Premio para una estudiosa de la vulnerabilidad humana

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La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, en una imagen captada en la Universidad de Chicago en agosto de 2010. / Sally Ryan (Wikipedia)

El Príncipe de Asturias es un premio polémico porque a veces no se entiende bien el criterio con que se concede, aunque el de Ciencias Sociales, que es el que nos importa aquí, ha sido bastante acertado en sus 32 años de existencia. Este año, una diana perfecta: la filósofa Martha Nussbaum, de la Universidad de Chicago, segunda mujer que lo consigue. Más vale pocas que ninguna, supongo.

Lo atractivo de esta intelectual es su amplio campo de interés de pensamiento. De una sólida cultura helenista, Nussbaum puede ocuparse de la tragedia griega y de la defensa de los animales con la misma intensidad, derivada de su honradez e independencia cuando se pone a cavilar. Considera a Kant y a Stuart Mill sus referentes, pero siente simpatía por Habermas, por su esfuerzo en ser transparente, como ella misma. De modo que su terreno de juego es alargado y amplio.

Merece la pena detenerse en su trabajo junto al Nobel de Economía Amartya Sen, al que considera su maestro. Para decirlo en corto, Sen propone evaluar el desarrollo, no a través del PIB sino mediante las capacidades de la gente de realizar las tareas valiosas que ha decidido llevar a cabo en su vida. Capacidades y necesidades se confunden. Lo propuso como alternativa a los indicadores de desarrollo económico basados en el ingreso per cápita, cuando constató que las hambrunas que presenció en su India natal no eran causadas por la escasez de alimentos sino por problemas de información y distribución.

Y en esto anda también nuestra premiada que, entre otros libros, tiene publicado en España Las mujeres y el desarrollo humano, el enfoque de capacidades (Herder,2001), de aconsejable lectura. Alguna vez ha declarado que la vulnerabilidad humana es el leit motiv de su pensamiento, tanto sus formas buenas: el amor, la generosidad, como las malas: la violencia, el sufrimiento. Y son sus reflexiones sobre la vulnerabilidad las que le han hecho plantearse cómo los gobiernos pueden estimular oportunidades para las personas.

No hay que decir que la situación por la que atravesamos en Occidente es un escenario perfecto para pensar en estas cosas: “El punto central del trabajo que he realizado con Amartya Sen consiste en considerar que, cuando las naciones discuten sobre desarrollo y calidad de vida, deberían plantearse al mismo tiempo estas difíciles preguntas normativas acerca del bien. No pueden limitarse a dar por sentado que las cosas mejoran cuando crece el PIB. Desarrollo significa justamente que las cosas vayan mejor. Por lo tanto hay que afrontar estas cuestiones; hay que argumentar y debatir en este sentido”, contó hace dos años a Barcelona Metropolis.

Para Nussbaum, un filósofo no es una figura solitaria ensimismada sino alguien que, como Sócrates, pone a todo el mundo a hablar claramente de los problemas que de verdad preocupan, sin renunciar al respeto y a la igualdad. Como buena socrática, ella apela a la transparencia. Algo así –se me ocurre- está intentando lo más granado y esforzado del 15M, por cierto, en el ágora madrileña de Sol. Pero el camino es largo y ya sabemos cómo acabó el buen filósofo ateniense.

Para que una democracia sobreviva es necesario –Socrates dixit- capacitar a la gente para que se informe y cuestione sus propios argumentos, lejos de la palabrería de los políticos. Nussbaum recuerda que sin una ciudadanía independiente no puede hablarse de democracia.

Y para que la gente sea independiente -dice- necesita formación. El estudio de Humanidades, tan abandonado -y no sólo ahora con los recortes, que la cosa viene de lejos-, es fundamental para crear una sociedad decente: ser crítico, saber historia para comprender lo que pasa en el mundo y cultivar la imaginación para entender cómo ven el mundo los otros, los que son diferentes. Muy destacada su decidida defensa de los animales y nuestra común condición que nos obliga moralmente a ser respetuosos con ellos.

Y, en medio de este ruido pesimista, de este cruce de espadas de los mercados financieros a costa de la pobreza creciente del mundo, Nussbaum remite a Sócrates de nuevo, a considerar los valores que tenemos, que tanto ha costado lograr allí donde se han logrado, y a saber a dónde queremos ir. Fácil.

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