Marc Chagall, el pintor que quiso ser Orfeo

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Lo menos que se puede decir de la suerte de Marc Chagall en España es que es curiosa, por no hablar de sorprendente. Hace años su nombre se pronunciaba dentro de una retahíla de ellos asociado a la escuela surrealista, cuyos cuadros, tachados de ingenuos, se asociaban a cierta adscripción naif  pero sin que ese calificativo llegara a concretarse en algo. Más que una actitud basada en criterios estéticos de alguna sustancia, se trataba de una actitud que tenía más que ver con una manera de mirar el arte que hacía que Chagall fuera colocado de inmediato en ciertas actitudes marginales de las vanguardias que en tomarle de una vez por todas como centro de sí mismo. Ni siquiera el encargo de André Malraux para que decorara la cúpula de la Ópera Garnier de París hizo variar un ápice esa actitud. Chagall parecía no llevarse bien con el arte comprometido del momento. Hasta que la llegada a España del Museo Thyssen, que posee cuatro cuadros fechados entre 1913 y 1939, de notable excelencia, hizo que los coleccionistas posaran su mirada en el pintor judío ruso de lírica melancólica: ahora, a los óleos de la Thyssen hay que sumar El violinista celeste, que se conserva en el Museo Municipal de Tossa de Mar, localidad catalana donde Chagall estuvo en los años treinta, y sendos bodegones de flores en el Palacio de Liria, en la colección de la Casa de Alba, y en la de Novacaixagalicia. Tiempos propicios para dar  a conocer de una vez por todas una muestra extensa e importante del arte de este artista judío de origen bielorruso, inclasificable, extraño, poseedor de un intenso lirismo rayano en el paroxismo, y que cada día que pasa aumenta su leyenda, acoplándose ahora a la perfección con unos momentos que miran desesperados a la intimidad y las ensoñaciones arcádicas.

Tiempos propicios que han encontrado su momento. Desde mañana martes, 14 de febrero, y hasta el 20 de mayo, se podrá contemplar en el Museo Thyssen Bornemisza y en la sede de la Fundación Caja Madrid la primera gran retrospectiva de Marc Chagall en España, es decir, unas 150 piezas, entre cuadros, cerámicas, vitrales y esculturas, procedentes de los principales museos del mundo, el MOMA de Nueva York, la Tate Gallery londinense y el Centro Pompidou de París, de algunos coleccionistas reputados y de la propia familia del artista, que han aportado algunas obras curiosas. La muestra está claramente diferenciada en las dos sedes: la de la Thyssen recoge sus primeros trabajos y las obras que Chagall realizó en París, cuando se acercó al cubismo y al fauvismo. En la sede de la Fundación Caja Madrid, la muestra se centra en una obra menos conocida, la que Chagall realizó en su exilio americano, cuando huyó de la persecución antisemita europea gracias a la colaboración de su amigo Varian Fry, un periodista estadounidense que logró que el pintor huyera a América en 1941 por una ruta clásica del momento, a través de España y Portugal. Obra a la que hay que añadir objetos como cerámicas, vitrales y esculturas que pasan por ser facetas del artista menos conocidas  por el gran público.

Detalle de 'Sueño de una noche de verano' (1939), una de las obras de Marc Chagall que se expondrán. / thyssenbornemisza.com

Chagall es el artífice donde el imaginario judío de la aldea del Este de Europa, el shtetl, se ha concretado en una transfiguración que roza lo inefable. De ahí que su obra, tan llena de animales casi mágicos, rabinos de mirada un tanto bondadosa y extraviada, enamorados que pasean por caminos que sólo son reconocibles en el ensueño, retazos de naturaleza siempre fantástica, recuerdos de infancia, parezcan destinados en su apariencia a aquellos judíos que han experimentado esa manera de vivir. Pero en Chagall sucede como con Isaac Bashevis Singer, al que considero su homólogo en lo literario, que la excelencia de su arte hace que tanto las imágenes bíblicas chagallianas como el sutil modo yiddish de enfrentarse al mundo y describirlo se conviertan en partes indisolubles del imaginario del hombre contemporáneo. Y a pesar de que el mundo de Kafka se ha citado a menudo asociado a estas plasmaciones, lo cierto es que la aldea forma parte tan inalienable, tanto del mundo de Chagal como de Singer, con lo que hay de rumor, de cotilleo, de costumbrismo buscado o no en todo ello, que el modo de concebir de Kafka, abstracto por mor de un adelgazamiento de clara raíz metafísica, aunque conserve trazos de humor netamente basado en el teatro yiddish, se lleva mal con el colorido amable de Chagall y las descripciones rumorosas, arcádicas, de Singer. Al espectador que contemple la muestra madrileña le puede ocurrir que sienta con neta claridad el modo en que la melancolía se adivina en los trazos de los animales fantásticos, y cómo ese modo de dar vueltas en la noria de lo cósmico que parece sugerirnos la perspectiva de muchos de los cuadros de Chagall, que no esconden nunca la visión del horror, de pasmo, de la desolación, del desamparo, le ofrezcan consuelo, o, por lo menos, cierta idea de lo que podría significar la paz. Chagall parece un pintor salvado del horror, que conoció en los progromsantisemitas de las aldeas bielorrusas, en las purgas soviéticas, en la devastación que dejaba a su paso la invasión alemana por Europa, parece un pintor salvado por la gracia de Dios. Pero no nos confundamos, esa raíz bíblica tan presente en sus cuadros es parte sólo del paisaje, como lo son los animales, los enamorados o la luna. Es una parte, nunca un todo. A Chagall hay que contemplarlo entero. Sólo así se nos revelará en su verdadera dimensión.

Esta muestra es una oportunidad única para que el espectador español contemple una de las aventuras artísticas más curiosas, originales  e intensas del siglo XX. Bielorruso, judío, Chagall nunca abominó, al revés, le gustaba, su condición de artista ruso con el que algunos le calificaron. Y la verdad es que si bien aprendió en París del fauvismo, del cubismo, de los surrealistas, no hay que olvidar que el trazo de Chagall, su sentido del color, es puramente ruso. El trazo de Kandisnky está ahí presente, al igual que ese peculiar cromatismo tan de las vanguardias soviéticas del momento, e incluso cuando pintaba la torre Eiffel o un puente del Sena, algo se le escapaba de los recuerdos de infancia  de la aldea de Vitebsk o del atrevimiento en el modo de concebir las cosas, tan propio de las vanguardias rusas del momento.

Judío, ruso, francés en su adoración por París y el Sur y por su reconocimiento como artista, Chagall es parte ya de un legado artístico de una originalidad extrema, tan extrema que nació con él y con él murió.  En Madrid tenemos ahora la oportunidad de gozarlo.

1 Comment
  1. angeles says

    se expondra en otro lugar de españa?

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