Sebald, de escritor a icono

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W. G. M. Sebald
Imagen del escritor y profesor universitario alemán W. G. M. Sebald, fallecido en accidente de coche en 2001. / Wikipedia

En la construcción mítica de un escritor –de cualquier artista– hay un fondo de sustancia valiosa verificable y un tanto de nebulosa gigante que envuelve su figura y acapara la atención del público aunque apenas haya leído alguno de sus libros. Me parece que es el caso de Winfried Georg Maximilian Sebald (1944-2001) cuya escasa presencia en el mundo literario –algo más de diez años– se contrapone a su enorme influencia.

El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona –CCCB, para los amigos–  ha inaugurado una exposición sobre la figura de W.G. Sebald. Se llama  Las variaciones Sebald y trata de la influencia que este malogrado escritor sigue ejerciendo en otros artistas. La expo -cuyas puertas se abren con la instalación del mexicano Carlos Amorales: centenares de mariposas negras inspiradas en la lectura de Austerlitz- reúne la obra de 17 artistas.

Sebald era un hombre obsesionado por el destierro y los muertos, incapaz de salir de la prisión que en su vida supuso saber que su familia abrazó la causa nazi hasta sus últimas consecuencias. En él, los sueños –las pesadillas– alimentaban sus novelas. De aspecto melancólico, dicen los que le conocieron que tenía buen talante y un fino sentido del humor.

En su vida practicó la emigración y escribió sobre ella. Salió muy joven de su Alemania natal, primero a Suiza y después, definitivamente, a Reino Unido, donde daba clases de Literatura. Dominaba el inglés pero siguió escribiendo en alemán, porque la patria de una persona es su idioma materno.

Sebald publicó poco pero lo que podemos leer de él es contundente, de una severidad requerida por la carga que soportaba sobre su alma, la memoria del Holocausto. Una literatura de una belleza sin abalorios ni concesiones. Casi todos coinciden en que su novela magna es Austerlitz, pero cómo calificar Los anillos de Saturno, o Vértigo o Los emigrados. O ensayos como Sobre la historia natural de la destrucción, o los escritos sobre Literatura austriaca de Pútrida patria, todo ello publicado en español por Anagrama, en poética y brillante traducción de Miguel Sáenz.

Particularmente, me conmueve El paseante solitario, en honor y memoria de Robert Walser, el hombre pequeño que no poseía nada y que, hasta para morir, fue discreto.

Hay un cariño especial en Sebald hacia Walser que aflora en este librito, de los que la editorial Siruela atesora en su Biblioteca de Ensayo, y que transciende el hecho de que le interesaran más los muertos que los vivos, según propia confesión.

La improbable casualidad hizo que las muertes de los dos fueran paralelas en cierto sentido. Si en Walser se produjo mientras paseaba, sobre la nieve, probablemente tras un desmayo o quizás derribado directamente por ella, en Sebald, fue el propio coche que lo llevaba el que lo derribó para siempre, tras chocar contra un camión o quizás, al abandonar él mismo el volante después de sufrir un ataque cardíaco. La muerte lo encontró en pleno ejercicio nómada, como a Walser.

El caso es que el CCCB de Barcelona le dedica una exposición con la excusa de que hay artistas influidos por el escritor. Una exposición a lo mejor tomada por los pelos, para los críticos de la irresistible ascensión de W. G. M. Sebald a la gloria, pero, en todo caso, una exposición que recuerda al autor de Austerlitz, a los 14 años de su muerte, y anima a leerle, que es de lo que se trata. Que cada lector decida si el aura de Sebald es o no merecida.

CCCB (Vimeo)

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