CLIMATOLOGÍA / Tremendismo informativo

Noticia, exaltada, del frío

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Un grupo de bañistas se dirigen al agua en la playa de La Concha de San Sebastián, cubierta de nieve
Un grupo de bañistas se dirigen al agua en la playa de La Concha de San Sebastián, cubierta de nieve. / Juan Herrero (Efe)

Un insistente temporal ha cubierto la mayor parte de España de un manto blanco de hermosísima, prometedora y estimulante nieve. Lo ha acompañado, claro una bajada de las temperaturas amable y purificadora. A los inmensos beneficios de este fenómeno, cada vez más raro en una situación de evidente y dramático calentamiento del país, extensible a casi todo el planeta, ha respondido, sin embargo, un necio despliegue, no menos persistente, de noticias e imágenes claramente destinadas a atemorizar a la opinión pública, lanzar advertencias intimidatorias y a “condenar”, en definitiva, una meteorología que, sin embargo y por una vez, ha cumplido con lo que le corresponde: regalarnos con nieve y frío en enero y febrero.

«La televisión se ha empleado a fondo durante estos días de invierno convencional a dramatizar lo que debiera haberse contemplado con mucha mayor naturalidad y hasta con regocijo»

Ha sido la televisión la que, de acuerdo con su capacidad y vocación (cualquier imagen, por el mero hecho de ser transmitida es fácilmente magnificable), se ha empleado a fondo durante estos días de invierno convencional, si bien semiolvidado, a dramatizar lo que debiera haberse contemplado con mucha mayor naturalidad y hasta con regocijo. Entre la manipulación y el ridículo, nuestras televisiones han ido rebuscando la excepción y el morbo para –hay que suponer– atraer al público y ganar audiencia. La sociología recoge desde hace tiempo la información meteorológica como un poderoso instrumento de control social, especialmente útil en tiempo de malestares varios, y se ha superado la etapa en que esto se atribuía a las cadenas públicas en exclusiva, ampliándose a todas las que pretenden alcanzar a un gran público. Pero malamente puede sospecharse que esta eclosión informativa sobre el “mal tiempo” haya tratado de distraernos de los avatares del procès y la aburrida tiranía legitimista de Puigdemont, que tan poca calidad está aportando al relato catalanista.

En este espectáculo de desbordamiento informativo la terminología, claro, juega un papel primordial. Así, el abuso del calificativo de “situación adversa” a las referencias al temporal (algunos enviados especiales paladeaban, ante la inminencia del frío o la nieve, un “código negro” que ha supuesto novedad de mérito) ha venido acompañado de repeticiones incesantes sobre unas temperaturas que no descienden, sino que “se desploman”, a consecuencia de frentes atmosféricos que ya no recorren la Península, sino que la “barren”, e incluso la “invaden”, trayendo consigo un frío que dejó de ser polar para devenir en “ártico” (esto recuerda cuando el lobby eléctrico consiguió que sus centrales dejaran de llamarse “atómicas” para pasar a “nucleares” y quitarles hierro: las vocales fuertes incrementan el impacto de la frase y la noticia). Para cuando la cosa no da de sí y las temperaturas no pueden impresionar siempre queda el recurso, abundantemente utilizado, de la “sensación térmica”, con sus cuatro o cinco grados por añadir a los termómetros acosados por su indolencia...

«El caso es que la vulnerabilidad nos ha ganado, y esto lleva como consecuencia una exposición de mayor fragilidad al riesgo, tanto en lo material como en lo mental»

Las familiares “lluvias torrenciales” han quedado flojas, y han sido sucedidas por las precipitaciones que “castigan” las provincias en las que, no es que caigan, sino que “descargan”… Y tampoco es que ayude mucho la ciencia meteorológica, son sus avances terminológicos: considérese la reciente creación de la espantable “ciclogénesis explosiva” (de la que, el sevillano aquel, entrevistado en televisión bajo el agitado cimbrear de las esbeltas palmeras, no dudó en subrayar, sonriendo, que “lo de la explosión esa es lo que toda la vida hemos dicho ventolera, ¿no?”)

