La religión como autoayuda

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Vito_Mancuso
El teólogo italiano Vito Mancuso. / Captura de vídeo de YouTube

Hay un teólogo en Italia que lleva años rompiendo moldes y ha tenido problemas con la Iglesia. Su nombre es Vito Mancuso, antiguo seminarista, es profesor de Teología y Filosofía en la Universidad San Raffaele de Milán, institución con ramificaciones especiales con el Vaticano. Está casado, tiene dos hijos y obtuvo el grado de Teología en la Lateranense de Roma, que es como decir el nido de complicidades de la elite intelectual de la Iglesia. Este hombre escribió una tesis doctoral, El Hegel teólogo y la imperdonable ausencia del Príncipe de este mundo, título envidiable y notablemente posmoderno, que fue incluido en las obras de marcada ortodoxia por teólogos próximos a Ratzinger como Bruno Forte o Gianni Baget Bozzo. Pero hará seis años escribió un libro, El alma y su destino, que rompió moldes en la Italia de Berlusconi, de la corrupción eclesiástica, de la todavía más que incipiente crisis económica y llegó  a vender 100.000 copias de una tacada, lo que para un libro de teología es algo insólito. El libro estaba avalado por Carlo Maria Martíni, teólogo de gran carisma, jesuita, autor del prólogo, y aunque  en él reconocía que los contenidos no siempre estaban de acuerdo con la ortodoxia, subrayaba la valentía del libro, y terminaba por no especificar cuales eran las doctrinas en la que se alejaba de la enseñanza tradicional. En el libro Mancuso incide en que el hombre se salva por sí mismo y por su sola razón.

Ni que decir tiene que L´Osservatore Romano, por boca de ese mismo Bruno Forte que alabó  su tesis, salió criticando el libro y lo menos que dijo de él fue que hablaba de gnosis, no de teología cristiana, y que disolvía los conceptos de pecado original, de la eternidad del infierno y el de la salvación que viene  de Dios. Todo esto dicho después que el Papa Juan Pablo II, en 1999,  con intuición digna casi, casi de Jean Paul Sartre, nos dijera prácticamente que el infierno no es un lugar, sino un estado que acontece al que se aparta de Dios. Bruno Forte, pues, se alineaba con las nuevas tesis propuestas por Benedicto XVI que subrayó en 2007 que el infierno era eterno y existe. Ni que decir tiene que esa crítica eclesiástica hizo que el libro se vendiera aún más y lanzó a Mancuso a la fama… mediática, ya que desde entonces colabora en diarios notables, como La Repubblica y es asiduo de la televisión. En España el libro fue editado por Tirant lo Blanc, pero no alcanzó el éxito de Italia.

Seducido por tanta fama, en cuanto se ha publicado en España, por parte de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Yo y Dios, que en Italia ha superado las cifras de su libro anterior, he corrido a leerlo por malsana curiosidad intelectual. Quería, sobre todo, saber en qué consiste la fascinación que este hombre despierta, que creo pertenece a la misma categoría que despertó en su momento Juan Pablo II y no desde luego, Ratzinger y su legado ya como Benedicto XVI. Esa fascinación no viene porque quisiera conciliar ciencia y teología, que es lo menos que un teólogo sensato haría en estos tiempos en que la Ciencia es Dios, ni tampoco porque apele a un diálogo entre el hombre y Dios, algo que desde Lutero pertenece  a la más estricta ortodoxia protestante y calvinista, sino a algo mucho más próximo a la conformación social de nuestros días: elabora rudimentos teológicos con argumentos de hace mucho tiempo pero con la facultad de venderlos como productos asequibles a nuestro modo de vida.

Cubierta del libro.

A mí, que me encantan las discusiones teológicas, por la fascinación que supone apelar a las astucias de la inteligencia humana en algo que está prácticamente en las nubes, me sugieren muchas cosas las acusaciones contra Mancuso sobre que es gnóstico y semipelagiano, parece ser porque defiende que podemos salvarnos por nosotros mismos y no por la fe y la gracia, pero hay que reconocer que estas cosas ahora se parecen más a las peleas teológicas que Luís Buñuel satirizó en Simón del desierto que a las urgencias propias de una religión que, como la católica, quiere subsistir en el nuevo siglo.

Mancuso equipara la idea de Dios a la búsqueda del Bien, de lo Bello,la Verdad, el Ser, para no vincularlo todo a la idea ética y moral, pero no hace falta ir más allá para darse cuenta que esta idea están bien argumentada ya en Platón, y que no forzosamente todas estas cuestiones definen  a un cristiano sino, como mucho,  a un creyente difuso. Llama la atención que la idea recurrente de Dios sea el de la  no respuesta a la pregunta, de qué es verdad en esta vida que se va. De una pregunta que no se sabe, de una suprema injusticia, no se infiere la necesaria existencia de Algo, y si uno, leyendo este libro, piensa que está muy bien que la libertad humana se cumple realizando el Bien, que las cosas se deben basar en el diálogo y el amor, y todas estas cuestiones, digo, en realidad no hay distinción entre la ética y moral de un ateo y la de un cristiano evangélico salvo cuestiones ligadas a la autoridad. A la autoridad del Vaticano y su ortodoxia, se entiende.

Hay notas de prensa, de Le Monde, por ejemplo, donde se dice que Mancuso quiere reconciliar la razón con Dios, cosa que desde Spinoza hicieron muchos filósofos y teólogos sin tanta retórica; el Corriere della Sera habla, incluso, de que quiere refundar la fe, nada menos. A estas alturas, después de haber leído el libro y algunas de estas reseñas, me siento hipócritamente confuso y secretamente divertido: la cosa podría resumirse en una mezcla de cuestiones filosóficas y teológicas ampliamente utilizadas desde hace siglos, pero pasadas por el tamiz de la charlatanería posmoderna. Recuerdo, incluso, que muchas de estas cuestiones se planteaban en el curso de PREU donde estudié. Recuerdo, también, a Eduardo Chamorro, periodista difunto y  amigo, diciéndome muchas veces que nuestra generación tuvo un buen bachillerato. No más. Leyendo a Mancuso me conformo con ello. Ahora ni a eso se llega.

El que teólogos eminentes sigan refutando con galimatías dice todo de la situación de la Iglesia Católica hoy. El problema, me temo, va mucho más allá de la dimisión del Papa y del nombramiento de otro.

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