En 1841, Edgar Allan Poe publicó en el Graham Magazine una reseña de los cuatro primeros capítulos de Barnaby Rudge, una novela de Charles Dickens que estaba difundiéndose en la prensa por entregas. En un alarde deductivo digno de su criatura, el chevalier Dupin, Poe adivinó para sus lectores cómo iba a terminar la historia, un spoiler casi sobrenatural que llenó de asombro al propio Dickens. En la correspondencia que iniciaron ambos, Poe aseguraba que no había hecho más que seguir el desarrollo lógico de los acontecimientos y sugería que Dickens habría compuesto la obra de atrás hacia adelante. Dickens respondió: "¿Sabe, dicho sea de paso, que Godwin escribió su Caleb Williams al revés? Comenzó enmarañando la materia del segundo libro y luego, para componer la materia del primero, pensó en la manera de justificar todo lo que había hecho".Empezar por el final, como aconseja Poe, suele ser una buena forma de terminar un libro, aunque con una película las cosas se complican bastante. En el negocio del cine hay tanta gente implicada, desde el guionista al director, pasando por el productor, los actores y los técnicos, que una obra maestra redonda casi resulta un milagro. De eso trata el nuevo libro de Iván Reguera, The End, de milagros, de un montón de películas redondas, prodigiosas, perfectas; esas películas de las que uno sale como en trance y de las que, a veces, no sale nunca. A Iván Reguera ya lo conoce el lector de cuartopoder.es por sus críticas sinceras, apasionadas y feroces; en este libro también es sincero, apasionado y feroz, sólo que ante una extraordinaria cosecha de obras de arte: una buena parte de la que nos legó el séptimo durante el pasado siglo y unas poquitas de lo que llevamos de éste.
La selección, como todas, es personal; es muy posible que el aficionado eche de menos alguna, pero difícilmente podría descartar una sola de las propuestas. Las uvas de la ira, Qué bello es vivir, Casablanca, Viridiana, El tercer hombre, El apartamento, 2001: una odisea del espacio, Eva al desnudo, Esta tierra es mía, Blade Runner, por nombrar sólo diez contundentes obras maestras. Hay muchas más y es posible que, para el erudito de turno, el libro esté demasiado centrado en el cine estadounidense: apenas hay espacio para películas extranjeras y no se mencionan, por poner cuatro ejemplos de monumentos incontestables (según yo mismo), La strada, de Fellini, Los siete samurais, de Kurosawa, El séptimo sello, de Bergman, o Stalker, de Tarkovski. Pero, por supuesto, no se trataba de hacer una enciclopedia sino una declaración de amor y estas necesarias ausencias también son parte del asunto. Como dijo una vez Oscar Wilde, el secreto para ser aburrido es contarlo todo.
Lo que se ofrece en este volumen, soberbiamente ilustrado, es una gozada absoluta, un jugoso banquete de información, repleto de anécdotas y curiosidades, que desmenuza, entre otros muchos, los cinco finales posibles de El padrino, la escalofriante caída del especialista Joe Powell en el salto desde el puente en El hombre que pudo reinar, o el capricho repentino de Sam Peckinpah al hacer desfilar a los cuatro protagonistas antes de la balacera mítica que cierra Grupo salvaje. No menos curioso es enterarse de que varios de los grandes finales de la historia del cine, los de Centauros del desierto, o El planeta de los simios, nada menos, fueron improvisados. En el primer caso, por una ocurrencia genial de John Ford y un repentino gesto de John Wayne, que decidió hacer un inesperado homenaje a Harry Carey al agarrarse el brazo (de acuerdo, la posición está invertida, pero ese gesto siempre me ha parecido la prefiguración de un infarto). En el segundo por un inesperado hallazgo de Blake Edwards y Arthur D. Jacobs.
Con todo, creo que el concepto de improvisación no es exacto y que el cabrón de Poe podría haber ido reventando todas estas películas una detrás de otra. Resultan tan perfectas que dan la impresión de que el final platónico estaba ahí, esperando a su escultor, como el Moisés de Miguel Ángel agazapado bajo el mármol.
Llevo unos días leyendo, es obligatorio no leer aquellas películas que no se han visto. La verdad es que me está encantado, me parece acojonante que Iván no tenga un programa de radio al más puro estilo Polvo de Estrellas porque ahora más que nunca nos hace falta un crítico de cine con cojones para exponer y para opinar y de paso, para enseñar cine que buena falta hace. Este libro hace un buen repaso de muchas películas que han marcado generaciones y que invita sobre todo a la reflexión, lo mejor de todo son las anécdotas, no tenía ni puta idea de que Kubrick quisiera un final feliz en Senderos de gloria eso no se cuenta ni en una de sus biografías, estos detalles son los que hacen del libro todo un placer para los sentidos y te ayudan a conocer aun más cómo se gestionaba todo, sorprenderá saber como algunos de los mejores finales fueron improvisados sin estar incluidos en el guión. A quien ame el cine o simplemente tenga curiosidad de lectura obligada. Saludos.