracias a la superposición de varias capas de color, corre el riesgo de desaparecer. El escándalo ha saltado  a la prensa: los trabajos se acometieron en 2010, avalado por un comité de expertos que constaba de 20 miembros, supuestos especialistas en la cosa, y el resultado se verá en marzo, cuando el cuadro se presente en público en el transcurso de una magna exposición… donde, una vez más, Leonardo será la estrella, pero el Jourrnal des Arts, daba cuenta, apoyado por varios especialistas, de que la restauración era tan agresiva que amenazaba con destruir el sfumato de los rostros de la Virgen y el Niño. La polémica está servida, por lo menos hasta la primavera, que es cuando todo el mundo fruncirá el ceño por un motivo u otro: para ver si así se deja mejor constancia del desastre o, quién sabe, si, por el contrario, el milagro se hubiera producido y el cuadro -claramente necesitado de ser restaurado, se estaban perdiendo los rostros del Niño y de Santa Ana, así como partes del vestido de la Virgen y del paisaje del fondo-, ha sido llevado a buen fin. Vincent Pomerade , responsable del departamento de Pintura del Louvre, se defiende argumentando la prudencia con que se ha realizado la restauración, curiosa expresión la de prudencia, y significativa, y asegurando que lo que está llevando a cabo Cintia Pasquali, que pertenece al Centro de Reparación de los Museos de Francia, no incide en la capa original de la pintura de Leonardo.

Pero lo  cierto es que dos especialistas que pertenecían al Comité Científico han abandonado el proyecto: Ségolene Bergeon, conservadora jefe del Patrimonio, y Jean Pierre Cuzin, antiguo Conservador Jefe del Departamento de Pintura del Louvre, no estaban de acuerdo con los métodos seguidos en la restauración, y hay que tener en cuanta que estas dos personas son nombres muy respetados en el mundillo de la restauración del patrimonio artístico francés. Por si fuera poco, The Guardian y The Telegraph, han informado que Larry Keith y Luke Syson, dos especialistas británicos que apoyan el proyecto con pasión, y que pertenecen al Comité Científico, son reputados miembros de la Nacional Gallery, el museo que acoge ahora la exposición estrella de Leonardo. El Louvre ha prometido que esta primera semana de enero dará a conocer las opciones de algunos expertos que han visto la obra.

Leonardo está de moda. Nadie quiere quedarse atrás para  comerse la guinda del pastel: un pastel, por otro lado, que tiene que ver mucho más con el elemento publicitario que con el de rentabilidad económica inmediata. El Louvre, después de años y años de prudencia, optó por la restauración urgente: la razón, desde luego, es el deterioro de la obra, pero también incidir en los deterioros puede inducir a engaño, a tomar como excusa la obligada restauración para no quedarse atrás en el endiablado mundo de la publicidad mediática. Llevamos hablando de Leonardo dos o tres meses por diverso motivos, que si la gran exposición londinense, que si el descubrimiento de la pintura de Anghiari, que si la restauración de La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana… y quizá de lo que se  trate, en realidad, es de causar expectación en el público hasta que llegue el momento de mostrar algo. Lo que importa es ese algo, no el modo y la pertinencia de lo que se ha llevado a cabo. Porque me temo que tal y como están las cosas, el hecho de dar  a conocer algo que una institución ha hecho mal no va en detrimento de esa institución. Antes bien, puede ayudar, de hecho ayuda, a promocionar lo que esa institución quiere vender. Todo esto sería parte de un argumento de thriller de prosa realista, que tampoco vende. Lo importante es resaltar lo supersticioso: de ahí el éxito del libro de Dan Brown. Y las instituciones lo saben. Quizá no hacen otra cosa que defenderse. Al fin y al cabo ellas subsisten por una cuestión de mero fetichismo.

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