Juan Luis Galiardo, don Juan en los infiernos

0
Juan Luis Galiardo, en una imagen de junio de 2011, en La Laguna (Tenerife). / Ramón de la Rocha (Efe)

Según su representante Anabel Mateo, el actor Juan Luis Galiardo murió en la Clínica de la Zarzuela madrileña, a los 72 años, de “una rápida y devastadora enfermedad”. Esto fue el viernes 22 de junio, después de que al actor ingresara en cuidados paliativos aquejado de un cáncer de pulmón, que no le impidió seguir trabajando hasta pocos días antes de su ingreso, compaginaba  el rodaje de la serie Gran Hotel, serie que Antena 3 estrenará este otoño, con una gira teatral que estaba realizando con El avaro, de Moliére. Estos dos trabajos resumen en cierta manera la trayectoria profesional de la que hizo gala toda su vida: trabajos alimenticios que le daban de comer junto a una nada disimulada pasión por el teatro… también por el deporte, del que últimamente practicaba natación llegando a ser campeón en alguna modalidad de sexagenarios. De ello se sentía orgulloso aunque no disimulaba cierta ironía, como diciéndose, ¡quién te ha visto y quién te ve!: La manera más elegante de señalar el obligado deterioro de la edad en aquel que poseyó hace unos años una leyenda de galán un tanto devastadora, tanto que si bien hizo el obligado papel de don Juan quizá más le hubiera correspondido terminar haciendo el que corresponde al burlador en los infiernos, aquella que ideó para otros Gonzalo Suárez.

En el fondo estaba más de acuerdo con su personalidad, basculante, realizando trabajos de distinto signo, alimentador de su propia leyenda  a veces a pesar suyo… en suma, un actor español de una época determinada detentador de un gran carácter, algo esencial en un actor, y , sobre todo, de cierto talento que fue mejorando con la edad, es decir, con el trabajo, como la mayoría de sus compañeros que a falta de unas instituciones de excelencia en las que saber del oficio no han tenido más remedio que aprender donde en el fondo mejor se aprende, actuando. Generaciones enteras de actores españoles se han  hecho así. No se les reproche: han ejercido su magisterio, y entre ellos Juan Luís Galiardo ha sido uno de sus últimos representantes. Por eso, además de por otras razones, era tan querido.

Fue un hombre de procedencia de clase media tirando a alta, algo nada normal en un actor si exceptuamos los inevitables errores, afortunados traidores a su casta, como el del Marqués  de las Marismas,  con un padre que era ingeniero agrónomo, lo que en esos tiempos, los años cuarenta y en una ciudad de provincias, era pertenecer a las fuerzas vivas. Mayor de seis hermanos, Juan Luís se fue a Madrid a estudiar para ingeniero agrónomo y, de paso, Económicas. Lejos de ello, le vemos estudiar en la Escuela de Arte Dramático, institución criticada por su inclinado conservadurismo en su momento pero donde por lo menos hacían que el actor se ahorrase años de tropiezos innecesarios, y en la EscuelaOficialde Cine, donde se rodeó de gentes que sabían el oficio, lo que le sirvió años después, cuando tuvo que enfrentarse a los más variados oficios dentro del sector; así, su paso por las series de televisión. Pero, ya dijimos, su pasión nada oculta era el teatro, donde un actor se realiza plenamente porque realiza un papel único en el tiempo y de una sola pieza, muy alejado del infierno fragmentado del montaje, el lado industrial del actor de cine y televisión. Fue, por ello, uno de los fundadores del TEI, Teatro Español Independiente que dirigió en su momento Miguel Narros, una de las escasas propuestas que en aquellos años se hicieron por una renovación necesaria del teatro y de la manera de enfrentarse el actor a la obra. Su estreno en el teatro se produjo con Humo, de Juan Carlos Rubio. A partir de ahí innumerables son las veces en que hemos visto a Galiardo interpretar piezas que iban desde El cuerpo, de Lauro Olmo, a El avaro, su última obra representada, pasando por La visita de la vieja dama, de Friedich Dürrenmatt, Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello o El rey Lear shakesperiano, dirigida por Narros.

No se me oculta que en el imaginario de la generación a la que pertenezco Juan Luis Galiardo fue un actor al que vimos muchas veces actuar de guaperas, de latin lover de unos años en que triunfar de verdad, lo que se dice triunfar, se hacía en las Américas. Galiardo viajó al continente y allí, sobre todo en México, hizo multitud de papeles, sobre todo en Televisión, alcanzando una notoriedad tal que en 1976 fue nombrado en Nueva York, “Galán más popular”. Fue su etapa de más éxito de masas pero la menos prestigiada de su carrera y sorprende que en un país como el nuestro en que se perdonan poco actitudes de no dejarse encasillar, la carrera posterior de Galiardo transcurriese bajo una excelencia duramente conseguida. No se lo pusimos fácil. Y tampoco ayudó cierta leyenda de malditismo, como el de que casi asfixió a Charlton Heston en Marco Antonio y Cleopatra, un actor, todo sea dicho de paso, con el que comparte un rasgo muy poco común, llenan la pantalla con su sola presencia. También le pasa a Sean Connery, pero ya digo, son habas contadas.

Juan Luís Galiardo adquirió una segunda época de éxito, esta vez ganada de manera menos ambigua, más grata, gracias a la televisión. Turno de oficio, por ejemplo, supuso cierta consagración en esa etapa nueva e hizo que, de rebote, se le tuviera en cuenta en el cine, se le valorara en papeles como El disputado voto del señor Cayo o aquel Quijote que hizo con Manuel Gutiérrez Aragón, lo que no significa que no trabajara con Mariano Ozores o, más recientemente, con Jesús Bonilla. De la farsa gorda española no se libra el actor más reacio a la misma, algo que no contemplaba ni por asomo Galiardo. Con la muerte de este actor se nos ha ido una parte importante de la educación sentimental de una generación. También una manera de ser y actuar.

Leave A Reply