LITERATURA / Eduardo Mendicutti publica 'Malandar', su última novela

Mirando hacia atrás sin ira

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El escritor Eduardo Mendicutti presentando su último libro, 'Malandar'
El escritor Eduardo Mendicutti presentando su último libro, 'Malandar', en CanalSur Noticias. / canalsur (YouTube)

Desde que Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1948) se estrenó con Tatuaje en 1973, obra que fue censurada y aún permanece inédita, sigo con interés la obra de uno de nuestros autores más importantes de los últimos años y que creo no ha sido valorado en lo que merece en realidad, porque sus novelas, al referirse a una temática homosexual, no fueron comprendidas en su momento en lo que significaban y ahora, quizá por un fenómeno pendular, no se reciben con la actitud crítica que merecen, porque se antepone su temática a sus cualidades literarias, que es lo único que debe importar en un escritor.

Portada de 'Malandar'
Portada de 'Malandar', de Eduardo Mendicutti.

La obra de Mendicutti comenzó a ser editada en forma de libro con Una mala noche la tiene cualquiera , su anterior novela, Cenizas apareció en la revista Garbo en forma de entregas, y, a partir de ahí, por mano de la editorial Tusquets ha ido publicando la mayor parte de sus libros más famosos, El palomo cojo, Los novios búlgaros, Mae West y yo, Otra vida para vivirla contigo y, desde luego, esta Malandar (Tusquets Editores), que se inscribe en esa tendencia actual en los escritores de la generación a la que pertenece Mendicutti, se me ocurren a botepronto los nombres de Luis Landero y Vicente Molina Foix, de contar de una manera u otra su pasado y, de paso, expresar sus relaciones familiares. Mendicutti ha optado, como casi siempre en su obra --donde combina lo tragicómico con gran fortuna--, por sacudirse los dramas con la distancia y lucidez que otorga el humor, humor que, todo hay que decirlo, está muy lejos de la farsa española de corte expresionista, y esta Malandar no iba a ser una excepción: hay un capítulo un tanto descacharrante, “ Toro, torero y viceversa”, donde el autor describe de que modo ligaban los homos cuando el amor era cosa prohibida en los aledaños de Gran Vía, al lado del Cine Avenida y el Palacio de la Música. El capítulo semeja ese modo de ligar con la suerte de la arena y el resultado es, de lejos, no sólo divertido a espuertas, sino que combina a la perfección ese tono agridulce que tan característico de su prosa es: “Entonces lo hacíamos así, en la calle. Le echabas el ojo, le aguantabas unos segundos la mirada, no mucho, por si se reviraba y te llevabas un revolcón de oreja y rabo, caminabas unos pasos gustándote, te volvías, comprobabas si él también se había vuelto, tal vez adivinabas que estaba a punto de volverse y, si efectivamete lo hacía, le dejabas caer una sonrisa quedona , pero sin exagerar, y luego te parabas firme, con los pies bien clavados en el suelo, frente al escaparate más cercano, aunque fuese de lencería femenina o de disfraces para fiestas infantiles...”. La Gran Vía como trasunto de Las Ventas y, ni que decir tiene, el ligón como torero que tienta suertes al morlaco que le ha tocado. Descacharrante.

Pero Malandar es mucho más que esto, es la novela de una Arcadia perdida, La Algaida, con su olor a pinos y a salitre, y donde sus amigos, Toni y Elena forman parte ineludible de ese paisaje y el abandono por parte de Miguel Durán de esa Arcadia por mor de hacerse adulto y, como era obligado, emigrar a Madrid. Ni que decir tiene que Toni y Elena, como es de rigor por los que aceptan aquello que se les otorga de inmediato, forman pareja al modo de un destino dado por los dioses. El papel de Prometeo, lúcido y lleno de dolor, le es otorgado a Miguel, porque acepta con intensidad sus deseos y los persigue con obligada persistencia. El resultado es una mirada nostálgica al pasado, sí, pero una nostalgia que no quiere decir que sea capaz por eso de renunciar a una vida que ha querido y donde ha conseguido realizar mal que bien aquello que quería.

En Mendicutti se halla siempre el humor aliado a cierta actitud melancólica y lúcida ante los acontecimientos. Malandar participa de ese tono que siempre ha caracterizado a nuestro autor y que no es más que una búsqueda desesperada hacia la comprensión de los demás, sobre todo de aquellos alejados de los convencionalismos al uso. En eso mantiene Mendicutti una actitud cervantina, llena de humanismo y en abierto contraste con la transgresión, aun se exprese de manera sagrada haciendo de los delincuentes santos, como Nuestra Señora de Las Flores, de Jean Genet. En Mendicutti ocurre todo lo contrario: la transgresión no significa enfrentamiento, sino que da lugar a la comprensión del otro, de las actitudes contrarias a lo que uno piense, siempre que se respete al supuesto contrario. Pocos como Mendicutti han abogado por la normalización de los homosexuales dentro de nuestra sociedad. No es de extrañar, por tanto, que el colectivo LGTB le tenga por uno de sus más eminentes representantes. Siempre que pienso en esto me viene a la cabeza lo que me ocurrió la primera vez que se celebró el desfile del Orgullo Gay: en la esquina de Barquillo con Alcalá me encontré a Leopoldo Alas llorando. Le pregunté que le sucedía y me contestó que lloraba de emoción porque nunca creyó que llegaría ese día.

Por lo demás apuntar que Mendicutti se inventó en Duelo en Marilyn City una relación homosexual entre vaqueros antes que la celebrada película.

Acabemos.

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