CINE / El estreno de la semana

‘The Florida Project’: basura blanca en la era Trump

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Cartel de 'The Florida Project'.
Cartel anunciador de la película 'The Florida Project', de Sean Baker.

Cuando salí de ver el puñetazo que es esta película, lo primero que me pregunté es cómo habían rodado a los actores infantiles. El trabajo de todos ellos es fabuloso, sobre todo el de la cría protagonista. Cuando le hice la pregunta a un director amigo, me contestó: “¿Cómo lo han hecho? No haciendo nada, seguramente”. Es decir: siguiendo a los críos con la cámara y dejándoles hacer. Sí, habrá sido mucho más complejo que eso, pero por ahí van los tiros.

Es una pena que niños tan buenos no puedan ser reconocidos por los premios cinematográficos por su edad. No le ha pasado lo mismo al veterano Willem Dafoe, que gracias a su personaje en esta película ha sido nominado al Mejor actor de reparto en los Oscar, los Globos de Oro, los BAFTA, en el Círculo de Críticos de Nueva York y en el Sindicato de Actores (entre otros muchos premios). Además, The Florida Project es una de las 10 Mejores películas del 2017 según el American Film Institute.

El responsable de este derechazo cinematográfico es Sean Baker, un tipo que en 2015 sorprendió con Tangerine, una película que se hizo famosa en el mundo del cine indie por haber sido rodada toda ella con un iPhone, algo que a Carlos Pumares le horrorizaría. Aquí ni la vimos en los cines y pasó directamente a Netflix sin publicidad. La verdad es que la película, protagonizada por travestis, vale poco y se hace eterna.

La cámara de The Florida Project (gran trabajo de fotografía de Alexis Zabe) sigue a una niña de 6 años y a sus amigos. Todos pasan un sofocante verano en un complejo de apartamentos muy hortera pegado a Disneyworld. Los críos, en su mundo, intentan evadirse de la realidad de sus padres, clase obrera desarraigada, desclasada por la crisis. Basura blanca. ¡Qué panorama para ir al cine!, dirán ustedes. Cierto. Esto no es cine de palomitas, ni su guión es para morirse, pero la forma en la que está contada la película seduce, engancha.

Por eso la dirección de actores infantiles es un verdadero milagro, hacía mucho tiempo que no veía algo parecido en una pantalla. Puede que desde el impresionante trabajo de Jacob Tremblay en la fabulosa La habitación. Aquí el trabajo de la pequeña Brooklynn Prince es sencillamente desgarrador.

The Florida Project es un lugar, un espacio deprimente, artificial, un mamotreto de color morado (llamado El castillo mágico), rodeado de espantosos comercios. La Norteamérica más hortera, fea, vulgar y obscena. La Norteamérica mayoritaria, seguramente. Esos USA del “sálvese quien pueda”, de curros basura, vidas desperdiciadas, futuro de mierda. Y entre ese horror aparece el personaje de Dafoe, que es un hombre bueno que sorprende por su benevolencia ante una jungla humana sin empatía.

La idea de ambientar la película cerca del parque temático más famoso del planeta no fue del director, sino del productor de la película, Chris Bergoch, un tipo que le dio una dimensión a la película que no estaba al inicio del proyecto. Sí, un productor, esos tipos a los que muchos cretinos tratan como a “los del dinero”, los enemigos de los creadores insobornables. Su idea fue perfecta: al lado del parque de los sueños y la felicidad, se hacinan, en moteles y rotondas, miles de familias sin nada, miles de camellos, miles de putas y de travestis. La cara oculta de esa basura para tarados mentales llamada “sueño americano”, críos creciendo como descontrolados salvajes frente al lugar supuestamente más feliz de la tierra para un crío: Disneyland.

Y lo mejor es que Baker no es autocomplaciente, no reivindica derechos o una sociedad más justa de forma progre. Baker es brutal con sus personajes desarraigados y abandonados (por la sociedad y por ellos mismos), como debe ser. Como Buñuel en Los olvidados o Viridiana. La madre de la pequeña Moonee, por ejemplo, es un desastre humano dentro de un desastre social. Y Halley (estupenda Bria Vinaite) merece su castigo.

Esta película tiene momentos de gran cine. Ejemplo: la niña bañándose con sus muñecas mientras un cliente de su madre, prostituta, visita la habitación en la que viven. Nunca vemos al tipo, solo escuchamos su voz. Otro: la escena en la que los críos destrozan y queman una urbanización en ruinas, una secuencia con un simbolismo muy logrado. Otro más: el bueno de Bobby (Dafoe) enfrentándose a un asqueroso pederasta.

Lo mejor: los minutos finales van a ser de los mejores que veamos en este 2018 en las salas españolas. Brutal, pura poesía. ¡Menuda llorera!

Lo peor: sin duda su duración, excesiva. Con 20 minutos cortados en la sala de montaje esta película hubiese sido una obra maestra de neorrealismo norteamericano. Pero, ¡ay!, el director también es montador de la película y pasa lo que pasa.

El plan B:

Vuelve Clint Eastwood (este hombre, a sus casi 90, es incombustible) con 15:17 Tren a París, historia de héroes norteamericanos. Narra aquella tarde de agosto de 2015 en la que tres jóvenes americanos, que viajaban por Europa, se enfrentaron a un terrorista en un tren con destino a París. No esperen sorpresas, es el director de esa cosa reaccionaria llamada El francotirador.

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