El antifascismo en EEUU: Trump desviando la atención para crear un enemigo interno
- “Los Estados Unidos de America designarán a Antifa como una organización terrorista”, escribió el presidente americano en Twitter
- Mark Bray, historiador experto en antifascismo, señala que eso le ha servido a Trump “para distraer atención y no hablar sobre las raíces del asesinato de George Floyd”
- Pablo Bustinduy afirma que el presidente “está jugando con el imaginario del macartismo, con esas teorías de la conspiración permanentes”
“Los Estados Unidos de America designarán a Antifa como una organización terrorista”. El presidente americano, Donald Trump, escribió este tuit el pasado 31 de mayo. El mundo ya no paraba de mirar las protestas en todo el país tras el asesinato de George Floyd. La solidaridad se extendía a otras ciudades de Europa y las redes sociales eran un hervidero. ¿Antifa? ¿Existe esa organización? ¿Tienen relación con las protestas antirracistas? ¿O es más bien una estrategia, ya utilizada anteriormente, de criminalización del antifascismo para buscar un enemigo interno?
Desde fuera de EEUU, nos surgía una pregunta. ¿Qué papel están teniendo los grupos antifascistas en las protestas de estos días? “Los grupos son pequeños, así que tal vez hay algunos miembros de los grupos antifa en las protestas, pero no muchos. No han tenido un papel importante”. De esta manera responde a cuartopoder Mark Bray, historiador experto en antifascismo y autor del libro Antifa: el manual antifascista (Capitán Swing, 2019).
“El protagonismo, por razones obvias, y totalmente necesarias, lo está teniendo la gente afroamericana. Diría que ahora mismo el antifascismo como identidad política per se no está jugando un papel central. Las protestas están siendo bastante espontáneas (podría decirse que casi autoconvocadas) sin que grupos determinados que como tal las estén convocando, y cuando los hay, se trata de redes cercanas a Black Lives Matter o Movement 4 Black Lives”, señala por su parte Vicente Rubio-Pueyo profesor adjunto en Fordham University (Nueva York).
Los expertos consultados destacan además que “Antifa” no existe como organización concreta, por lo que difícilmente podría considerarse como grupo terrorista a no ser que se quisiera ilegalizar a miles de personas que se consideran antifascistas. Diego E. Barros, profesor universitario en Chicago, aporta además un dato: “Aunque existiera un movimiento o grupo organizado, la ley ame no permite aplicar la ley antiterrorista a organizaciones domésticas”. En este punto recuerda que sí hay identificadas diversas organizaciones de ultraderecha concretas que han actuado con violencia en los últimos años, como por ejemplo en 2017 atropellando en Charlottesville a la activista Heather Heyer.
“Lo que se conoce es un movimiento amplio, plural y diverso de grupos pequeños libertarios o antifascistas a los que une esencialmente la lucha contra el supremacismo blanco y el racismo que siguen existiendo en el país y contra el auge de la nueva extrema derecha”, señala por su parte Pablo Bustinduy, profesor adjunto en el City College de Nueva York y ex integrante de Podemos.
“El sello Antifa ha surgido en los últimos años, especialmente a raíz de movilizaciones contra actos de extrema derecha en campus universitarios (charlas de líderes del Tea Party, periodistas de la Fox, gurús mediáticos tipo Milo Yiannopoulos, figuras de la Alt-Right como Richard Spencer) muy al principio de la presidencia Trump. Es entonces cuando surge este sello, usado por algunos manifestantes y elevado inmediatamente por toda la prensa mainstream. Pero aparte de eso, no es ni obviamente una organización, ni un movimiento como tal, ni un actor o sujeto político, y por eso mismo no ha jugado un papel relevante en los últimos años. De hecho, llevaba tiempo sin circular hasta que Trump rescató interesadamente el sello estos últimos días”, explica Rubio-Pueyo.
Bray destaca la tradición de antifascismo en EEUU especialmente desde 1988 o 1089, con el movimiento Acción Antirracista. “En los últimos años hemos visto más grupos que usan la palabra y los símbolos. La mayoría de gente no sabía nada de eso antes de 2017, con la victoria de Trump, ahora los ha convertido en enemigo público”, afirma.
¿Por qué señala Trump a “Antifa?
Entonces, ¿por qué hace Trump estas declaraciones? ¿cuál es su objetivo? La respuesta está clara, para todas las personas consultadas. “Para distraer atención y no hablar sobre las raíces del asesinato de George Floyd en el racismo”, señala tajante Bray. Para Miquel Ramos, periodista especializado en el movimiento antifascista y colaborador en La Marea, las declaraciones de Trump “trataban de desviar la atención de un problema estructural de racismo y sobre todo en relación con las actuaciones policiales”.
En opinión de Ramos, al tildar todas las protestas de antifascistas, lo que ha hecho ha sido “resignificar esa palabra y que toda la gente asuma que se está luchando contra el fascismo”. “Creo que aquí le puede salir mal la jugada, focalizar como si hubiera un enemigo interno que mueve los hilos”, añade. Para Bustinduy, Trump “está jugando con el imaginario del macartismo, con esas teorías de la conspiración permanentes y este estilo paranoico típico de la política americana que se inventa permanentemente enemigos externos e internos para poder declarar la excepción y una especie de estado de movilización y guerra permanente”.