Es verdad que el cambio climático se deja sentir con situaciones climatológicas extremadas, pero no es el caso. Y también que en las zonas expuestas a la nieve invernal se ha ido produciendo el olvido y el descuido ante este tipo de emergencias, tanto por la mera disminución de las nevadas como por el aumento de los servicios e infraestructuras, que nos han acostumbrado a salir del paso con prontitud y eficacia ante mínimos contratiempos. El caso es que la vulnerabilidad nos ha ganado, y esto lleva como consecuencia una exposición de mayor fragilidad al riesgo, tanto en lo material como en lo mental.

Concretamente en las zonas de montaña estas situaciones siempre se resolvieron con naturalidad, aunque durasen semanas, porque existía el ejercicio y la predisposición ante ellas. Ya no hay carreteras deficientes ni en las zonas de montaña y el pan llega puntual cada mañana a cada reducto, quedando muy lejos los tiempos en que se amasaba para quince días; ahora, un contratiempo como a los que aludimos sí ocasiona trastornos de intendencia. Que Villamanín o Reinosa se cubran de nieve y que los puertos de Pajares y el Escudo se cierren durante el invierno hasta hace muy poco eran noticias de cada año, carentes de dramatismo per se; y ahora su contrario, es decir, la desaparición de la nieve, intranquiliza seriamente a la gente de esas comarcas, que añoran “aquellas nevadas y aquellos fríos, que sí eran de verdad” (como algún entrevistado maduro suele afirmar, chafando las expectativas del reportero en busca de la sensación y el récord). La evidente levedad de los daños causados por la nieve caída se ha tratado de “compensar” con visiones tremebundas de tejados levantados en colegios, polideportivos y naves industriales, incidencias producidas por la acción de la componente eólica del temporal que, siendo también discreta, sólo pone en evidencia la consabida mala calidad de esas construcciones. Sin aludir al imposible impacto negativo de las informaciones sobre los miles de niños que se ven obstaculizados de ir a clase, que habrán disfrutado de días de asueto inolvidables y de una lección insuperable sobre la naturaleza y sus maravillas.

«Lo peor, con todo, siempre resulta ser que la marea automovilística fragiliza potencialmente numerosas situaciones que no tendrían que ser de riesgo, y las traumatiza de hecho»

Lo peor, con todo, siempre resulta ser que la marea automovilística fragiliza potencialmente numerosas situaciones que no tendrían que ser de riesgo, y las traumatiza de hecho. Precisamente por ser voraz en infraestructuras y por autoimponerse unos “márgenes de seguridad” que tan contradictorios resultan en estas ocasiones, volviéndose en contra al darse una desproporción evidente entre medios y fines, las carreteras que acogen esta plétora de vehículos, las autovías y autopistas cerradas, se convierten en una trampa de la que no se puede salir, ni escapando hacia delante ni huyendo por los lados, en busca de algún refugio, ayuda o población donde resolver la emergencia. Estas macroestructuras, dominantes e invasivas, y que tan vulnerables nos hacen, han configurado el país como un mapa de carreteras punteado de ciudades insufribles y de espacios vacíos sin futuro.

Por supuesto que la empresa concesionaria de una autopista de peaje es enteramente responsable si sus clientes han de pasar una noche en blanco nada agradable, ya que debiera disponer del material necesario para impedirlo y, por supuesto, saber controlar la avaricia cerrándola al tráfico cuando la situación o el riesgo así lo exigen. En el ya paradigmático caso de la AP-6, es evidente que la empresa responsable deberá indemnizar a los afectados y pagar el coste del rescate por la Unidad Militar de Emergencias. Pero el análisis de la religión (tiránica, intocable) del uso indiscriminado del automóvil privado y la ostentosa realidad de las autovías/autopistas-trampa, ha brillado por su ausencia en esta explosión chillona de, en definitiva, absurdas recriminaciones al tiempo.

Mejor habría sido que –tanto desde el punto de vista informativo como desde el objetivo y científico–, se reservara el tremendismo para cuando llegue el verano y los 40ºC agobien medio país, anunciando un futuro de catástrofes sin cuento.

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