Popeye, uno de los grandes del pop

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La imagen de Popeye fue utilizada  entre 1941 y 1945 por el Ejército de los EEUU. / Wikipedia
La imagen de Popeye fue utilizada entre 1941 y 1945 por el Ejército de EEUU. / Wikipedia

Este mes de mayo será el mes de Popeye, un personaje nacido en la crisis del 29, y que periódicamente se revitaliza, siendo uno de los símbolos de la cultura popular más importantes y, desde luego, junto al ratón Mickey y Supermán, los personajes de cómics más longevos, más emblemáticos quizá. Popeye no fue el Carpanta norteamericano, sino todo lo contrario: en aquellos años se habían descubierto los poderes mágicos de las vitaminas y Popeye fue un invento, entre otras cosas, para que los niños comieran espinacas que tenían mucho aporte de hierro. Las espinacas siguieron siendo vegetal nada apreciado por la infancia, a pesar de Popeye, pero todos comenzaron a adorar sus músculos, su fuerza, el poder arrollador del anillo mágico de los tiempos ancestrales, pero adaptado a una lata de espinacas. El comercio aliado al mito.

Ahora Popeye vuelve a conocer tiempos felices. En el Salón del Cómic de Barcelona, que esta año se celebra del 15 de abril al 15 de mayo, se hará una exposición monográfica sobre su historia, desde sis inicios como personaje secundario en Timble Theater, que protagonizaron los hermanos Castor y Olivia Oyl, convirtiéndose en poco tiempo en el protagonista de la tira, hasta las sucesivas transformaciones del personaje hasta 1986. Un personaje que cumple ahora ochenta años gracias a la creación de un dibujante como Elzie Crisler Segar.

Precisamente lo que quiere abordar la muestra del Salón del Cómic barcelonés es hacer un repaso, a través de un personaje emblemático, de las diferentes maneras de abordar el cómic a lo largo de los años y ofrecer, de paso, merchandising que refleje esas diferentes épocas. Así, la inicial, que dura hasta 1938, diez años, en que Segar muere, y otros tuvieron que hacerse cargo del personaje, ya popular hasta sobrevivir a su autor, como tantos personajes literarios clásicos, como Bud Sagendorf, el que llevó a Popeye a cotas de enorme éxito en todo el mundo, y que fue en esos años en que dibujó al personaje, de 1958 a 1986, cuando Popeye se hizo adulto como ente de ficción, con las líneas tal y como las concebimos ahora, adquirió, en fin, todos los rasgos que le definen como símbolo del cómic del siglo XX, y entró a formar parte del imaginario de varias generaciones de chicos en Estados Unidos y Europa.

En realidad, aunque Popeye fue un producto de la crisis de los años treinta, y adquirió cierta popularidad en los años cuarenta, fue la televisión la que hizo de este personaje, como otros del cómic, un símbolo pop. En los años 50, Popeye se hizo tira de televisión, fue también la época apoteósica de las vitaminas porque había que vender salud después de una guerra terrible, y sucedió que a través de esa publicidad de la industria alimenticia escondida, Popeye, ese marino eternamente cabreado, se humanizó hasta conseguir lo que pocos personajes han logrado: ser dechado de simpatía poseyendo un carácter ríspido como pocos. Quizá el obligado papel de eterno justiciero estuviese a su favor, pero la fascinación que produce este personaje, y desde luego los secundarios de las serie, es que en el fondo son extraños, un poco como los Simpsons, un tanto friquis: pertenecen así al mundo de los sueños locos.

Popeye, sin embargo, no ha tenido suerte en el cine, todo lo contrario que en la tele: Robert Alman dirigió a Robin Williams en una comedia musical que no satisfizo ni a los niños ni a los mayores, no olvidemos que Popeye ha pasado con gloria por varias generaciones del siglo XX, y aquel experiemento acabó con esas expectativas. Popeye nunca pasará al imaginario cinematográfico, como Supermán o Spiderman o el capitán América o Batman, es personaje menudo, nada heroico, cotidiano, de esos que se asocian a los que encienden la tele al anochecer mientras se comen un pizza y se toman una cerveza. Parece personaje secundario, frente a esos héroes con superpoderes, pero es persistente, él controla, como la poción mágica en Astérix, la realidad nefasta que le rodea con sus espinacas, tema humilde si lo comparamos con lo que consiguen los superhéroes, pero en la vida cada uno tiene un rol y a Popeye le ha tocado ser el forzudo entre los chicos de su pueblo.

Por otro lado no hay más que mirar a los personajes secundarios que le acompañan para percatarse de ello: la inefable Olivia, esa eterna novia de Popeye que parece ser la encarnación de un eterno femenino que no acabamos de calibrar en su justa medida, Brutus, el más bruto entre los brutos, pero comprensible, y desde luego el animalillo que aparece siempre junto a ellos, Eugenio el Genio, y... Cocoliso, que es un niño tan raro que parece un garabato.

Por su parte, y coincidiendo casi en las mismas fechas, el 14 de mayo, la casa Sotheby´s de Nueva York subastará una escultura de Popeye de más de dos metros de altura, obra de Jeff Koons, por un precio estimado de 18 millones de euros. La escultura nunca se había exhibido antes, y resulta curioso saber que Jeff Koons se fascinó hace casi veinte años por este personaje pero que lo ha convertido en centro de una serie de esculturas que está realizando desde que estalló la crisis financiera que padecemos. Una vez más, Popeye surge de las cenizas en las épocas de crisis. No olvidemos que fue a finales de los ochenta y durante los años noventa cuando este personaje conoció sus horas más bajas.

Popeye es, sin embargo, uno de los referentes recurrentes de la cultura pop. Ahora le ha tocado el turno de que se ocupe de él Jeff Koons, pero no debemos olvidar que fue también sujeto de interpretación de artistas como Andy Warhol y Roy Lichtenstein, en los años sesenta, que fueron los años en que el pop se hizo dueño de su propia definición.

Popeye, de nuevo, de moda. La cosa resulta inquietante por los síntomas que preceden a su popularidad: crisis y cambios. Popeye regresa.

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