Esta comparación la etapa del macartismo también la acepta Bray. “No estoy seguro de que pueda ser tan duro porque son contextos diferentes. Pero es una comparación importante, hemos visto muchos ejemplos de esta forma de represión”, señalaba en una entrevista con La Marea junto a Ramos. Además, Bray destaca que no es la primera vez que dirigentes republicanos ponen en el punto de mira al antifascismo, es algo que ha visto 5 o 6 veces antes.
“Se trata de poner en circulación un sello criminalizado que después puede ser aplicado a cualquier persona o colectivo”, apunta Rubio-Pueyo. En todo caso, considera que sus palabras fueron “un farol y una provocación”. Y apunta en una dirección concreta: “creo que está intentando movilizar a su electorado”. “Y lo hace porque sabe que está perdiendo la carta económica, que era su gran baza hasta ahora. Para ello, lanza estos gestos autoritarios, que luego es difícil que el Tribunal constitucional, u otros poderes y agencias, acepten y sigan realmente, pero que tienen el efecto de excitar a su base”, añade.
Barros, por su parte apunta a que “el presidente no dice nada que no sea algo que gente se lo esté soplando al oído”. Ese señor sería en su caso Stephen Miller, que le escribe los discursos y que probablemente está detrás los tuits. “Está muy ligado a los movimientos supremacistas blancos y nacionalistas”, destaca. “Nadie habla de los grupos antifa que no sea Fox News, nadie serio considera que el Antifa sea una amenaza. Cuando el presidente decide colocarse en el puesto de pirómano mayor, para él todos los manifestantes son violentos”, añade.
Antifascismo y antirracismo
Obviamente, dicen los consultados, la relación del antifascismo es transversal. “Es evidente que la protesta tiene un componente antifascista, como lo tenía Stonewall en la lucha contra la homofobia o incluso el rechazo a la Guerra de Vietnam”, destaca Ramos. “La relación entre el movimiento antifascista y el antirracismo es toda porque no se puede ser antirracista y no ser antifascista. No se puede ser otra cosa que antifascista”, apunta Barros.
“A un nivel muy general se puede decir que hay conexiones, un sentido de vinculación, pero a un nivel más concreto diría que se han cruzado con más intensidad en algunos momentos que en otros”, destaca Rubio-Pueyo. Para explicarlo, dice el profesor que tal vez en una sociedad como la estadounidense, el antifascismo ha operado más como una vertiente más enfocada en Europa (por el peso de las luchas contra los fascismos europeos) mientras que el antirracismo ha tenido otros focos de atención e influencia. En este sentido destaca que el Black Power de los sesenta y los Black Panthers se conectan mucho con los movimientos de liberación nacionales (Argelia, sobre todo, África en general) o los movimientos de migrantes latinoamericanos.
En todo caso, Rubio-Pueyo destaca dos ejemplos históricos a tener en cuenta. En primer lugar, el papel de los voluntarios afroamericanos en la Brigada Lincoln. Por otro lado, el papel del CPUSA (el Partido Comunista). “Comprendió muy pronto (en los 20’s y los 30’s) que si quería conformar realmente una fuerza de masas entre la clase trabajadora debía obviamente acoger las demandas de los afroamericanos, que formaban y forman una parte muy importante de la clase trabajadora”. De ahí vendría, según el profesor, la estrategia tradicional de extrema derecha, el Ku Kux Klan, “y ahora replicada, en formas más suaves pero insidiosas, por muchos medios de comunicación mainstream”. Esta sería “la figura del comunista malvado que quiere engañar a los negros (se usaban carteles con ese lenguaje en los 30’s y 40’s). La obsesión ha sido siempre evitar la contaminación comunista de cualquier población del país, y especialmente evitar cualquier tipo de alianza interracial.
Falso debate
Para Ramos, ponerse a debatir si el antifascismo es un colectivo violento o no, es caer en el marco de la extrema derecha. Y un debate que ni debería de producirse pese a que caigamos en él. “Al poder le ha venido bien para presentar al concepto de antifascismo como un grupo determinado, una tribu urbana, un extremo opuesto al fascismo. Esto a nivel ideológico es ridículo, comparar el racismo con el antirracismo, la homofobia con los derechos LGBTBI o el machismo con el feminismo. Pero al poder le viene muy bien porque presenta la teoría de los dos extremos”. Considera el periodista que “todo demócrata tiene la responsabilidad de poner otro marco” y que “la lucha por los Derechos Humanos es antifascismo”.
En cualquier caso, considera importante que, tras las declaraciones de Trump, mucha gente relevante reaccionara en sus redes sociales diciendo que eran “Antifa” ya que puede servir para resignificar esa palabra “que el poder está criminalizando para reducir el antifascismo a un tribu urbana o grupo radical”.
“El debate que deberíamos tener es por qué siguen muriendo negros por parte de la policía en EEUU, por qué siguen muriendo migrantes, por qué sigue habiendo CIES o un racismo estructural en Europa y Occidente. El debate sobre fascismo y antifascismo es un debate que nos imponen. Debemos ser muy tajantes defendiendo estas posiciones y no entrar en su marco”, concluye el periodista.