Espérenme en Guadalajara

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Bryce Echenique, en julio de este año, durante una entrevista con Efe en su casa de Lima. / Paolo Aguilar (Efe)

Ya era hora. Después de que corriese la voz, de esto hace algunos años,  de que Alfredo Bryce Echenique y Adriano González León –un enorme escritor venezolano que fue el último Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, en 1968, por País portátil, una novela que tenía a un terrorista por protagonista– habían roto su intensa amistad ya larga porque Bryce había optado al Premio con un título que González León dijo que  le había robado de un relato suyo, en concreto, Reo de nocturnidad,  me entero de que le han concedido a Bryce el Premio FIL de Literatura 2012, en su vigésimo segunda edición, es decir, el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en Lenguas Romances 2012, dotado con 120.000 euros, unos 150.000 dólares, antiguo Premio Juan Rulfo, y que otorga cada año la Feria del Libro más importante en lengua española y, desde luego, el premio más importante de Latinoamérica, un galardón que ha recaído en escritores como Nicanor Parra, Eliseo Diego, Juan Goytisolo, Antonio Lobo Antunes, Fernando Vallejo, Sergio Pitol y, por supuesto, el que fue uno de los amigos más queridos de Alfredo Bryce Echenique, Julio Ramón Ribeyro.

Me alegro de ello por varios motivos. Desde luego por el enorme prestigio del Premio, sólo dado a consagrados, también por los 120.000 euros, que a nadie vienen mal, pero sobre todo porque considero que el habérselo otorgado es una puerta abierta para una rehabilitación de su nombre. Me estoy refiriendo a cosas de las que no se hablan pero que existen y que son de una importancia extrema por las consecuencias que tienen, después de las 32 acusaciones de plagio en que estuvo implicado desde 2006, acusaciones que han dado lugar a juicios que aún no han acabado. El que un jurado compuesto por Calin Andrei Mihailescu, un escritor rumano canadiense de cierta excelencia, Jorge Volpi, Julio Ortega, crítico y profesor en Brown University que ha colaborado en cuartopoder.es, y la escritora portorriqueña  Mayra Santos Febres, entre otros, le hayan dado el Premio significa la sanción de que la obra de Alfredo Bryce está por encima de las acusaciones de plagio, sean estas reales o no, y recalco lo de reales o no porque creo que aquí radica el quid de la cuestión, en realidad da igual que Bryce haya plagiado algunos artículos de prensa o de revistas para la valoración de su obra: supongo que a nadie con dos dedos de frente se le ocurre pensar que Un mundo para Julius o La vida exagerada de Martín Romaña, o Muerte de Sevilla en Madrid, uno de los cuentos más tristes que me han sido dados leer, son menos excelentes porque años después de haber sido publicados a su autor se le acusa de copiar varios artículos de prensa.

Pero lo terrible del asunto es que es así. No es cuestión aquí de dar nombres porque no viene al caso, pero me consta que esas acusaciones  han servido al menos para que su figura, que sonaba cada vez con más fuerza en los días previos a la concesión del Premio Cervantes, perdiera fuste y prestigio para un galardón que representa a la totalidad de la lengua española y que es, desde luego, el más institucional de todos los que se conceden en nuestra lengua. Todo el mundo tiene presente en casos así que alguien puede recordar lo de las acusaciones de plagio y conviene que el premiado, por lo menos, esté libre de cualquier mácula moral, y, desde luego, una de las más terribles que se pueden pronunciar en el mundo literario, la de plagio. Y, por otra parte, el Premio Cervantes, tan intenso y prestigioso por la categoría literaria de los premiados, con los años se está quedando sin escritores de enorme altura, de esos incontestables. Lejos están los tiempos en que se podían dar el lujo, un lujo un poco lerdo e incomprensible, todo hay que decirlo, de conceder el Premio ex aequo a Gerardo Diego y a Jorge Luís Borges, fue en 1979, y, seguidamente, a Juan Carlos Onetti y luego a Octavio Paz, la lista completa de otorgados marea un poco por la alta calidad de los nombrados, y ya hay gente que baraja nombres para este año o el siguiente de  escritores españoles que se dieron a conocer en la década de los ochenta y que se solió agrupar en la denominación un tanto vaga de “nueva narrativa española”. No es para rasgarse las vestiduras. Es sólo cuestión de ver cómo pasan las horas. A la generación de los Borges y Onetti y Dámaso Alonso y Jorge Guillén, sucedió la de Paz, luego la de Guillermo Cabrera Infante, la de José Hierro, la de Antonio Gamoneda, la de Mario Vargas Llosa, la de Juan Marsé, hasta llegar a la excepción, la de Nicanor Parra, que hizo verdad aquello de que lo que no cumple la regla, la confirma. Es, por tanto, cuestión ya de poco tiempo el que escritores que rondan ahora la sesentena sean premiados con un título tan institucional, y claro, el nombre de Alfredo Bryce  venía para el pelo en momentos de transición, al fin y al cabo es uno de los representantes. Estaba Juan Ibargüengoitia, estaba Manuel Scorza, muerto en accidente de aviación en Barajas en el avión que perdió por llegar tarde Luís Rosales, estaba Julio Ramón Ribeyro, pero ya no están, del llamado post boom, y ya de por sí tamaño nombre designa algo tan vasto como irreal que bien puede caber ahí cualquier tendencia.

Alfredo Bryce saca novela este año una narración con nombre de bolero, Dándole pena  a la tristeza, que publicará Anagrama en su momento, una narración que habla de memoria, una constante en su obra, a través del recuerdo de una saga familiar, que, supongo, coincidirá con la de propia familia. Hace tiempo Bryce se enfrascó en la lectura de Los Buddenbrook, de Thomas Mann, con ánimo de apasionarse con historias de familia. Se apasionó, aunque no termino de ver la conexión que pueda haber entre Thomas Mann y Alfredo Bryce en el modo de contar el destino de una estirpe. En fin, establecer esas ocultas conexiones son cuestiones demasiado oscuras para ser siquiera sabidas por el autor mismo. Es de felicitarse porque a un escritor como Alfredo Bryce le hayan concedido el antiguo Juan Rulfo, es de felicitarse, sobre todo para los que gustan de su obra el que publique nueva novela. Creo que estas cosas pueden ayudar a pasar página en asuntos como lo de los plagios. Habrá que esperar a noviembre en Guadalajara, que es cuando se le otorga el premio, para calibrar hasta qué punto el asunto colea.

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