Museo del Prado, ¿desidia o falta de transparencia?

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'Banquete de Bodas' (1623), oleo sobre lienzo de Jan Brueghel El Viejo, una de las obras que han sido dañadas por las goteras en la pinacoteca madrileña. / Museo del Prado

Hay que reconocer que las cosas han mejorado de unos treinta años a esta parte. Recuerdo aún un día de primavera en que me acerqué al Prado  en mi juventud porque quería ver la muestra excelente de renacentistas italianos que posee ese Museo. Era un día de calor y las ventanas del mismo estaban abiertas. Por allí se colaban los vilanos de los árboles amén de justicieros y frenéticos, para la conservación de la pintura, rayos de sol. En fin, esa imagen, vista desde ahora, parece propia de tiempos de barbarie respecto a  la conservación de obras de arte, pero puedo asegurar que la cosa ocurrió no hace más de treinta años. Lo que nos separa de las técnicas modernas de gestionar la cultura en España no llega a una generación. Conviene no olvidarlo.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. La mala relación del Museo del Prado con el agua viene de antiguo. Conviene recordar que en 1993, Felipe Garín, dimitió como director del Museo del Prado porque unas goteras habían llegado hasta la sala misma donde se exhiben Las Meninas, de Velázquez, además de otras grandes obras maestras del pintor. En 1999, un fallo en el sistema de refrigeración hizo que se cerrara la Galería Central del Museo. En 2008, estamos ya en las salas diseñadas por Rafael Moneo para la ampliación del Museo, se cerraron por un fallo en el sistema de refrigeración. El Reina Sofía, por su parte, no se queda atrás: en 2005, en la terraza del edificio diseñado por Jean Nouvel, alguien se olvidó de cerrar una manguera. El resultado fue que varias obras de Juan Gris quedaron dañadas. Al año siguiente, unas filtraciones de agua afectaron a la sala de depósitos de libros, algo muy importante si se tiene en cuenta quela Biblioteca del Reina Sofía está considerada como una de las mejores de su género en Europa.

Esta primavera ha llovido en Madrid como los viejos del lugar, como requiere el tópico, no recuerdan. El caso es que fue una de las primaveras más lluviosas desde que se tienen registros y, parecer ser, los aguaceros de marzo provocó unas goteras en los almacenes de ampliación del museo, afectando  aun grupo de obras. La noticia saltó a la opinión pública gracias al diario El País que informaba de que el pasado 11 de marzo se detectaron esas goteras y que habían afectado a unos cuadros, pocos, quizá tres, entre los que se encontraba Banquete de bodas, de  Jan Brueghel, el Viejo, que data de 1623, y que se encontraba allí por una restauración llevada acabo en las salas de pintura flamenca. Miguel Zugaza, ante la noticia, no tuvo más remedio que convocar una rueda de prensa, donde Gabriele Finaldi, director adjunto del Prado, y Enrique Quintana, coordinador jefe de restauración de pintura del Museo, informaron de que en realidad las obras afectadas eran seis, además de ocho dibujos: Cacería de un león, de un discípulo de Paul de Vos; Mártir de la Orden de San Jerónimo, de Valdés Leal; el mencionado Banquete de bodas, de Jan Brueghel; Desnudo femenino, de Martí Alsina y La Última Cena, de Bassano. Entre los dibujos, los hay de Joaquín Inza, de Lorenzo Tiépolo, uno de Eduardo Soler y un André Jacques Víctor Orsel .

