Las lecturas inducidas

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Encuentro_Editores_Europeos
Acto de inauguración del Encuentro de Escritores Europeos en la Casa del Lector. / Facebook de CasaLector

La directora de desarrollo digital de Penguin Group, Anne Rafferty, ha dicho en la reciente reunión de editores de La Casa del Lector (Matadero, Madrid) que hay que perseguir la relación directa con los lectores, lo que sugiere una despedida masiva de libreros, si bien ella se ha apresurado a decir que no desea echarlos del negocio. Rafferty, que representa al grupo editorial mayor de Europa desde su fusión junto con Random House, en Bertelsmann, de la que hablamos en cuartopoder.es, aseguró que su editorial quiere “participar en todo lo nuevo que surge y utilizarlo para nuestro beneficio” y ya en plan más maximalista concluyó: “El antiguo lector es el nuevo cliente, el antiguo libro es el nuevo contenido”. Nada de lectores,  como nada de universitarios ni de pacientes ni de pasajeros; ahora todos son clientes.

Sería fácil concluir que importa poco el beneficio de la cultura, del lector, del libro o del autor. No estamos en una beneficencia, al fin y al cabo. La realidad es que Penguin Group está muy por delante de otras editoriales europeas en el negocio electrónico y que se las ingenia para crear del aire virtual usuarios de sus productos. “Pensamos en películas, series de televisión, aplicaciones, videojuegos, merchandising, cualquier cosa que esté entre un consumidor y nosotros”, claro como el agua.

Un ejemplo: El Diario de Ana Frank, ese clásico adolescente, lo presentan con un desplegable donde se ve el supuesto pupitre de la joven y una maqueta de la casa en la que se escondió de los nazis. Habrá que irse figurando el Ulyses en tableta interactiva.

Con ello, asegura la editorial, quien lo posea sabrá más de la heroína judía. Se trata de sacar más beneficios con el negocio porque con lo que hay no es suficiente. Sobre todo si lo comparamos con los beneficios de la industria armamentística o del tráfico de personas y de drogas. Esas sí que dan beneficios. Como hacen Edward y Robert Skidelsky cabe preguntarse ¿cuánto es suficiente? 

Me parece un buen ejemplo de por qué la literatura –tal como se ha venido entendiendo hasta hoy– está en vías de extinción. Con sentido práctico, los franceses –también Luxemburgo- han establecido un  IVA al libro electrónico igual que el del papel, o sea del 4 por ciento, lo que escandaliza y cabrea a la Unión Europea. Lo cierto es que los editores españoles llevan tiempo peleando por eso mismo sin ser escuchados. La Federación de Gremios de Editores de España, vía Javier Cortés, su presidente, recordó que los gobiernos españoles favorecen la implantación tecnológica antes que a la cultura. Así que, dada la importancia que se da a la cultura oficialmente en España, los editores tendrán que reciclarse en la industria de la prostitución, que ésa va viento en popa.

Comprendo que el sector se niegue a perder el tren de las ganancias empresariales. Que inventen artefactos y cositas para la lectura infantil. Que se estrujen el cerebro para conquistar nuevos clientes. Pero, lectores, sólo se atraen con buenos libros. Para eso hacen falta buenos escritores que confíen sus obras en manos de buenos editores que las acomoden en buenos libreros. Y para todo esto hace falta buena educación, buena escuela. Voluntad política.

Recuerdo un viejo dilema que se planteaba cuando trabajaba en RNE: ¿dar lo que quiere la audiencia u ofrecer algo digno que posiblemente la audiencia agradezca: un esfuerzo intelectual? Escuchando la radio, está claro qué bando resolvió el dilema, aunque sigo dudando mucho que la audiencia "quiera" la vaciedad y la ramplonería que abundan en las ondas herzianas.

A aquellos a los que pueda parecer éste un comentario elitista o clasista, les recuerdo que a ser culto tiene derecho todo el mundo: a disfrutar de la cultura; y el acceso es más barato que las tabletas y los androides: el libro es el medio. La lectura en silencio y con las orejas desabrochadas, el método. Las bibliotecas públicas o el parque de enfrente, el lugar. Perdonen las molestias.

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