Héctor Tizón, visión de la memoria

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Imagen de archivo de Héctor Tizón. / bn.org.ar

En Latinoamérica la tradición de la literatura del mito y la leyenda ha conformado buena parte de su identidad cultural. Sin embargo, esa tradición no se reparte por igual. En las sociedades donde la población indígena ha persistido, cierta clase cultivada la narró como sustrato de la identidad cultural de su país. Mario Vargas Llosa denostó, es también parte de otra tradición de la literatura latinoamericana, esa conciencia indigenista y tendente al mito a favor de una corriente europeísta e ilustrada inmersa en la historia y que diera al traste de una vez por todas con esa actitud que consideraba reaccionaria aunque gran parte de la izquierda latinoamericana apoyase esa tendencia. Ni que decir tiene que, dicho así, la cosa es falaz, por no decir falsa. Pero ese libro de Vargas Llosa, La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, es sintomático de otra tradición tendente al cosmopolitismo que en realidad no se enfrenta  a la anterior sino que en muchos casos, la mayoría, convive en feliz connivencia.

Todas estas cuestiones me vinieron a la cabeza cuando me enteré de la muerte de Héctor Tizón casi al inicio de este mes de agosto. Y me acordé de estos falsos debates, muy en la línea de las discusiones de escritores latinoamericanos allá por los años sesenta pero que hoy día, por suerte, las nuevas generaciones no las hacen suyas, porque creo que el ejemplo literario de Tizón demuestra hasta la extenuación de estos mismos argumentos lo que de falso hay en cuestiones de este tipo. Tizón es un autor argentino, lo que equivale a decir nacido en una tierra donde cualquier atisbo de indigenismo fue borrado del mapa a favor del decorado cosmopolita caro  a la oligarquía ganadera y al decorado de Buenos Aires. Un país de emigrantes europeos que se miraba en el ejemplo de París, un país de gente que se quería culta, que lo era, pero que, sin embargo, construyó su épica, al modo de los Estados Unidos, con los vaqueros de la Pampa y los eventos de Martin Fierro. Tizón, no lo olvidemos, no nació en Buenos Aires sino en Jujuy, aunque fue Salta siempre su paisaje recurrente, y en ese sentido es un autor extraño a la propia tradición argentina, una tradición construida en y por Buenos Aires y lo que esta inmensa ciudad irradiaba. De ahí que la trayectoria literaria de Héctor Tizón haya sido un ejemplo extraño dentro de su país pero no en la conformidad de la literatura latinoamericana. Lo determinante en su concepción estética fue la recurrencia del mito y la leyenda presente en las lejanas tierras a la gran ciudad, pero sobre todo, una vez acabó sus estudios de la carrera diplomática, su nombramiento de agregado cultural en México. Allí conoció a gentes como Juan Rulfo, su amigo y en cierta manera el espejo donde Tizón se reflejó, al maravilloso y maravillado Augusto Monterroso, a Ezequiel Martínez Estrada, a Ernesto Cardenal, en fin,  a nuestro Tomás Segovia, recientemente desaparecido también.

Los años de México fueron importantes porque confirmaron esa persistencia del mito y la memoria en la necesidad de narrar un paisaje, pero también porque se dio cuenta que cosmopolitismo y universalidad no eran conceptos iguales sino engañosos. De ahí el ejemplo de William Faulkner en  la literatura latinoamericana, tan importante, un ejemplo que por cierto Vladimir Nabokov, que lo detestaba, acusó de folclorista y provinciano, lo que viene a demostrar el poder de esa confusión de los conceptos. En este sentido fue esencial el autor de Pedro Páramo, un autor que hace del paisaje de su tierra un espejo del cosmos. Tizón, además, vio en el ejemplo de Rulfo otra característica que los une indisolublemente: la incidencia en la escritura despojada, la unión de paisaje y paisanaje en una alianza que no concibe una sin la otra, y la incidencia del relato por encima de todo lo demás, es decir, un modo de narrar que no tiene en cuenta la división entre novela y cuento y atiende al modo natural que tiene una historia de desarrollarse. En realidad, Tizón, que siendo novelista al igual que cuentista, sigue la estela trazada por el ensayo de Walter Benjamin en El narrador, donde éste analiza esa persistencia del mito y de lo artesanal en la literatura de Leskov, es un autor que se sintió siempre más  a gusto en el relato que en la novela, quizá porque al despojar la escritura hasta deshuesarla quería revestirla con una intensidad sin decaimiento, sin descansos obligados, carente de los artificios de los caminos largos.

Héctor Tizón, que fue ministro de Gobierno, Justicia y Educación en la década de los sesenta, perteneció a la Unión Cívica Radical, y se exiló a España en el año 1976. Este exilio fue determinante en la evolución posterior de su obra literaria. Si el ejemplo de Rulfo le hizo ver la diferencia entre cosmopolitismo y universalidad, el exilio en España le trajo la imposibilidad de recrear un paisaje, el de Puna, a través de la memoria y la nostalgia. De esa imposibilidad, de esa impotencia, se da buena cuenta en La casa y el viento, donde el abandono de la Puna posee una característica de desgarro casi metafísico, o en el relato Los árboles , donde el miedo a no poder crear en una tierra que le es ajena domina la narración.

Héctor Tizón volvió  a Argentina y se integró en el Bloque Radical, que presidió Raúl Alfonsín. Su obra, ya entonces, estaba tocada por la nostalgia y la ruptura armoniosa con el paisaje. A partir de los años noventa Tizón es reconocido en su propio país y se da cabal cuenta de una obra a veces injustamente tratada pero de una vastedad y calidad importante. Tizón no olvidó nunca Yala, provincia de Jujuy, donde terminó muriendo, fiel al paisaje que fue, pese a sus viajes, su contacto, su ombligo, con los misterios del mundo. Para saber de esto hay que leer sus novelas y, sobre todo, sus cuentos, donde brilló con especial maestría. De lo otro, de sus viajes y avatares, fiémonos de su otra escritura. El resplandor de la hoguera, su libro de memorias. Es una narración deliciosa.

1 Comment
  1. Pascual García says

    La casa y el viento. Impagables ratos de seco placer. Gracias, Juristo.

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