Alvar Aalto, la curva es bella

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Fotografía facilitada por la Galleria Villamar, tomada en 2014, de la Biblioteca de Viipuri (Dinamarca) diseñada por el arquitecto finlandés, Alvar Aalto. / Efe

En la misma sala donde hace meses se celebraron los cincuenta años de la muerte de Le Corbusier con una magna exposición sobre su obra, tiene lugar ahora la dedicada a Alvar Aalto. La exposición Alvar Aalto, 1898-1976, arquitectura orgánica, arte y diseño, recorre la obra del arquitecto finlandés que revolucionó la arquitectura del siglo pasado y que en ciertos aspectos puede ser contrapuesto a la significación que tuvo Le Corbusier, con su obligada dictadura de la línea recta y del canon racionalista, abstracto. Bien es cierto que antes de Aalto, sucedió la obra de Lloyd Wright, el gran arquitecto norteamericano, creador de la línea orgánica en el arte de construir. Acordémonos del Museo Guggenheim de Nueva York o esa maravilla que son las oficinas de Johnson, la empresa de productos de limpieza, una verdadera catedral de la Modernidad. Sin embargo, el arquitecto finlandés creó una calidez difícil de imitar por otros diseñadores, una calidez que fue el origen de la fama del mueble y la arquitectura nórdicas y cuyo exponente actual, en una sociedad globalizada y abierta a todas las clases sociales es Ikea: cristal, algodón, madera clara, en contraste con el acero tubular, el cuero brillante, la línea recta, el puritanismo racionalista... Eso significó Alvar Aalto. La muestra recién inaugurada en CaixaForum, estará entre nosotros hasta el 10 de enero con más de 350 piezas entre fotografías, muebles, maquetas, dibujos y lámparas, esas evocaciones y cantos a la luz en que Aalto fue un maestro.

La exposición es importante, tanto que tiene vocación de ser exhaustiva porque abarca prácticamente toda la producción del arquitecto finlandés y desmonta ciertos tópicos referentes a su figura: la de un campesino bueno, muy en la línea de la ingenuidad de los escandinavos, que se inspiró en los bosques de su país natal para construir un mundo de referencias arcádicas, muy de sociedad socialdemócrata a la nórdica. Josen Eisenbrad, comisario de la muestra y conservador jefe del Vitra Design Museum, de cuyo fondo provienen las obras, insistió en la inauguración en que Aalto es mucho más que eso, y hay que enmarcarlo en las corrientes más vanguardistas del siglo XX. Quizá sea por eso por lo que en la muestra rastreamos, con gran insistencia de los responsables de la exposición, las huellas de sus amigos: Lazslo Moholy Nagy, un diseñador único, responsable, por poner un ejemplo popular, de la pluma Parker 51, Alexander Calder, Joan Miró, el músico Jean Sibelius, Fernand Leger... Artistas cuyo nexo común, aparte de ser amigos de Aalto, es que al igual que éste, siguen una línea vitalista, en abierto contraste con las ideas encorsetadas del racionalismo más doctrinario. Dicho así, parece ésta una muestra anti Le Corbusier. Nada más alejado de la realidad. Pero conviene no dejar de tomar nota: no en vano, cuando Aalto visitó Barcelona, se quedó prendado de la obra de Gaudí, al que no conocía, y ya se sabe que el arquitecto catalán y el suizo no eran precisamente espíritus afines. La fascinación que le produjo la visita al Parque Güell es significativa, así como la impresión que le produjo al arquitecto Fernández Alba cuando asistió a la conferencia que el finlandés dio en Madrid en 1951. Le pareció un campesino que hablaba mal francés. Metáfora anti Le Corbusier de lo que no sé si Fernández Alba era consciente.

Esta conexión entre arte y naturaleza es consecuencia, desde luego, de cierta concepción humanista, hecha para y a la medida del hombre. Ello se deja ver en la multitud de proyectos a los que dio realidad Aalto, donde parecía, siguiendo el dicho latino, que nada humano le era ajeno: desde un hospital para tuberculosos, como el de Paimio, que le dio fama mundial y donde cada detalle estaba pensado con discernimiento y suma prolijidad; desde la orientación de las habitaciones, siempre buscando la luz, hasta los lavabos, a una residencia privada; desde un florero, ese bello florero que parece la espalda de Kiki de Montparnasse fotografiada por Max Ernst, hasta las sinuosas curvas, tan placenteras, del celebrado sillón, que parece pensado para hacer realidad aquel poema de Jorge Guillén donde canta al mundo bien hecho desde la visión del beato lugar de asiento.

Aalto era artista que se quería completo y tenía los ojos puestos en el arte italiano del Renacimiento que adoraba. Y ese aspecto abarcaba no solamente la belleza sino la dimensión social, a la que Aalto era muy sensible pues en su país, Finlandia, que acababa de independizarse de Rusia, hacía falta una arquitectura de raíz eminentemente popular y práctica para la reconstrucción del mismo. De ahí esa feliz conjunción de circunstancias, lo que en cierta manera propició la acogida idónea que su arte. Aalto creía sobremanera en su destino como artista, que hizo del arquitecto el diseñador y constructor emblemático de su país, en primer lugar, para luego trascender al ámbito internacional, debido a esa afortunada mezcla entre un estilo depurado y una concepción natural, orgánica, de la arquitectura y el diseño que siempre se acogió con más simpatía que el canon de Le Corbusier.

Pero la fama de Aalto, su popularidad, le viene de los objetos que diseñó para la clase media, como las estupendas y bellas lámparas que pueden contemplarse por doquier. Era una filosofía de producción en serie que lograba abaratar costes y no resultaba tan gravoso como sus edificios, que por pura conciencia de respeto a la naturaleza, al entorno, son mucho más caros.

Aalto y su conciencia social: creó el edificio del MIT en Estados Unidos y cuando tenía en ese país una carrera espectacular, volvió a la Finlandia de después de la II Guerra Mundial para reconstruir su país. Ejemplos los hay a decenas, pero hablemos de la Casa de la Cultura en Helsinki, el Palacio de Congresos y Conciertos de la capital finlandesa e incluso un grupo de viviendas sociales en Hansa, en Berlín. Conviene tener presente ejemplos así, en tiempos de los arquitectos estrella, en tiempos de dinero puro y duro.

1 Comment
  1. paco otero says

    podrán pensar lo que quieran…no me preocupa, pues hace tiempo que asumí la necedad y banalidad que nos rodea…pero este tipo de trabajos los encuentro cada día mas vitales para superar esta sociedad de mediocres con cuenta corriente suficiente y vestidos de ARMANI y casi todos/as con el timbre correspondiente de alguna Universidad

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