El pesimismo ganó en Islandia

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Bjarni Benediktsson (izda.), líder del Partido de la Independencia, ganador de las elecciones en Islandia, habla con el presidente del país, Olafur Ragnar Grimsson, el 29 de abril, un día después de los comicios. / K. Thorbjoernsson (Efe)

Fue bello mientras duró el sueño de la gente arreglando los desaguisados de las autoridades bancarias y políticas. Cuatro años después del infierno, son justo los partidos que permitieron que Islandia se sumiera en la crisis más grave de su historia los que han vuelto a ganar y están ya organizando el cotarro de la nueva era.

Es verdad que hay dos banqueros en la cárcel, dos, y que –según los observadores más optimistas- la justicia sigue trabajando para enchironar a alguno más, pero el nuevo gobierno ya parece estar imponiendo una política de borrón y cuenta nueva en sus anunciadas actuaciones.

De la redacción de una nueva Constitución discutida y reformada por los islandeses parece que va a quedar poco, ya que ninguno de los dos partidos gobernantes –el de la Independencia, de  Bjarni Benediktsson y el del Progreso, de Sigmundur David Gunnlaugsson, que lo apoya en el gobierno- aplauden la idea precisamente. Así que puede una imaginarse en qué van a quedar las horas y días, semanas y meses de trabajo de las comisiones de ciudadanos que anduvieron trabajando en la Ley de leyes islandesa.

Los islandeses han castigado al gobierno de la izquierda, encabezado por la presidente Johanna Sigurdardottir,  que ha sido, paradójicamente, junto con los otros vencidos, los Verdes, la que ha sacado las castañas del fuego al país. Qué desagradecidos. Han vuelto por donde solían, a la confortable derecha de ciudadanos de buena familia, grandes y rollizos, bien alimentados y que no quieren saber nada de unirse a Europa, con la que está cayendo. Aquí, igual no habría que afearles el gesto, la verdad sea dicha, a la vista del derrotero por donde la conducator Alemania está llevando a sus socios del sur.

Mudos han quedado los aplausos que habían levantado las informaciones –muchas veces ilusorias y fantasiosas, hay que decirlo- que llegaban del frío país. Con todos los peros que poner a la llamada Revolución de los vikingos, hay que admitir al menos que la crisis logró poner en pie a un país tranquilo, acomodado y nada proclive a las aventuras callejeras o a las acampadas de plaza mayor. Con el clima que padecen tampoco es de extrañar.

En cuartopoder tuvimos ocasión de charlar con Elvira Méndez, profesora de Derecho en la Universidad de Reikiavik, autora de un libro donde cuenta pormenorizadamente, y de manera muy amena, la peripecia de los pacíficos vikingos del siglo XXI.

Aún es pronto para saber qué tal lo hará el nuevo gobierno. Por otra parte, el trabajo duro ya lo hizo el anterior, o sea que podrá lucir palmito en las soleadas mañanas dominicales de primavera ante sus votantes. Lo que sí parece inevitable pensar es que una vez apagados los fuegos de la solidaridad, del combate ciudadano, y rebajado el nivel de adrenalina que causan el susto y la indignación al verse engañados por los bancos, las ovejas regresan al redil donde se está calentito y, aparentemente, a salvo del lobo feroz.

El mundo responde a los pensamientos que nos formamos sobre él; lo fabricamos nosotros con ideas oscuras o con esperanza y sonrisas; con confianza en el futuro o con temor insuperable ante panoramas que los medios y los que mandan pintan negros. De ahí que el ser humano tienda a ser conservador, temeroso de aventuras; que elija lo malo conocido a lo bueno por conocer, dejando escapar a veces la vida en la elección.

Devolver una relativa tranquilidad a los islandeses le ha costado el poder al gobierno saliente. La memoria selectiva de la gente ha colocado otra vez en el sillón a los que –se dice- provocaron la crisis. Pero el ser humano tropieza dos y mil veces en la misma piedra, si es necesario, siempre que se atisbe la esperanza de que los que lo hicieron mal hayan aprendido y ahora ensayen otra estrategia menos descarada y más efectiva. A esperar tocan. En cuartopoder seguiremos ojo avizor y orejas desabrochadas.

3 Comments
  1. Domingo says

    Asta el proximo descalabro.

  2. dolfus58 says

    Pues sí, decepcionante. Pensábamos que los masoquistas éramos los españoles, dando mayoría absoluta a los corruptos en Valencia y a sus protectores en todo el país. Parece ser que, efectivamente, el hombre es el único animal que tropieza un millón de veces en la misma piedra.
    R.I.P. al ejemplo revolucionario de los vikingos.

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