Oliver Sacks se despide, ante su muerte inminente

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Oliver Sacks
Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de Nueva York y autor de numerosos libros de divulgación científica, en una imagen de 2009. / Luigi Novi (Wikipedia)

Oliver Sacks, escritor y neurólogo, se ha despedido de sus lectores y amigos en un artículo sencillo y emotivo donde anuncia que le quedan unas semanas de vida. Usa un lenguaje suave y tranquilizador aunque admite que tiene miedo. El miedo que todos los seres vivos conscientes sentimos ante un tránsito tan inevitable como desconocido, por más que el cine nos lo muestre en forma de espectaculares piruetas o de fechorías macabras. La muerte, el acto íntimo de morir, no requiere efectos especiales.

Oliver Sacks empieza contando que nada una milla al día y mantiene una dieta saludable que combina con buenas amistades y una vida activa a sus 81 años. “Hace un mes -dice- sentía que me encontraba con buena salud, incluso una salud de hierro”, pero en apenas dos semanas se ha enterado de que su raro melanoma ocular, que había sido tratado con cierta satisfacción anteriormente, ha hecho metástasis en el hígado. Solo ocurre en un 2 por ciento de los casos. Y le ha tocado a él.

Resulta paradójico que el hombre que ha contado en libros exitosos sus investigaciones sobre The Island of the Colorblind padezca ahora de ceguera en su ojo irradiado para combatir un mal que ha escapado a otra parte del cuerpo, tan lejos de la cabeza.

Sacks escribe con generoso optimismo sobre lo fértil que ha sido su vida y la de cosas satisfactorias que ha podido hacer en estos nueve años desde que supo que tenía el melanoma ocular. El autor de Despertares, con el que tuve ocasión de hablar hace años, muestra su mejor voz y recuerda la capacidad del ser humano de reconstruir su vida después de una grave enfermedad. Pero, en su caso, ya no hay tiempo para eso.

Por ello, ha decidido desconectarse de cosas superfluas como la política y la amenaza global. No porque no las considere importantes, aclara, sino porque ya quedan fuera de su interés, de su incumbencia, “porque pertenecen al futuro”.

En su artículo, que titula en honor a David Hume, Sobre mi vida, Sacks coloca en paralelo las diferencias que le separan de los sentimientos de Hume ante su propia muerte. Hume era frío, Sacks es emocional y vehemente en sus convicciones y opiniones, aunque irradien una gran amabilidad. En su escrito, Sacks anuncia que la primavera verá publicadas unas memorias suyas. La primavera, pero no él.

¿Qué tiene de particular que uno conozca mejor la fecha aproximada de su muerte si todos sabemos desde muy pequeños que vamos a morir? Quizás sea preferible para poner en orden las cosas que te interesan. ¿Pero, qué cosas? Seguramente, poder despedirse de los que se ama, de aquellos que nos importan. Y de los animales queridos, y de los paisajes. Despedirse de la vida que merecía la pena.

Hace años, en 1978, Susan Sontag escribió un libro que se llamaba Illness as Metaphore. Era un ensayo brillante sobre el cáncer –que ella misma estaba padeciendo- como enfermedad apestada igual que en su tiempo lo fue la tuberculosis, ésta última sobre todo porque era altamente contagiosa y porque derivaba en un final fatal, una muerte temprana y penosa. En AIDS and its Metaphores (1989), Sontag incluye el sida en la troupe de males a los que nadie quería nombrar cuando estaban en su apogeo.

Pero también se ha venido, de un tiempo a esta parte, a difundir noticias de personalidades con cáncer, no como morbosa concesión a lo más bajo del alma humana sino como comunicado oficial por parte del propio interesado. Recientemente, Bruce Dickinson, cantante de Iron Maiden, ha revelado que padece cáncer de lengua con buen pronóstico y que se irán dando partes de su evolución.

Quedará en el recuerdo la manera serena pero apasionada en la que Oliver Sacks se despide de la vida: he amado y he sido amado, dice. Y recuerda que ningún ser humano puede ser reemplazado, porque su existencia es única y así, el vacío que deja a su muerte. En el caso del buen neurólogo, el vacío puede aliviarse leyendo sus libros, que no es poca cosa. Buena singladura, doctor. Feliz viaje.

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