John Wetton, vagabundo del rock

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John Wetton, líder de Asia y miembro de la desaparecida banda King Crimson, murió el pasado 31 de enero, víctima de un cáncer. / Jomelia (flickr)

Cuando Greg Lake abandonó King Crimson después de su primera encarnación, para irse a dar la nota en Emerson, Lake & Palmer, Robert Fripp sabía que había perdido una voz (y un bajista) insustituible. Intentó llenar el vacío con dos músicos solventes, Gordon Haskell y Boz Burrell, uno por disco, pero en 1972 halló en John Wetton el reemplazo perfecto. En realidad, lo conocía desde mucho tiempo atrás, en 1965, cuando ambos eran estudiantes en Bournemouth. Fripp siempre elogió su destreza con el bajo, pero no fue hasta esa fecha que decidió cambiar otra vez de arriba abajo la fisonomía de la banda para formar un cuarteto de ensueño: Bill Bruford a la batería, David Cross al violín, el propio Fripp a la guitarra y Wetton a la voz y al bajo. Les acompañó en el primer disco un percusionista excéntrico, Jamie Muir, que se retiró pronto a un monasterio budista y los dejó solos frente a su leyenda.

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Carátula de Red. King Crimson.

Con ellos, y con el saxo ocasional de Mel Collins, King Crimson consiguió rápidamente poner en pie la que quizá sea la trilogía más alta del rock sinfónico: Lark's Tongues in Aspic (1973), Starless and the Bible Black (1974) y Red (1974). Entre los ritmos alucinantes de la batería de Bruford, la delicadeza del violín de Cross, la ferocidad matemática de la guitarra de Fripp, más la hermosa línea de bajo y la resonante voz de Wetton era casi imposible imaginar un sonido más equilibrado. Por eso, cuando de repente Fripp disolvió el grupo, para Wetton fue como despertar de golpe de un sueño y encontrarse al lado de la cama aquellos tres discos grabados en el paraíso. Desde entonces fue recalando de un grupo a otro como un desterrado, un huérfano, un vagabundo del rock, de Roxy Music a Uriah Heep, intentando rehacer con diversos compañeros la monarquía perfecta. Lo intentó con U. K., donde Bill Bruford le escoltó a la batería, pero Fripp tampoco quiso participar y el ensayo duró apenas tres discos.

Su otra tentativa para formar un supergrupo fue Asia, que contaba con el gran Carl Palmer a la batería, Steve Howe de Yes a la guitarra y el teclista Geoff Downes, pero el gran éxito mundial de la banda --aupado al número uno por su canción debut Heat of the Moment-- no resultó ni sólido ni duradero. En los noventa, Wetton reemprendió una carrera en solitario donde siempre le acompañaría la nostalgia del paraíso perdido, las canciones míticas del pasado que siempre le pedían al final de los conciertos. Una larga y dura lucha con el alcoholismo lo llevó hasta una crítica cirugía de corazón, en 2007, de la que salió ileso, pero esta semana la muerte ha vuelto a teñir de luto a los amantes del rock sinfónico. En menos de dos años han caído Chris Squire, Keith Emerson, Greg Lake y, ahora, John Wetton.

Recuerdo la única vez que lo vi, hace tres o cuatro años, en la Sala Caracol de Madrid, él solo con una acústica, sin duda la voz más poderosa y bella que jamás he oído en vivo. Venía, además, cojeando de un accidente de coche, sin apenas poder apoyarse en una pierna, pero no quiso cancelar el concierto para no defraudar al público. El cual se portó de un modo infame, cuando Wetton, después de más de una hora de pie y tras varios bises, abandonó la sala porque no podía aguantar más el dolor. Estuvieron abucheándolo y silbándolo durante mucho tiempo, sin entender ni el milagro que habían presenciado ni el sacrificio que había hecho. Me fui, avergonzado, y al día siguiente alguien me dijo que salió a la media hora para tocar un par de temas más, como si no hubieran tenido bastante. La suerte nunca le acompañó mucho tiempo, quizá como castigo eterno a aquellos tres discos maravillosos donde, entre otros milagros, prestó su voz oceánica a la balada más desoladora del rock: Starless.

DGM Live - King Crimson (Youtube)

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