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Miguel Zugaza, director del Museo del Prado. / Efe

Todo esto hubiese sido lo normal y característico de un museo moderno, de una institución dotada de cierto espíritu de transparencia. Lo que ocurre es que la prensa lo ha sabido  gracias  a una filtración cuarenta días después. Miguel Zugaza, en entrevistas realizadas el mismo día en que se convocó a la prensa para intentar deshacer en la medida de lo posible el entuerto, se aprestó a decir que la actuación fue ejemplar porque desde la fecha -11 de marzo- en que se detectó el problema, se informó de inmediato al presidente del Patronato, José Pedro Pérez Llorca y al arquitecto de la ampliación, Rafael Moneo. Esta información fue ofrecida como ejemplo de transparencia y con ella se intentó justificar que la prensa no hubiese sido informada. Se pretendía evitar tensiones en los restauradores de las obras dañadas y evitar en lo posible que el trabajo se viera dificultado por ello.

Según Miguel Zugaza, la labor realizada por Moneo, ejemplar, no tiene nada que ver con las goteras. “El problema no ha sido de diseño, sino de ejecución”, ha dicho, dando a entender que la responsabilidad, en todo caso, no es del arquitecto sino de los responsables de las obras. Parece ser que las pinturas están recuperadas. Respecto a los dibujos, su suerte aún no está clara, pues hay algunos dañados en demasía y no se sabe si quedarán manchas de humedad en el papel. Luego, para finalizar, en otro ejercicio de transparencia inaudito, se invitó a la prensa a visitar el almacén del Prado afectado por la gotera.

Miguel Zugaza es hombre capaz que siempre ha tenido a gala lo de la transparencia y quiere, desea, y, dice, ejecutar ese ejercicio tan saludable. El problema con estas últimas goteras es sólo un problema de evaluación: se quiso que no hubiese presiones y se ocultó el hecho. Pero ese espíritu de transparencia sigue presente y presidiendo a tan sagrada institución. Tanto que  en realidad el director no ve contradicción en no haber informado a la opinión pública dado que “a nadie le gusta que pase esto, desde luego, pero creemos que no fue para tanto”, según relató a Borja Hermoso, para recalcar, “cosas así pueden suceder en un momento dado en cualquier museo, viejo o nuevo”. Punto y final.

¿Final? No acierto a comprender que entienden las instituciones públicas españolas por transparencia. Lo que ha sucedido aquí es todo menos un ejercicio de la misma, y si el diario El País no hubiera informado, aquí nadie se hubiera enterado de nada, con lo que aquí paz y después gloria. No seré quién pida dimisiones por un suceso de este tipo, aunque si se pidieron en el caso del Reina Sofía, a su directora, Ana Martínez de Aguilar, incluso por el robo de una escultura ocurrido cuando ella no era ni siquiera responsable de ello, por lo que no termino de entender la discriminación habida entre unos responsables y otros por parte de los medios de comunicación. Lo lamentable de todo esto no es la falta de dimisión de alguien, porque ello, aunque preciso como gesto ético, no arregla el problema de fondo que afecta a la cosa, como es la mala utilización de los recursos en los ámbitos públicos. No, la cosa no va por ahí, pero calificar esta cuarentena oculta de transparencia es un ejercicio intelectual que se me hace difícil de comprender: me refiero a una cuestión intelectual, de conceptos. A no ser que Miguel Zugaza hable ya con la visión propia de un hombre educado en el principio del gato de Schrödinger: puede que esté muerto o no. Será, quizá, la mentalidad del hombre del futuro. Ya digo, no acierto  a comprender.

En el mundo del arte a la transparencia se le opone la veladura. En el mundo del arte la veladura es importante, en el de la gestión es todo lo contrario: se le llama opacidad. La cuarentena impuesta por Miguel Zugaza para que sus restauradores no trabajaran bajo presión nos habla de lo considerado que es, pero creo que en realidad agrava el problema. ¿Para qué intentar justificar aquello que no tiene justificación? Ya digo, no debemos estar por las dimisiones, sobre todo porque no arreglan nada, ya que a veces lo único que éstas consiguen es cambiar de persona, pero sí por exigir transparencia, la de verdad, no la que transcurre pasados cuarenta días... y gracias  auna filtración, no precisamente de agua, esta vez. Por fortuna

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